No cloudiques, sigue sigue…
Vivimos, la sociedad me refiero, en las nubes, en las clouds se entiende. Apréciese la diferencia fraseológica entre “estar en una nube” y “estar en las nubes”. De lo que es capaz un simple plural, una permuta de artículo.
Si ahora consultamos el smartphone una media de 150 veces al día, no quiero pensar cómo será a final del año que empezamos.
Hay quien te echa la bronca si no respondes al whatsapp en cero coma. Ni tiempo de cortesía, ni hostias. Con lo impuntuales, y a mucha honra, que antaño éramos los españoles en la era analógica. Ahora somos quizás algo más ordinarios, pero con qué gustirrinín le damos al “enviar”.
Hay quien te echa otra bronca si tecleas el tactilar durante el café, la cena, el partido o durante el paseo de desintoxicación pertinente. La época del manos libres ha quedado atrás, ahora tecleamos como posesos.
El siglo XX fue el de los motorizados, el XXI el de los monitorizados. Las operadoras de telefonía presumen de habernos obsequiado minutos y minutos de libertad. Lo cierto es que pocas esclavitudes conoce el ser moderno, como la del android. Somos, de hecho, ya medio androides. Ríete de lo que es olvidarte la cartera, si te tiras un fin de semana sin móvil. La que te puede caer.
Visto lo visto en unos años las reuniones presenciales serán encuentros de personas sonriendo cada una a su respectivo tactilar. Eternizándose a cada instante o como se escucha hoy en día: eternizando el instante en lugar de ansiar el instante eterno. Hay quien presencialmente está más ausente y viceversa, más presente virtualmente. No sé si me explico.
A lo que iba, vivimos instalados en la cloud permanente, la generación del Bola de Drac no se ha destetado aún del famoso núvol kinto. Levitando en ella, básicamente, porque no nos cobra hipoteca. Claudicamos en la nube y no sólo en sentido literal, sino también figurado. Lo nuestro es clouding puro y duro.
Desde que empezó la crisis en España, a los jóvenes y no tan jóvenes, nos dio por viajar al sudeste asiático o, por qué no, dar la vuelta al mundo. No a todos, claro. Pero sería interesante cuantificar los vuelos transoceánicos que los españolitos desempleados hemos emprendido en lo que va de siglo, o crisis, si lo prefieren. Lo dicho pasamos cada vez más tiempo en las nubes, en las de algodón y en las del dropbox. Un día a día plagado de cloudy days.
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No sé hasta cuando resistiremos los que quedamos. Hay quien te dedica una sonrisa mitad maliciosa mitad de conmiseración–’pobrecito mío’– cuando compras un cedé. “Pero si con un click te lo descargas todo, todo, todo”. Y acto seguido desembuchan su Iphone, Ipad, Tablet, lo que sea, pero muy plano y liso; y venga a deslizar el dedo que da gusto. Los hipsters, ya no son freakies, son mainstream. En el ebook se acumulan gigas de lecturas que no consumaremos, como polvo en los estantes, plagados de libros nunca abiertos. Como en esa lista interminable de favoritos, en las que uno, ordenado en el desorden, ya no encuentra nada.
Volvemos a la era prensil a utilizar los dedos como herramientas directas. Se acuerdan de aquellos punteros o pinceles, con los que se dieron a conocer los táctiles, pudriéndose estarán en algún cementerio de cargadores y móviles descatalogados.
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Y todo esto, ¿a cuenta de qué? Quizás porque a uno le gusta aún revolver las tiendas de discos: escudriñar precios, acariciar a sus futuras presas, cortejarlas y tantear los saldos de principios de eneros. Todo se puede hacer en internet, me dirán. También se puede hacer la compra online, pero a mucha gente le gusta merodear por los mercados de abastos: tocar, oler, ver género. El género, he aquí la palabra. En los mostradores de internet lo encuentra uno todo, pero no hay género.
Cada vez hay menos género a granel, pero sigue habiendo. En una de las últimas travesías de Las Ramblas, en sentido ascendente, sobrevive una de las tiendas decanas del país. Discs Castelló, fundada en 1927, sita hoy en el carrer Tallers y que llegó en su día a tener 11 tiendas en la ciudad condal, sigue nutriendo de bits y surcos, a los freakies del CD y no tan freakies del vinilo, que nunca murió del todo. Destino obligado del melómano de antaño, hoy destino opcional, ha logrado sortear el impase de la década pasada, en el que el CD vio peligrar seriamente su existencia. La clientela y el formato se dieron un tiempo.
Para capear la tormenta, Discs Castelló no tuvo otra que condensar la docena de establecimientos en uno, el de la umbría, pero siempre concurrida calle Tallers. Entradas, compra-venta de vinilos y alguna reliquia de coleccionista se anuncian a modo de menú bajo su quicio. Al entrar allí, uno parece regresar al siglo XX. Tanto es así que en la mayoría de artículos figura aún el precio en formato bilingüe, quiero decir marcado en pesetas y en euros. Y es que, quizás data de allí el desapego hacia el CD, de cuando los precios aparecieron en euros y la gente empezó a googlear sin el menor reparo. “Todo se ha puesto por las nubes”, decíamos en legítima defensa. Por entonces llegaron también el spotyfi, los itunes y otras nubes cibernéticas. Algunos echaron el cierre, otros no ‘cloudicaron’ y siguen mirando al cielo, cada mañana al abrir la paradeta. Como dice el novelista alemán Thommie Bayer: Der Himmel fängt über den Boden an. Y no le falta razón, el cielo empieza sobre el suelo, una verdad tan empírica como utópica.
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Bueno, pero sin tecnología, Nietzsche, un hombre enfermo de solo 35 anos, no hubiera escrito “Así habló Zaratustra”. No podriás llamar rápido a por ambulancia cuando pasa un accidente en la calle. No habia trabajo de help desk -rescate por el tiempo de crisis;) Como dice Juan Varela “ninguna tecnología nos hace mas estupidos, pero los problemas abundan al utilizarlas ahora y antes. Las tecnologías digitales ponen a disposición de los ciudadanos un modelo mas abierto, participativo, social y eficiente de gestión de la información, pero a menudo faltan criterios claros para aprovecharlo. Ahi esta el principal problema. La clave no es la tecnología, SINO TENER LA DESTREZA Y VOLUNTAD ADECUADAS PARA APROVECHARLA”. Seria entonces cuestión de una falta de entrenamiento, de un “fitness cerebral”;) Aunque a decir verdad, si no vamos a usarla conscientemente, “la última gran tecnología va a debilitar algunas de las funciones cerebrales mas elevadas , como el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la memoria”(Nicholas Carr).
Como no estar de acuerdo con lo expuesto por Machu Pichu y las sabias palabras de Valera y Carr . De todos modos no entiendo muy bien lo de Nietzsche…A veces en la red una encuentra muchas inexactitudes e informaciones que damos por buenas a la primera…Creo que fue el cerebro de Nietzsche quien pensó y enloqueció, no sus manos, ni ningún aparato o similar…Pero en la red, todo tiene cabida, como en un granero: donde hay grano y también mucha paja. Como bien dices, y subrayas, se trata del buen uso y la destreza para utilizar con tino las herramientas o “tools” o “apps” como las llamamos hoy. Gracias Machu Pichu por tus matizaciones:)
Como dice al autor del artículo, que he leído: A los 35 anos, Nietzsche apenas podía escribir. De frágil salud, le dolía horrores fijar la vista en papel. Recibió en su casa una de las maquinas de escribir con forma de bola. Pero, como el propio autor reconoció a un amigo, su estilo se habia hecho más telegráfico, como si el hierro de las teclas hubiera pasado a la mente del escritor. La tecnología estaba modificando su mensaje. Y siguiendo con las palabras del autor: Un siglo después, Internet parece estar haciendo lo mismo, esta vez a millones de personas, pero el resultado no esta tan fructifero.Según el estadounidense Nicholas Carr, el sinfín de estímulos que llegan al cerebro desde la red nos está haciendo unos superficiales.
Con esta opinión, creo que estarás de acuerdo.