Sísifo, Rachmaninov y el fin de la Guerra Fría
‘Apropo’ del concierto de Kevin Kenner con la Filharmonia Krakowska, 6.03.2015
Sólo ante el Yamaha. No del todo. A Kevin Kenner le arropa la Filarmónica de Cracovia. Arropar es un decir, cuando sobre el atril principal aguarda la primera página, monumental losa, del Concierto para piano número 2 en do menor op.18.
A la derecha, patronímico incluido, la autoría: Sergei Vasilievich Rachmaninov. El primer acorde se expande en solemne hastío, al segundo el derrumbe se antoja inmediato; a cada nota un peldaño más grave, inminente la caída, la mano izquierda, se hunde, casi sin atenerse a las notas, en su pausado descalabro y desánimo. Sísifo se tambalea.
A los tres compases ha tocado fondo. Y cuando parece que va perder al fin la vertical, tripas corazón, se yergue, toma carrerilla. Se diría que el titán trata de recuperar su condición bípeda. Desafiando la losa, la cariátide encorvada cobra vida y encara el desnivel. Liviana, cada vez más liviana la carga. La orquesta, léase la pendiente, suena poderosa; Kenner, discreto y sin interrumpir, la acompaña. Compás a compás, el piano apuntala la estructura y se deja oír cada vez más, pidiendo la voz. Con los roles cambiados –el solista acompañando, la orquesta declamando–, al igual que sucede en el Primer Concierto de Chaikovski, así empieza el segundo concierto para piano de Rachmaninov.
El oyente percibe la carga del cíclope ascendiendo la cumbre orquestal, obstáculo y reto a la par, que parece conminarlo a capitular. Kenner, ajeno al vértigo, ya no va a cejar en su empeño hasta el final, cuando el postrer aplauso lo prescriba. Es este arranque un auténtico tour de force y no deja de sorprender la elegancia dáctil del intérprete: una pulsación exquisita, sin cebarse con el pedal; sin arrebatos forzados, ni cabeceos ñoños. Pocos compositores pasan del reposo a la exaltación en tan corto lapso de pentagrama. Y no obstante, todo encaja: el ritmo preciso, el virtuosismo pura elegancia, la digitación impecable. Para mejorar aún lo presente, un broche ignoto para el autor: la exquisita Zarabanda de Jan Ignaz Paderewski.
Al término del concierto, quizás pocos se acordaban ya de la Primera Sinfonía ‘Sueños de invierno’ de Chaikovski, con la que una hora antes la Orquesta Filarmónica de Cracovia, dirigida por el maestro Michał Dworzyński, había abierto la velada.
A propósito del Concurso Internacional Fryderyk Chopin
A veces quedar segundo deja un poso más dulce que agrio. Kevin Kenner sabe quizás a que me refiero. Auténtico desconocido para el público español, el californiano obtuvo en 1990 el segundo premio del Concurso Internacional Fryderyk Chopin. Nadie tocó mejor que él 25 años atrás. Por circunstancias que uno desconoce, el primer premio se declaró, por primera vez en la historia del certamen, explicable o inexplicablemente, desierto.
Los abonados a la Teoría de la Conspiración, nunca faltan, siempre podrán conjeturar que el fin de la Guerra Fría tuvo algo que ver en la decisión del jurado. Un norteamericano galardonado se avenía, como anillo al dedo, con la recién estrenada Polonia postsoviética. De todos modos, mejor no aventurarse en exceso. Nadar y guardar la ropa, pensaría el burócrata. Lo declaramos desierto y así no se nos enfada nadie. Un salomónico segundo premio, que a todos los efectos sabe a primero.
Servidor no cree mucho en los contubernios (pasatiempo filisteo para cubrir la franja nocturna radiofónica). Los pianistas emocionan o no, al margen de lo que diga su pasaporte. Kenner debió ser un segundón soberbio. La historia no recuerda nunca al finalista, oímos a menudo. En el caso concreto aquí referido, toda la gloria, recayó en un segundo premio.
2015 es año múltiple de cinco y Varsovia, aguarda por tanto, su particular olimpiada. Cada cinco, que no cuatro, el Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin regenera por unos días la excelencia pianística. En manos, en los dedos, del vencedor, está después aprovechar este salvoconducto varsoviano para triunfar a ambos lados del ya roído telón de acero. Marta Argerich, Maurizio Pollini o Kristian Zimerman se cuentan entre los pianistas más respetados del momento que tomaron la alternativa en Varsovia. En el extenso medallero de las 16 ediciones convocadas hasta la fecha, no figura ningún español.
Desde que en 1927 se impuso el ruso Lev Oborin y hasta 2010, en que hizo lo propio su compatriota Yulianna Avdeeva, ningún pianista de nuestro país se ha asomado tan siquiera al quinto premio. Estos días se ha constituido en Varsovia la Comitiva del XVII Concurso Fryderyk Chopin. En abril tendrán lugar las eliminatorias previas. Los elegidos deberán esperar no obstante hasta octubre, cuando se cierre definitivamente el cuadro final y las audiciones ya no den tregua. Y los candidatos van cayendo como moscas. Marta Argerich y Garrick Ohlson, con sendos conciertos, pregonarán el 1 y 2 de octubre, uno de los highlights del año en la capital polaca.
Entre los solistas que en su día se quedaron a las puertas, viejos conocidos como Vladimir Ashkenazy (2º en 1955) o Mistuko Uchida y Janusz Olejniczak (2º y 5º respectivamente en 1970, excelente cosecha la del 70). Sin olvidar la polémica eliminación de Ivan Pogorelic en 1980. En casi 80 años de historia, anécdotas no faltan. Rusia y la URSS encabezan el ranking, curiosamente, con seis pianistas laureados, por los cuatro polacos – Halina-Czerny Strefańska (1949), Adam Harasiewicz (1955), Krystian Zimerman (1975) y Rafał Blechacz (2005). Ningún pianista alemán ha entrado jamás en el pódium. En 1937, dos años antes de la invasión nazi de Polonia, la germana Edith Picht-Axenfeld se alzó con el sexto puesto. Galardón que le prodigó, ironías de la vida, numerosos conciertos en Austria y Alemania hasta 1940. Picht-Axenfeld se negó a tocar durante el lustro 1940-1945. Habrían de transcurrir casi 60 años para que volviera a actuar en Polonia, fue en 1995 con motivo del Festival Chopin de Duszniki Zdrój. Hasta la fecha, su sexto puesto en 1937, sigue constando como el mayor logro pianístico del poderoso vecino occidental.
Chopin, dos siglos después, sigue siendo un emblema para Polonia. Habrá quien lo aborrezca o a quien se le repita. A su pesar, siguen editándose excelentes registros de nuevo cuño y valiosas revisiones, sobre todo gracias al buen quehacer del Institut Narodowy Fryderyk Chopin. Cada domingo, de un tiempo a esta parte, la radio pública polaca Jedynka dedica un espacio al famoso Koncert Chopinowski, rescatando así una tradición, que se remonta a los orígenes de la radiodifusión pública polaca en el período de entreguerras.
El próximo 20 de octubre, conoceremos al vencedor del Concurso Chopin, un nombre no tanto para 2015 como para las futuras generaciones. Días antes, el 17 de octubre, coincidiendo con la fecha del fallecimiento del compositor, en la iglesia de Swieto Krzyz, fiel a la tradición, sonará el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart. La misma música que una tarde de otoño, de un lejano 1849, por expreso deseo del compositor, sonó en la parisina Iglesia de la Madeleine.
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