Gdzie jesteś?-¿Dónde estás?
Meses atrás me preguntaron: “¿cuál era la frase más repetida que oyes en polaco?”. Sin cavilar mucho respondí directamente: Gdzie jesteś? (¿Dónde estás?).
La verdad, la oigo a todas horas: en el tranvía, en el rynek, en el centro comercial, en el aseo de la disco, transcrita en sms cuando el ruido impide la comunicación oral. Así empiezan la mayoría de las conversaciones telefónicas entre parejas, en Polonia y me imagino que en todo el mundo. La escucha del idioma extranjero concede, a veces, una privilegiada ventaja lingüística respecto al nativo.
En la página 159 de Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (edición de bolsillo) leo: “(…) en fin, lo que no quería es que el marido se despertara y notase la ausencia a tiempo aún de preguntarle, Adónde vas, que es, probablemente, la pregunta que más hacen los hombres a las mujeres, la otra es Dónde has estado.(…)”. Hoy en día, desde hace décadas, podemos preguntar también: ¿Dónde estás?
En la base de este interrogante atisbo una mezcla de preocupación y desconfianza. También la hay cuando la pregunta se dirige al hijo/a adolescente. Algo tan cotidiano como este tic, inofensivo en apariencia, mero acto reflejo o sustituto del saludo formal cuando el tiempo apremia, tiene, no obstante, un trasfondo un poco enrarecido, nebuloso. Curiosidad, preocupación, desconfianza o una nueva neura de la sociedad ubicua. ¿Por qué es tan importante dar nuestras coordenadas a todas horas?
Los chicos, los singles sobre todo, a menudo somos vilmente ignorados por las singles, o no siempre necesariamente singles. La cantidad de sms, wasap, hipertextos de toda naturaleza que hay que malgastar, o invertir según se mire, para obtener una respuesta medianamente alentadora. El dilema de la single (o no single) consiste, por el contrario, en desgranar entre tanta paja, la espiga (ella tiene el mazo de la subasta, pero son ellos quienes pujan). Analizar sintácticamente las frases, los emoticonos, la presencia de abreviaturas o no, las faltas de ortografías inconscientes o deliberadas… ¿A saber cómo interpreta una fémina un mensaje con segundas intenciones? ¿Cuál no lo es? La piedra roseta a su lado es un sudoku para niños.
Cuando los singles, o no singles, nos obcecamos al no recibir respuesta, (el silencio por respuesta es la respuesta que más duele) solemos encadenar una guisa de errores tras otro. Sobreviene en ese momento la perentoria necesidad de obtener respuesta, el síndrome de abstinencia de la música del “mensaje recibido”. Por eso, siempre existe la tentación, malsana, de irrumpir a bulto en facebook, cual elefante en una cacharrería y pisotear todos los chats, gracietas y exhibicionismos online del momento y apuntar directo a la víctima. En nuestro afán de conocer un posible motivo del silencio, consultamos en el chat si nuestra destinataria está online (¿Dondé estará?). Y efectivamente, está delante de otra pantalla tecleando. Nos lo confirma la lucecita verde del facebook. El verde pierde su connotación de esperanza. Ella está interaccionando con alguien en este momento y nuestro piloto, sin activar, indica que nosotros estamos ‘sin luces’, ciegos repentinamente. No existimos. “¿Dónde estás?”. No estoy, luego no existo.
Está reacción, creo eminentemente masculina, nos ciega a veces. Tanta pantalla no puede ser nunca buena. Cuando éramos pequeños, profesores y padres nos exigían una distancia de seguridad respecto de la caja tonta; hoy llevamos la tablet tonta de fábrica delante de nuestras narices a todas horas. Y es así como los ‘ignorados’ terminamos por agitar el cóctel de hiel, con hojas de inquina y una rodaja de limón sobre la herida en carne viva.
Algunos recuerden quizás la escena de Blanco de Kieślowski: el expatriado llama a su ex desde una cabina… Es probable que no pregunte exactamente Gdzie jesteś? o Où es-tu? (la película, como la pareja es bilingüe) pero la finalidad de la interpelación es la misma.
No existe llamada más (in)oportuna que la de quien quiere conocer la localización cuando (no) corresponde. Qué tiempos aquellos en los que no teníamos GPS, ni móvil, ni prefijos, ni operadoras, ni preguntas indiscretas que hacer. La desconfianza no nos cegaba. O nos cegaba la confianza.
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