EARTH – Tierras movedizas
No muchos años atrás coincidí en el tren que enlaza a diario las ciudades de A y M con una señora de mediana edad, que prácticamente no separó su rostro de la ventana en las casi 24 horas que dura el mencionado trayecto.
earth
Biriosha exhaló su boca en varias ocasiones, como si su soliloquio interior se verbalizara en un lapsus espontáneo, voluntario o involuntario. Esa viajera pudo perfectamente combatir el supuesto tedio de la larga travesía con la contemplación extasiada de la monótona hilera de abedules. Kilómetros y kilómetros de ramajes que escoltan, a prudencial distancia, este corredor ferroviario, a modo de pantalla visual o de paisaje, según considere el viajero.
De un tiempo a esta parte me percato cómo cada vez somos menos los que atendemos al paisaje analógico y que el magnetismo de la ventana empañada ha dado paso al magnetismo extraplano. Sin duda sigue habiendo muchas personas que adoran viajar en tren pero me temo que siempre bien surtidos de películas, videojuegos o descargas varias. La ventana ha dejado de ser ventana, para convertirse en otro objeto susceptible de ser taggeado. Si de repente, al salir del túnel, se nos revela una imagen de postal (el lenguaje es perverso), lejos de absorberla con los ojos, de fagocitarla con todo nuestro ser como hacía la viajera, lo primero que se nos ocurre es ‘inmortalizarl@’. La ventana ya no es ventana, es escaparate.
En última instancia nos podríamos llegar a preguntar de qué sirve la preservación del paisaje, si todo indica que el futuro del paisaje está en la virtualidad.
En la pasada Berlinale se presentó a la sección Forum el documental Earth, un interesante largometraje de dos horas sobre la huella geológica humana sobre la faz de la tierra. Hasta hace algunos milenios ríos y riadas, principalmente, esculpían a diario el planeta, vulcanismos y ocasionales seísmos al margen. La revolución tecnológica se ha revelado como un nuevo y serio competidor a la geología ‘a fuego lento’ de meandros, aluviones y sequías. Las grúas, los bulldozers, los caterpillars y la dinamita en todas sus formas y proporciones le han cogido sobrada delantera. De eso tratan estas siete historias ambientadas en siete puntos de La Tierra, donde a diario se desplazan millones de toneladas de ídem. De ahí la polisémica y nunca más polisísmica (enseguida sabrán por qué) expresión de la palabra tierra.
La huella ‘antropocena’, una realidad
Conocíamos el mioceno, el pleistoceno y alguno más, pero hasta hace poco nadie nos había hablado en clase del antropoceno, léase la etapa geológica determinada por la acción del hombre sobre la litosfera. Por acortarlo, la huella humana visible en el atlas geofísico. Si damos por buena la leyenda inaugural con la que el documentalista austriaco Nikolaus Geyrhalter preludia su nuevo trabajo, la acción humana desplaza billones de toneladas de tierra cada año, cifras por encima de la acción de ríos y otras circunstancias orográficas. Y no hay por qué dudar de ello, el planteamiento de este largometraje no aqueja falta de pluralidad. Desde la ingeniera española convencida de que mantener el nivel de bienestar para todos obliga a aprovechar los recursos hasta la activista canadiense que denuncia la devastación de miles hectáreas en torno a una antigua planta petrolífera. Todos los testimonios conviven a diario con estas mastodónticas proezas (o abusos) ingenieriles, según se prefiera. Desde el caterpillar guy orgulloso de su contribución al progreso (no en balde algunos comprometen su integridad física en algunas de sus delicadas y arriesgadas maniobras) hasta los dilemas internos de un cantero italiano, cuyo porvenir personal depende de una extracción de mármol, a la que le augura pocas décadas más de existencia al actual ritmo de explotación. Todas las sensibilidades, de un modo u otro, salen a relucir. Sostenibilidad o progreso se antojan en muchos casos irreconciliables.
Cada mini documental comienza de igual modo. Una imagen cenital de la explotación minera o del último desafío ingenieril, donde el espectador percibe la pisada en toda su amplitud. La imagen resulta un tanto desconcertante. Al principio nos transmite cierta sensación de imagen generada artificialmente, virtualidad, o de una especie de juego lego con grúas a pequeña escala. Esa visión diminuta lo es en tanto que la cámara la sobrevuela desde doscientos o trescientos metros. La escala puede confundirnos, precisamente de magnitudes y escalas trata también el documental. Pero, a poco que la cámara se posa a pie de obra, lo que parecía una visión microscópica irreal se torna una bacanal de grúas y vehículos oruga fieros y promiscuos, anhelantes de horadar, percutir, detonar. Especialmente llamativa me pareció la visión de Carrara con sus laderas de mármol, escalonadas como un interminable pastel de bodas, en una sucesión inacabable de pisos.
Las detonaciones de las minas de Río Tinto son la aportación española a esta cinta austera, lenta, ausente de voz en off. Me atrevería a calificarla de anti editorializante en su planteamiento, lo que ya es mucho para nuestros días. Podríamos pensar que se trata de un manifiesto ecologista, como otros tantos en pro de la salvación del planeta, una apología del SOS Earth, y no dudo que la cinta contenga un (soterrado, larvado) contenido denuncia. Ahora bien la realización de Earth no podría ser más aséptica en su exposición del problema.
Las únicas voces que escuchamos son las de los operarios, ingenieros o personal destacado en estas colosales explotaciones a cielo abierto (refinería en Canadá o minas de Río Tinto) o en el subsuelo (los 55 kilómetros del túnel alpino en el paso de Brenner, en la frontera de Austria con Italia, o el depósito de residuos nucleares alemán en Wolfenbüttel). Salvo en Canadá, donde los vecinos si muestran su descontento e indignación con la explotación, en las otras historias prevalece la disparidad de opiniones.
Asistimos básicamente a febriles movimientos de tierra, de desprendimientos, cascadas de piedra, trasvase de millones de metros cúbicos de tierra, mineral o gravas. Todo ello como si fueran pigmentos y una gran brocha desde las alturas las desplazara sobre el lienzo terrestre.
La culpa y la amenaza apocalíptica no pasan por alto a los testimonios. Lejos del maniqueísmo y de situarse en el tan manido eco terrorismo, la cinta humaniza a los trabajadores huyendo de una previsible criminalización del operario desalmado o del ingeniero frío y despiadado. El argumento de la presión demográfica, de nuestro modus vivendi, del estado del bienestar y de la necesidad de los recursos explotados se repite. Con mayor o menor convencimiento se esgrimen estos motivos. Asimismo no son pocos los testimonios que dejan escapar un chasquido resignado cuando son preguntados sobre cómo se sienten en su quehacer diario, que en cierto modo consiste en destrozar el paisaje que tienen ante sus ojos. Del fatalismo y los largos silencios al convencimiento (ciego) en el desarrollo. Cierto, algunos aseguran que la nueva tecnología permite multiplicar por 100 el rendimiento, a la vez que apostillan: “a este paso, en dos o tres generaciones el mármol de Carrara habrá dicho basta”.
Lo interesante de las breves alocuciones (nunca escuchamos las preguntas formuladas, las tenemos que inferir) es que están vertidas por personal, cuyo día a día transcurre entre dinamita y bulldozers y no por tertulianos, expertos coyunturales, políticos, lobbies o ecologistas. Es como si por un momento recobráramos el sentido común y las partes implicadas, las trincheras, se sinceraran sin necesidad de recurrir a los aspavientos y el sentimentalismo de la falsa retórica mediática. Sin caer en la simplificación y en la voluntad de agrietar más la grieta para indigestar más al oyente, al lector y al espectador. Y tenerlo así más a su merced.
Y todo ello sin apenas palabras. Earth es un documental cuyo mensaje calaría igual si desactiváramos los altavoces de nuestros equipos. Las ‘impurezas o escorias‘, por utilizar un término minero, serían mínimas. La única palabra que cuenta, a fin de cuentas, es la de la tierra y la roca en su permanente vaivén.
Ahora sólo queda volver a aprender a mirar por la ventana, no sea cosa que algún día, lejano o no, vivamos en un mediamarkt constante saturado de televisores de altísima definición que nos bombardeen paisajes tan espectaculares y deslumbrantes como extinguidos.
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