Año Wagner en Polonia
Es la cita más repetida de Woody Allen, no falta en ningún manual de gafapastas al uso y reza tal que así: “Cada vez que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia”. Basta teclear las tres, cuatro primeras palabras en google search para completar la frase.
Sin querer restar méritos al brillante director neoyorquino, la cita dice más bien poco de sus conocimientos wagnerianos, así como de los que la repiten como autómatas. Y es que reducir la música de Wagner a la Cabalgata de las Walkirias (Preludio al tercer acto de La Walkiria, es decir, un cachito de un acto, de una de sus óperas ) es como identificar a Mozart con su Réquiem o igualar Rollings a Satisfaction. Esto es, una burda simplificación.
Cierto, Hitler era un wagneriano de pro. Cierto, Wagner en vida no se caracterizó por sus lisonjas semíticas. Dicho esto, creo que va siendo hora de discernir la música de la historia ficción y de las pajas mentales, sobre todo porque el homenajeado Richard Wagner murió medio siglo antes de que Hitler llegara al poder y porque cualquier lectura en clave de nacionalsocialismo es una manipulación en toda regla de los hechos, un clásico ejemplo de oportunismo torticero. Al compositor alemán, para nada un ejemplo de integridad, se le puede culpar de muchos comportamientos reprobables, pero atribuir a su música, concebida casi un siglo antes del advenimiento del III Reich (El Holandés Errante se estrenó en 1843, hace 170 años), connotaciones nacionalsocialistas es una ocurrencia muy manida, facilona y poco original a día de hoy.
A quien es incapaz de escuchar el nombre de Wagner sin poblar su mente de panzers alemanes, habría que recetarle el Idilio de Sigfrido, la Obertura de El Oro del Ring o algunas estampas de El Holandés Errante. Descubriría así que su música puede encandilar, hipnotizar, acunar incluso. El año que empezamos es una buena ocasión para restaurar su música libre de prejuicios y añadidos a posteriori. También para los polacos que, eso sí, en menor dosis, también van a escuchar la música del proscrito, aún a riesgo de que su país vuelva a ser invadido…, musicalmente claro está.
Wagner fue durante años compositor non grato en Israel, su Parsifal no fue profeta en Tierra Santa. Barenboim se encargó de poner fin al boicot. En Polonia podríamos pensar que tampoco se le tiene en especial estima a juzgar por el raquítico año Wagner en los principales teatros de ópera polacos.
Tras un primer vistazo a la cartelera operística polaca no detectamos excesivo fervor wagneriano. Ni la Ópera de Poznań, ni la de Cracovia tienen ningún título suyo programado en el arranque de curso. Tampoco no hay rastro de quimeras nibelungas en la Bałtyski Opera de Gdańsk y no mejoran lo presente los teatros operísticos de Łodz o Katowice. Hay que encomendarse al Teatr Wielki de Varsovia y a la Opera Wrocławski de Breslavia para dar con el apellido de la sonada efeméride bicentenaria.
150 años después Wagner regresa a Silesia
Para mayo reserva el Teatr Wielki su particular homenaje wagneriano. Para ello ha programado un espectáculo coreográfico a partir del Tristán e Isolda, y a partir del día 24 (dos días después del nacimiento del alemán) se podrá escuchar El holandés errante, bajo la batuta de Andrych Yurkievich y en la escenografía del siempre interesante Mariusz Treliński (el mismo que firmó el exquisito Onieguin del Palau de les Arts, un par de años atrás).
En Breslavia, esto es Wrocław, se le espera en marzo. El día 9 podremos escuchar Parsifal y al día siguiente la Opera Wrocławski y los cines DCF han preparado un documental bajo el título Las mujeres de Wagner. Todo esto en espera de que, con el paso de los meses, se caldeen un poco más los ánimos walkírikos.
Motivos siempre se pueden encontrar. La placa que reproducimos en la imagen, escondida en una esquina de la calle Podwale, recuerda que Herr Richard Wagner visitó Wrocław en 1863, Breslau entonces. Concretamente se hospedó en el ya desaparecido “hotel Zettlitz S“. Aunque la placa data de 2005, un grafitti (in)oportuno apenas permite leer ya la parte inferior de la misma. Para gula de los mitómanos traducimos del polaco su escueta leyenda: “En este lugar, en el ya inexistente hotel Zettlitz S, en el año 1863 se alojó Richard Wagner (Compositor 1813-1883)“.
El compositor cruzó el país en numerosas ocasiones, dada su caprichosa afición a ser desterrado. Que Wagner conocía, mejor o peor Polonia, lo demuestra una de sus más peculiares y desconocidas obras de juventud. En el catálogo oficial de su opus, el WWV 39 (Wagner Werkverzeichnis) lleva por título Obertura Polonia. Parece ser que influenciado por un amigo eslavófilo, el joven Richard concibió esta partitura en Berlín allá por el año 1836. Cien años antes de los terribles acontecimientos incubados en la capital alemana.
Que Wagner también tiene amigos en su país vecino lo demuestra el hecho de que, como Barcelona, Wrocław tiene su propia sociedad wagneriana (Towarzystwo Wagnerowski), como la tienen también ciudades de lugares tan remotos como Nueva Zelanda o Sudáfrica. Wagner, este año invade, no sólo Polonia, sino el planeta de cabo a rabo.
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