Il trovatore culmina la temporada liceÃsta
El Gran Teatre del Liceu concluye su temporada operÃstica con una producción goyesca de Il trovatore. Como buena ópera romántica, está ambientada en la época tardo-medieval.
Bien es sabido que en los tiempos de su estreno (1853), el público se deleitaba con las historias de caballeros con armaduras, guerras fratricidas, castillos, torres y claustros góticos, o con las sórdidas leyendas de brujas y personajes endiablados. En el librero de Salvadore Cammarano, basado en el drama homónimo del dramaturgo español Antonio Gutiérrez, encontramos buenas dosis de todo ello que, como no podrÃa ser de otro modo, nos arrastran hacia el funesto desenlace de sus personajes protagonistas.
Si bien el texto original está ambientado en el periodo de enfrentamientos entre el Fernando de Antequera, de la dinastÃa Trastámara, y el conde Urgell, como consecuencia del Compromiso de Caspe (1412-1416), la producción liceÃsta de Joan Anton Rechi sitúa la acción en el seno de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), valiéndose de la serie de grabados “Los desastres de la guerra†de Francisco Goya y otros cuadros del pintor aragonés, proyectados como telón de fondo de la escena. No obstante, a pesar de que el recurso logra su efecto en algún momento puntual de la obra, su uso reiterado, asà como la presencia del personaje del pintor en el escenario contemplando varias escenas de la obra, no contribuye a realzar la acción dramática, resultando al final del conjunto una impresión más bien pobre y reduccionista.
El reparto de la tarde del 23 de julio estuvo encabezado por el Manrico de Piero Pretti, un joven tenor italiano, debutante en el coliseo de Les Rambles, que sedujo al auditorio con una actuación fresca y desenvuelta. Su canto, sustentado con una voz dúctil y ligera, estuvo siempre al servicio de la acción dramática, resultando fluido en todo momento y saliendo airoso de su comprometida cabaletta “Di quella piraâ€. A su vez, el barÃtono polaco Artur Rucinski nos dio nuevas muestras de su elegancia canora, alcanzando una notable interpretación del Conde de Luna y bordando, con un envidiable dominio del  legato, su aria del segundo acto.
Entre las protagonistas femeninas reinó indiscutiblemente la colosal Azucena de Marianne Cornetti, arrolladora en la escena y dotada de un poderoso instrumento vocal, hábilmente explotado. La Leonora de Kristin Lewis, convertida aquà en una goyesca duquesa de Alba, si bien fue capaz de dar cierto relieve a algunas de las comprometidas páginas verdianas, quedó desdibujada en los pasajes de más coloratura. Su actuación, por lo general más bien discreta, se vio superada por las dificultades de la partitura.
Tampoco brilló en demasÃa el oficial encarnado por Carlo Colombara, bien al contrario que los agradecidos coprimarios de Maria Miró (Inés) y Albert Casals (Ruiz). El coro, especialmente la sección masculina, lució con garbo y excelencia los pentagramas del maestro italiano. La orquesta, conducida por Danielle Callegari, cumplió holgadamente, sin sutilezas pero con buen pulso dramático.
Al finalizar, el público aplaudió más satisfecho que entusiasmado, despidiendo asà una notable temporada operÃstica.
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