Incidentes en el Conservatorio Superior de Madrid. ¿Cuándo he visto yo esto?
por Jorge Fernández Guerra
Leo los textos que saltan respecto al “supuesto” descontrol en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid (RCSMM para los amigos) y percibo una gradual pero poderosísima sensación de “dejà vu”, ¿Será por los nombres?

© www.andaremos.com
Adolfo Garcés, actual director del Centro, ¿es el mismo clarinetistas simpático y escurridizo al que recuerdo cariñosamente por haber tocado en mi primera ópera, “Sin demonio no hay fortuna”, en 1987 (vaya título, por cierto; prometo que no pensaba en nada de lo que pueda estar sucediendo ahora)?
Mar Gutiérrez Barrenechea, actual jefa de estudios y responsable de alguna que otra tropelía en el descabalgamiento de una plaza de profesores de amplio prestigio (Sebastián Mariné, Juan Carlos Garvayo) para ponerse ella. Sí, han leído bien, “para ponerse ella”, ¿no será aquella Mar Gutiérrez Barrenechea que pasó a la pequeña historia de la infamia por haber sucedido a Elisa Roche, provocando la dimisión de todo su equipo (incluido José Luis Turina que acababa de recibir el Premio Nacional) en la Subdirección Técnica de Educación, cuando estos se dejaban la piel para poner en marcha la reforma educativa en los noventa? ¿No sucedió eso en 1996, nada más llegar al poder el PP y al Ministerio de Cultura y Educación Esperanza Aguirre, con la que, al parecer, Mar Gutiérrez está emparentada? Sí, seguro que es la misma persona porque recuerdo que la entrevisté para Doce Notas, cuando aún yo era director de esta revista.
En fin, el eterno retorno no falla nunca; como si los fantasmas del Conservatorio de Madrid (el único durante casi todo el siglo XX y el “Superior” según dicen) no se hubieran marchado nunca de él.
Pero lo que motiva esta opinión es una frase de la última carta de Luis Ángel de Benito, esa en la que cuenta “El caso Anna Melnikova”. Tras describir la situación por la que esta estudiante fue expulsada del aula por su profesor de composición “tras llamar en su auxilio (en auxilio de él) a un vigilante de seguridad”, De Benito se pregunta: ¿¿Alguien recuerda una escena parecida en esta Casa, o en este país, que no sea en una peli de Berlanga?? (el subrayado es mío).
Esta frase me dio vueltas por la cabeza unas horas hasta que caí: Sí, recuerdo una escena en esa casa muy parecida. Y su recuerdo me ha golpeado con la fuerza que tienen esos agujeros de la memoria. Esta es la historia:
Conservatorio, mentiras y cintas de vídeo
Corría el 15 de diciembre de 1972. Franco ni siquiera estaba enfermo, o no se sabía. Se vivía un ambiente muy especial en la calle. La mayoría de la gente de mi edad (yo tenía 20 años) estaba muy radicalizada políticamente (eximo de ese pequeño defecto a Esperanza Aguirre, también de mi edad). Pero el poder, viejo y decrépito, aún tenía fuerzas para golpear duramente.
El Conservatorio de Madrid, el único, no participaba demasiado de los alborotos sociales. Pero en esa fecha prenavideña, se celebraba en su Auditorio un concierto organizado por ALEA, por tanto, de música contemporánea, lo que entonces era una cosa muy seria, casi una misa para las decenas de progres que pululaban por el ambiente.
El incidente, similar al que cita De Benito, casi lo viví de bruces. El Conservatorio estaba en el edificio de Ópera, la parte de atrás del Teatro Real. Tenía unos ascensores con cierta tendencia al fallo, pero unas escaleras laberínticas que hacían preferible el fallo mecánico al desasosiego de deambular (quizá eternamente) por unos pasillos de pesadilla. ALEA estaba entonces dirigida por Luis de Pablo y José Luis Alexanco, pocos meses antes se habían celebrado Los Encuentros de Pamplona y la música contemporánea había adquirido rango de subversiva. Cuando llego al ascensor, veo que José Luis Alexanco entra en uno de ellos, y en la espera a que aparezca otro comienzan a oírse gritos, el ascensor se había parado y los de dentro llamaban para que alguien los sacara. Una chica que estaba también esperando, se lanza por las escaleras para buscar ayuda o lo que fuera; y el incidente desaparece de mi atención, supuestamente resuelto. Por lo que sabemos más tarde, la chica, visiblemente nerviosa, llega hasta al primer piso y tiene la mala suerte de topar con el director del Conservatorio. Hay que imaginar la conversación entre una chica muy nerviosa intentando decir que hay alguien encerrado en los ascensores y un director que iría solemne a su despacho. El director de entonces era José Moreno Bascuñana, del que se decía que había sido un falangista que llegaba al despacho con pistola. Yo lo conocí y fui su alumno en el último año de su actividad (daba Formas musicales) y era seco y facha, pero no destacaba de cualquier otro de similares características.
Según se comentó luego, el director se molestó por las formas de la imprevista conversación y la chica se largó tarifando hacia el concierto. Se supone que el director encargó a un bedel que la trajera a su despacho. Los bedeles de entonces eran algo imponente, viejos y con una sempiterna cara de haber sido guardias civiles o algo así.
El hecho es que comienza el concierto y, en los aplausos que ponen fin a la primera parte, se levanta alguien con el aspecto adusto que tenían algunos de los antifranquistas de la época (era Miguel Arrieta, director del Grupo Canon), y dice con poderosa y tonante voz: “Muy bonito, pero, ¿dónde está la chica?”. Por lo visto, el director se había sentido agraviado (los franquistas tenían la piel muy sensible) y mandó llevar a la chica a su despacho, ella se negó, se refugió en el concierto y los bedeles esperaron a que la música hubiera comenzado, y entonces, en la oscuridad y mientras sonaban las disonancias del Grupo Nuova Consonanza, se habían llevado a la chica a ver al director quien, había pedido una disculpa pública y vergonzante so pena de expulsión. En el descanso, la chica estaba sentada en un banco sollozando, el público comenzó a indignarse y se negó a que empezara la segunda parte del concierto. Los bedeles, histéricos, decían que para dentro; recuerdo a uno, rojo de ira, diciendo: “Ale, ale, al concierto”. El intermedio duró una hora y no estaba descartado que la autoridad llamara a la policía, lo que en la Universidad era habitual. En ese Conservatorio, de pasillos laberínticos y ascensores temblorosos, aquello hubiera sido una catástrofe.
También tengo un recuerdo vívido de uno de los músicos italianos diciéndole a la chica como consolación: “lo importante es el amor”, todo esto en italiano cantarín. No conocía a la chica. Pero años después, parece que fue bibliotecaria del Conservatorio, fue efectivamente expulsada o expedientada, y luego readmitida, según me contaron. El incidente le produjo algunas secuelas físicas, parece ser que de la vista.
Con los años, este incidente comenzó a hacerse borroso y algunos de los que estuvimos allí empezábamos a creer que todo era una ilusión, fruto de nuestro deseo de creer que también en el espeso y rancio Conservatorio madrileño hubiera sucedido una aventura de calado antifranquista.
Pero, entonces, compré un libro, del año 1974, aunque lo adquirí mucho más tarde, y la anécdota aparecía más o menos como yo la recordaba. ¡Estaba documentada! ¡Albricias!
Era un libro del compositor y sociólogo musical Manuel Valls. El libro se llamaba La música en cifras, de la editorial Plaza & Janes, en su colección Testigos de España.
Allí aparecía la historia así:
“Copiamos la noticia de El Noticiero Universal (15-XII-1972), que a su vez la recoge de la “Agencia Logos”. “Madrid. Durante la ejecución del concierto del grupo Nuova Consonanza, de Italia, organizado en el Conservatorio, se originó un incidente motivado por sacar a una alumna del centro de la sala y obligarla a pedir públicamente perdón. Durante la primera parte del concierto el público notó el repetido forcejeo de un bedel para sacar a una joven de la sala, cosa que consiguió, al fin, un policía. En el descanso, se supo que dicha joven alumna del Conservatorio había tenido una discusión casual con el director del centro, había entrado en el concierto y luego había sido requerida por el procedimiento indicado. Según parece, el director del centro la amenazó con la expulsión inmediata del Conservatorio, lo que originó un desmayo de la interesada. El numeroso público, en el vestíbulo, siguió el curso ulterior de los acontecimientos. Según se supo, el castigo fue dejado en suspenso a condición de que la alumna pidiera perdón públicamente. Y ante todo el público, congregado en el vestíbulo, llorando, balbuceó: ‘Pido perdón… soy una mal educada…’ y otras frases similares, casi ininteligibles entre las lágrimas y la congoja. Este espectáculo insólito provocó diversas protestas y la sugerencia de suspender el concierto, sugerencia a la que diversos instrumentistas italianos se unieron. Siguió, sin embargo, el concierto después de casi una hora de interrupción, aunque no todo el público entró en la sala, y una parte de los oyentes alborotó bastante como para que no pudiera prestarse atención a la obra de Bussotti, que el grupo Nuova Consonanza estaba interpretando.”
Hasta aquí la descripción de Manuel Valls. Coincide casi textualmente con mis recuerdos, aunque no tengo conciencia de la balbuceante confesión de la chica.
Lo que da cierta importancia a esta anécdota es la facilidad que tiene para reproducirse en esta casa. Quizá, en esta ocasión, esté a la cabeza del centro alguno de los que entonces era público alborotador, pero poco más.
Querido Luis Ángel de Benito, te dedico esta vieja anécdota. Me he sentido desafiado a recordar algo similar al episodio de Anna Melnikova. No es exactamente igual, pero se parece hasta el desasosiego.
siamo forti (blog de Jorge Fernández Guerra en docenotas.com)
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Jo, cuando la música contemporánea tenía el rango de subversiva y sus conciertos eran como misa para los progres… Qué ha pasado por el camino??
Gracias Jorge!
Hola!! A todos /as. El planteamiento que hizo la alumna esta bien comunicado y claro. Esto pasa en todos lados, ese profesor debería saber que es la docencia y de que se trata. La alumna debería haber ido al ministerio de educación de la nación, o cambiar de conservatorio, ya que en su país está lleno. En fin, la ley de educación para algo esta, es para cumplirla al pie de la letra, sin excepción. Que pena que leo esto recién ahora. Mis saludos!!! Desde ARGENTiNA!!!!