El ‘pathos’ mozartiano según Jan Lisiecki
El vigésimo de los conciertos para piano de Mozart o el K. 466, según Köchel, dista, y no poco, del Mozart desenfadado, grácil y divinamente sencillo que a veces se nos vende. Nadie se opone a tales calificativos en otras obras, no en la presente. Un joven llamado Jan Lisiecki nos lo recuerda estos días allí por donde pisa. A Lübeck le tocó el pasado viernes.
El K. 466 o el número 20, como mi compañera de butaca me confirmó (uno no se maneja bien con la escala Köchel), es harina de otro costal. Es Mozart, claro está, fraseo y diálogo de una naturalidad aplastante, pero también conflicto y penumbra. No todo es delicioso. Re menor en la armadura. Desde sus primeros compases se intuye que corren nuevos tiempos. Mozart se lo piensa antes de dar entrada al piano. Abróchense los cinturones, cruzamos una zona de turbulencias. Times are changing, que diría el rapsoda.
El canadiense de origen polaco Jan Lisiecki lo tiene todo, para ser en un futuro, no muy lejano, uno de los grandes del piano de su gap. Si el marketing desaforado –menos mal que el disco ha muerto–, ni su juventud –18 años tan sólo– lo descentran del camino, estamos a buen seguro ante un apellido a retener. ¿El nuevo Kissin quizás? Interesante el duelo que se avecina en la Deutsche Gramophone con su compatriota Rafał Blechacz. Divino dilema.
Oficio obliga. Como todos los jóvenes talentos de su generación (Langs, Lis y un par de linajes asiáticos más) incorpora de fábrica los gajes del marketing promocional y la puesta en escena. Bastaba verlo con que desparpajo se desenvolvió el pasado 16 de agosto cuando la dirección del Schleswig Holstein Musik Festival le hizo entrega del Leonard Bernstein Award. Ante Rolf Beck, Jamie y Alexander Bernstein (hijos del prestigioso director y cofundador del festival) Lisiecki demostró que también sabe estar delante de las cámaras. Y decimos ‘también’, puntualizamos ‘también’, porque no acaba aquí el artista.
No se trata de otro pianista técnicamente solvente e irreprochable. Lisiecki tiene oídos. Los entendidos dicen que aúna profundidad y naturalidad. Antes incluso me atrevería a afirmar que tiene sonido propio. Esa cualidad, a veces tan difícil de lograr en el instrumento de las siete octavas y que está al alcance de tan pocos. Se quiera o no el piano no tiene un timbre estanco. Esculpir su sonido debiera ser prioritario en la formación del solista, aspecto no siempre justamente valorado cuando del teclado se trata. Y el sonido del piano se arma, se enriquece básicamente con la dinámica. En este sentido Lisiecki domina como un maestro el arte del forte-piano, por algo se bautizó así en su día al instrumento.
En la cadencia del primer movimiento dio sobradas muestras de lo hasta ahora expuesto. Natural, meticuloso, sauber (que dicen los alemanes) y ante todo pathos mozartiano. En el K. 466, según se desprende de la lectura de Lisiecki, hay verdadero pathos, en el sentido más beethoveniano del término si quieren.
En el tempo lento, el canadiense se permitió ir todavía un poco más lejos. La Romanza sonó casi a nocturno chopiniano. Demasiado introspectivo quizás, por ponerle un pero. Se diría que hubiera en esta interpretación una incongruencia cronológica, como si Mozart emulara a Chopin.
Y así, sin soltar del todo el sentir algo compungido de la romanza, se entregó con Lawrence Foster y la Joven Orquesta del Festival Schleswig Holstein al movimiento final. El veterano Foster dirigió a los coetáneos de Lisiecki sin excesivos alardes. Reservándose, quizás, para la exigente segunda parte, donde maestro y jóvenes se las vieron con cuatro colosos ravelianos, en el sentido más orquestal de la palabra coloso: Rapsodia Española, Pavana para una infanta difunta, Alborada del Gracioso y el Bolero. Este último con las 169 repeticiones de la archiconocida base rítmica. Foster hizo salir a saludar al joven percusionista de la caja. También subió al escenario el compositor alemán Peter Ruzicka, de quien en la primera parte se interpretó su Tallis. Einstrahlungen für Orchester (1993). Sensual fosilización de unos enigmáticos compases del polifonista inglés.
Una velada que demostró, una vez más, como la platea sigue echando en falta a público joven. No así en el escenario, donde el relevo generacional está garantizado. A buen seguro lo sabe mi acompañante de butaca. Al final resultó, mira por donde, ser la madre del artista. Enhorabuena Pani Lisiecki.
- Requiem de Mozart 1.11 “Cum sanctus tuis…”; silencios no facultativos ... en notas al reverso
- El verano que (no) sintonicé a Tomasz Stańko en notas al reverso
- Oro parece, órgano es en notas al reverso
- Estreno en la temporada del CNDM de Didone Abbandonata, la ... en música antigua
- La Educación Musical y su evolución histórica desde comienzos del siglo ... en educación
- Preciosismo versus fogosidad sonoras en reporTuria
- ‘Cómicas’ llega al Teatro de la Zarzuela para reivindicar a ... en lírica
dejar un comentario
Puedes escribir un comentario rellenando tu nombre y email.
Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>
comentarios
No hay ningún comentario aún, ¡Sé el primero en comentar!