El grado superlativo
Esta semana he explicado el grado superlativo en clase, el más latoso del temario. Coincidiendo con la vorágine de los 21º Grand Slams nos hemos adentrado en el no va más de los va mases
Habrá algún periodista deportivo, algún hooligan más bien, que siga pensando que el ínclito tenista está infravalorado, a mi entender es uno de los personajes más sobrevalorados de nuestro tiempo, en tanto en cuanto considero que el deporte en general también lo está. Pocos alcanzan el estatus de ‘el más grande’, sin necesidad de especificar el más grande, ¿de qué?. El periodismo actual se ha convertido en un intercambio de derechas, reveses y superlativos, llevamos dos años abonados al mantra de “la cifra más, el dato más, la incidencia más, el índice más, el riesgo más, la mortalidad más, … apuntalado siempre por la ya fosilizada muletilla “desde el inicio de la pandemia”.
El periodista es un artesano del grado superlativo, en el titular es cuando más se viene arriba, su punto álgido, su momento de mayor lucimiento con los riesgos de veracidad que ello conlleva. Diestros en el arte de exagerar tienen que calzarnos el “el más de” a cualquier precio. Lo mejor de los superlativos, a menudo, es que son incontrastables por lo superlativo (o superfluo) de su formulación y eso le viene de perlas al periodismo del superlativo fácil, del titular fácil, quería decir. Ya saben, eso de the best …. in town. Micro supremacismos cotidianos y veniales. Los latinos, superlativistas por naturaleza, nos apegamos al ‘más de’ como nadie más en toda la tierra. Nadie supera a la hora de superlativizar a los superlatinos más superlativos.
En octubre del año pasado se celebró en Varsovia el más prestigioso certamen de piano, para muchos, del mundo. Con periodicidad quinquenal, llegar al cuadro de salida es ya una proeza solo al alcance de los más perseverantes en el arte de sentarse… al piano. De los 87 elegidos para el cuadro final, Martín García García era el único español que optaba al más alto galardón del piano continental. Desde que en 1927, hace un siglo ya, se instaurará el certamen nunca, en sus 17 ediciones previas, ningún español tan siquiera había llegado a la fase final. Uno de los más reveladores indicadores de nuestro histórico rànking pianístico, si nos ponemos un poco estadísticos, forofos y tifosi, como tanto gusta a la prensa deportiva. De acuerdo con el jurado, que conforman algunos de los pianistas más notables de la actualidad, Martín García García fue elegido el tercer mejor pianista del certamen. Algún hooligan del gremio tiraría de silogismo doméstico y titularía a quemarropa con exacerbadísima vehemencia meridional y orgullo patrio: “Un gijonense, el tercer mejor pianista del mundo”o ya puestos “de la historia”, “de todos los tiempos”, que más da…quién da más. Superlativiza que algo queda. No fue el caso porque la proeza musical del pianista asturiano pasó de lo más inadvertida en los medios generalistas y en no pocos medios especializados. Lo más triste de todo es que seguimos convencidos de que el deporte, de élite o no, lo es casi todo en la vida. Como si la superación vital se circunscribiera casi únicamente a la práctica deportiva. El lector más avispado reparará que hasta la más burda frase de esta divagación contiene al menos un superlativo. Le pido disculpas por no predicar con el ejemplo, el mejor escribano hace un borrón (es solo una frase hecha para poder encasquetar otro superlativo).
Pienso a veces, cuando me pongo superlativo, que el grado comparativo y por supuesto su hermano mayor deberían desterrarse de nuestras gramáticas y por ende de nuestras vidas, como las botas de oro, el recuento de Champions, el medallero olímpico, los ránkings, los goyas, los grammys o cualquier fiebre contabilizadora con vistas a máximas absolutistas. Ahora he sido yo el que me he pasado varias galaxias: ciertamente, si un profesor quiere evaluar, necesita de algún modo graduar. Así que me toca retomar mi corrección de superlativos irregulares: gut… besser als…am besten! Eso sí, no me negarán que hay quien confunde la gradación de los adjetivos con su degradación. La competitividad más sana y loable es la que se vive en silencio y no requiere de permanente reconocimiento público. Antepongamos al circense non plus ultra un poco el ars longa, vita brevis. O si lo prefieren el siempre resultón y socorrido: menos es más.
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