Preisner* Zimerman** Beczała-Kwiecień***
En algún pasaje remoto de Goyescas, hay una indicación a pie de compás que reza: Muy expresivo y con felicidad en el dolor.
Lo recordaba hace un tiempo Achúcarro en una clase magistral ante una joven pianista. Granados, como Mahler, poetizaba al pespuntear sus partituras con indicaciones a modo de versos sueltos. De otro pasaje decía el catalán que debía sonar Con celos de mujer, no con tristeza de viuda.
Esta contradicción ‘alegre en la tristeza’ tiene y mucho que ver con la idea de lo bello y lo inefable en la estética musical. ¿Son los valses y las mazurcas de Chopin alegres o tristes? No siempre resulta fácil definirse ante una cuestión aparentemente obvia. Triste euforia es lo que a veces transmite la música de Zbigniew Preisner, conocido en el mundo entero por haber puesto música a la soberbia trilogía de Krzysztof Kieslowski.
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El pasado 8 de octubre el propio Zbigniew Preisner estrenó en Wrocław, en la Sinagoga Bajo la Cigüeña Blanca (así se llama el escenario) su último trabajo Diaries of Hope. La soprano Lisa Gerard y el Coro y la Orquesta de la Filarmónica de Wrocław dieron vida a la partitura, que contó con la colaboración del joven prodigio vocal Archie Buchanan. Desde esta semana el registro sonoro está en todos los mostradores musicales de Polonia.
El punto de partida de la obra: versos de Abramek Koplowicz y Abram Cytryn, poetas adolescentes víctimas del Holocausto, resucitan del anonimato al tiempo que desaparecen los últimos supervivientes del genocidio. La idea no es nueva, Górecki debe su popularidad mundial entre otras a su Tercera Sinfonía, La sinfonía de los lamentos, de nuevo a partir de un texto exhumado de las paredes de Auschwitz. Desde el Diario de Anna Frank hasta El niño del pijama de rayas, el Holocausto bajo la óptica infantil, se ha convertido casi en lugar común.
No estamos ante ningún hallazgo musical. Diaries of Hope es un mantra lento de escritura sumamente sencilla con dos o tres ideas interesantes. Probablemente no sea lo mejor del compositor polaco, pero demuestra en varios momentos su capacidad innata para crear perennes auras emotivas, tomando elementos e ideas simples y sin apenas contravenir las reglas del abecé musical.
Entre lo más interesante de este oratorio resultó ser la interpretación del tiple Archie Buchanan. Cualquiera diría que Preisner concibió está obra teniendo permanente en mente el timbre de este joven, al que poco le queda para mudar su excepcional voz. Marzenie (sueño) lleva por título el poema de Abramek Koplowicz del que Buchanam exprime hasta la última gota de su ingenuo lirismo. Sus últimos versos Jak ja będę mieć dwadziescia lat, jak ja będę… (Cuando tendré 20 años, cuando seré…) a capella compendian la matriz de estos Diaries of Hope. Máxime si se tiene en mente que en polaco będę mieć significa tendré y będę ‘a secas’ seré.
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Krystian Zimerman, leyenda viva del piano, regresó a su Polonia natal con motivo del centenario del compositor Witold Lutosławski. El prestigioso intérprete, laureado el pasado 22 con la Cruz del Comandante en el palacio presidencial de Varsovia, se encargó el mismo día de abrir la temporada de la Philharmonia Narodowa junto a su nuevo y flamante director titular Jacek Kaspszyk. Para la ocasión interpretó el Concierto para piano de Witold Lutosławski, mentor de Zimerman, y a quien el compositor dedicó la obra.
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El aficionado belcantista polaco recibió la presente temporada de este año en el Metropolitan de Nueva York. El pasado 5 de octubre una docena de cines se llenaron hasta los topes para disfrutar de la dupla Mariusz Kwiecień (Eugene Oneguin) y Piotr Beczała (Lenski ). No cada día dos polacos se ven las caras, de tú a tú, y junto a dos rusos de la talla de Ana Netrebko (Tatiana) y Valeri Gergiev (mentor de la primera y autorictas absoluto del primer título de la temporada 2013/2014 del MET). El duelo eslavo estaba servido.
Uno no se cansa de escuchar, ver, indagar en el Eugeni Onegin de Chaikovski. Como bien puntualizó Gergiev en la entrevista entre bastidores: “Los soviéticos sabían bien lo que hacían cuando nos obligaban a memorizar el drama de Pushkin. El drama nos llevaba a la ópera y viceversa”. Qué mejor modo, si no, de conectar el padre de las letras rusas con el padre del romanticismo musical ruso.
Al margen de su voz, Kwiecień y Beczała mostraron unas dotes excepcionales como actores. Al menos esa es la impresión que me llevo, tras verles por primera vez en la gran pantalla. Mariusz borda su arrogante donjuanismo, y le impregna de paso una capa de humanidad, que hace más creíble su personaje. En el fondo pienso que Oneguin desprecia todo en la vida (mujeres, juego, estamentos, prestigio…). Su único asidero existencial es la amistad. Oneguin quiere ser vil pero no logra serlo del todo. Cree en la amistad. La amistad, que el mismo se encarga de dinamitar, al tensar en exceso, con sus devaneos frívolos, las grandes esperanzas del bisoño camarada Lenski.
Los ojos claros de Beczała le sirven de gran ayuda a la hora de dar vida y alma al vejado y sentimental Lenski. Al contrario que Oneguin, su atención a las reglas morales lo hace más débil y susceptible a las irreverencias, a los reveses y dobles morales de la supuesta clase noble.
En el fondo resulta del todo erróneo y absurdo tratar de simplificar esta ópera en términos de malvado y bueno, arquetipos válidos en no pocas óperas, pero no aquí. Ambos, y Tatiana por supuesto, son víctimas del fatum eslavo del que no pueden liberarse. Ese fatum, tanto o más implacable que el de las tragedias griegas.
Los amigos de la Metropolitan, que se encargan de diseccionarnos la ópera entre acto y acto, también nos cuentan el making off. Los propios cantantes se convierten en spoilers de sus papeles. Una vez más los yankies han conseguido convertir la cultura en show business.
Imagínense, segundos después de fenecer Lenski sobre el escenario, al final del segundo acto, la presentadora se apresuró a acercarle el micro al tenor y bromear con él: “lástima que te pierdas el último y tercer acto”. Quizás por eso Beczała y Kwiecień (Oneguin y Lenski) nada más batirse en duelo y bajar el telón, se tomaron la licencia de acercarse a la cámara y saludar en riguroso directo y en ininteligible polaco a los miles de compatriotas que los estaban siguiendo desde la gran pantalla.
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