Via Crucis de bufanda y corbata
El festival ‘Misteria Paschalia’ de Cracovia celebra su décima edición. De Pergolesi a Beethoven; de Christophe Rousset a Kristjan Järvi.
Si al Nazareno del santuario de Zebrzydowska (afueras de Cracovia) le hubiera dado por emprender su ascenso al Monte Calvario en sandalias o descalzo, sus ampollas habrÃan hollado un virginal bálsamo. Se habrÃan amortiguado sobre una alfombra blanca de 20 centÃmetros de grosor. La madrugada del Jueves al Viernes Santo no cesó de nevar en la vieja capital polaca, donde estos dÃas se celebra uno de los festivales de música religiosa más prestigiosos e incipientes de nuestro continente. El Misteria Paschalia llega a su décima edición y su semana de conciertos estaba repleta de formaciones de primer nivel. Desde La Capella Reial del Catalunya y el Hespèrion XXI, del infatigable Jordi Savall, a Les Musiciens du Louvre Grenoble, de Mark Minkowski.
Al cronista le sirvió para conocer de cerca otro exquisito grupo vocal-instrumental, apto, sobre todo, para paladares muy refinados. Les Talens Lyriques, dirigidos no tanto por la batuta como por el rictus y el giro de cejas de Christophe Rousset, regresaron a los Misteria Paschalia para sorprender al respetable con un repertorio de motÃvica mariana, tan sugerente como desconocido para la mayorÃa de los mortales.
A primera impresión podrÃa resultar poco menos que heterodoxo tocar el clavicordio de pie, a la vez que intenta uno con el rabillo del ojo mantener a raya a sus músicos. Pero el ‘método Rousset’ demostró no tener nada de cool, ni de efectista. Todo lo contrario.
Sólo de exquisito se puede calificar su magisterio. Rousset, su octeto vocal y su jovencÃsimo conjunto de cámara (sor)prendieron el pasado Jueves Santo al público cracoviense con un programa dedicado Ãntegramente a los lamentos de la Madre de Cristo. Las piezas escogidas, firmadas por autores nada sospechosos de ser mainstream: Leonardo Leo, Giovanni Battista Ferrandini o Tomasso Traetta, entre otros. De este último pudimos escuchar su Stabat Mater, que copó en su integridad la segunda parte del cuarto concierto de la Misteria Paschalia. Una obra de la que Rousset se ha convertido en uno de sus principales valedores.
En la primera parte escuchamos el Salve Regina de Pergolesi con la participación de la soprano española MarÃa Espada. Espada y Monica Piccini cerraron el bellÃsimo Judica Me Deus de Leonardo Leo, con unos inefables últimos compases a capella. Más operÃstica suena Il Pianto de Maria, atribuida a la dupla Giovanni Battista Ferrandini – Georg Friedrich Haendel, donde la expresividad italiana rebosa frente a la hondura del rezo en latÃn.
Les Talens Lyriques pivota su proyecto en tres pilares: el rigor de su sección de cuerda, la austeridad del bajo continuo y la nitidez vocal. Una música cuyos esfuerzos se encaminan a dar vida al texto, a declamarlo en toda su amplitud de miras posibles.
Elegancia tanto en escena como en el hall. Cracovia se vistió de sus más preciadas y cálidas galas ante las tardÃas nieves del Gólgota.
La Mitteldeutschland Rundfunk de ‘gira pascual’ por Polonia. El eje Leipzig-WrocÅ‚aw
De Cristo a Christophe, de Cristophe a Kristjan. En las antÃpodas de Rousset, el estoniano Kristjan Järvi (el menor de la saga Järvi) protagonizó uno de los conciertos más profanos y vitamÃnicos del festival sacro. Con escala previa en WrocÅ‚aw (primera parada de la gira), le pudimos escuchar el Martes Santo en la Filharmonia breslava, al frente de su orquesta titular, la Mitteldeutschland Rundfunk de Leipzig. La MDR cargó de adrenalina beethoveniana la cita y llamada al responso pascual.
Cualesquiera que sean las posibles traducciones del famoso Sturm und Drang prerromántico, probablemente entre las mejores figura la que el director de Tallin brindó de la penúltima sinfonÃa de Beethoven. Sonó ésta como si fuera una sinfonÃa impar y no como la analgésica octava, en sintonÃa con la cuarta y la sexta.
Järvi es puro nervio y puro carisma. Se asienta y se siente en el epicentro del hemisferio musical. Su dirección es coreografÃa pura. Dirige a la velocidad del sonido, sino más rápido. De matematizar la gestualidad de los directores de orquesta, seguro que Järvi tendrÃa uno de los mejores parciales de gestos por segundo. No dirige a 24 fotogramas por minuto, como todo el mundo, lleva un puntito más de empuje, de Ãmpetu, como si Buster Keaton hubiera regresado. Como si la música fuera a tempo y su metrónomo interno –acelerado- no quisiera perderse nada del festÃn sonoro. Estar en todas las partes del paisaje.
Puro Ãmpetu. Su deseo de dar a tiempo todas cuantas indicaciones sean posibles a la orquesta no conoce lÃmites. Si para algunas secciones no llega a tiempo, puede dar la entrada a lo Laudrup (atisbo a los violines, pero doy la señal sin mirar 180º a la derecha a los contrabajos). Lo importante es transmitir entradas, matices, réplicas, mimetizar sonidos y dar vida al corpus beethoveniano en toda su potencialidad.
El segundo movimiento de la octava de Beethoven sonó a cortejo dominical. AquÃ, más que en ningún otro momento, la plasticidad de su dirección rozó lo excelso. Järvi vibra, pero también se deja ablandar por los pasajes musicales más amables. Puntilloso, meticuloso y pese a ello pura vehemencia. Todo ello confiere a Beethoven una vis más melódica que analÃtica o abstracta. Un Beethoven más carnal, visceral o encandilado, como en el segundo y tercer movimiento, lejos del rigor al uso. Más prosaico, más mozartiano en el que la plenitud musical, y no tanto filosofÃa, pide paso.
En el allegro vivace final, los maestros leipzigueses sacaron el resto y la octava se encaminó, poseÃda ahora sà por el muss es sein, al inevitable triunfo. En la primera parte habÃan dado cuenta de la Obertura Académica de Johannes Brahms y del Concierto para violÃn ‘Metamorfosis’ de Krzysztof Penderecki, con JarosÅ‚aw Nadrzycki en la parte solista.
Tras la interpretación de la MDR Orchester, uno llega a a la bendita conclusión de que a Beethoven se le puede diseccionar por la vÃa analÃtica, desgajando hasta su último átomo. No obstante, también apelando a los detalles e inflexiones instrumentales; a su naturalidad melódica, no siempre realzada y a menudo oculta para algunos directores y públicos.
Una tanda de propinas magiares, danza húngara brahmsiana al canto, terminó de conquistar a los presentes. Carisma, muecas y música a raudales.
[CRACOVIA-WROCÅAW. 25-31/04/2013]
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