Del castillo de Wawel a la ‘ulica’ Grodzka, Cracovia se rinde a lo divino y lo profano
Los festivales Wawel o zmierzchu y Musica Divina redescubren respectivamente el repertorio romántico y medieval
Tan pronto la catedral de Cracovia toca las ocho la música irrumpe en el colindante patio de armas del castillo de Wawel . El ritual se repite a diario durante los diez primeros días de agosto en lo que se ha dado en llamar Wawel o zmierzchu o lo que es lo mismo Wawel al atardecer. He aquí uno de los múltiples festivales que agigantan la ya abultada agenda cultural local y de la que aquí damos cuenta, verano a verano, sin llegar a abarcarla nunca en su totalidad.
Chopin, Paderewski y Dvořak en sus facetas menos conocidas, léase la de compositores para voz, fueron los elegidos por el dúo formado por Iwona Socha (soprano) y Piotr Machnik (piano) el pasado 7 de agosto. Aunque servidor se queda con la interpretación en solitario de las Escenas de niños op.15 de Robert Schumann. El pianista polaco supo capturar el aura enigmática que encierran estas 13 célebres miniaturas, empezando por sus sugerentes y no siempre unívocos títulos y adentrándose en la inefable sintaxis del genio alemán no exenta de opacidades. Todo ello en el estado de duermevela, tan idóneo para la hora, con las campanas catedralicias de Wawel, apenas a 100 metros, siempre expectantes.
De los compositores anteriormente mencionados pudimos escuchar un extracto del op.74 de Fryderyk Chopin, armonizaciones sobre textos de Witwicki, Miczkiewicz y Zaleski. Otras tres composiciones del op.7 de Jan Ignaz Paderewski, toda ellas a partir de versos de Adam Asnyk, y dos perlas de Antonin Dvořak, extraídas de sus Canciones gitanas y de su inmortal Rusalka, bastaron para acreditar el buen quehacer vocal de la soprano Iwona Socha, generosa en todo momento y ágilmente parapetada por Machnik. Cuando entonó el Mio babino caro de Puccini, a modo de propina, ya era noche cerrada en el patio del rey Stefan Batory.
‘Musica Divina’, fervor y reivindicación del medievo
Guillaume Dufay, Guillaum de Mauchaut, Josquin Desprez, Cristobal de Morales y otros tantos genios del medievo y el renacimiento, anónimos a menudo, se han convertido en compositores de curso habitual en el verano cracoviense gracias a la labor de uno de los fenómenos musicales más notables de la última década en Polonia. La música de los siglos XIV, XV i XVI está más viva que nunca durante la primera semana de agosto en la vetusta capital polaca y buena culpa de ello la tiene Łukasz Serwiński, alma mater de este verdadero milagro musical bautizado como Musica Divina.
La Fundación Incanto ha conseguido llenar las iglesias del casco antiguo con propuestas musicales que resultarían quiméricas, sino temerarias, una década atrás. El mimo y cuidado reverencial en la preparación de cada programa, la exquisita calidad de los ensembles invitados y el fervor incondicional del público asistente (más joven de lo que uno pensaría) han dado la razón a Serwinski y confirman que las liturgias no han periclitado. En tiempos de ovaciones a destiempo, pantallitas por doquier y desacralización a manos llenas, Musica Divina contiene el ansia de aplauso y celular para lograr recrear la magia de esos tiempos que los manuales de historia tachan de oscuros y tenebrosos, y que quizás no hagan del todo justicia a la era que alumbró el Renacimiento.
La royal mile cracoviense lleva por nombre Grodka. La arteria más importante del casco antiguo de Cracovia comunica el Rynek, epicentro de la ciudad con el burg capitalino, a pies del Vístula, donde se ufana el castillo de Wawel. A menos de 200 metros de Wawel en la iglesia evangélica de San Martin, un reducto protestante en la catolícisima Cracovia de intramuros, se nos aparece tras el ocaso o zmierzchu la revelación: Musica Divina. Música cortesana para harpa de Ciconia, Machaut o Hofhaimer suena en paralelo a los románticos centroeropeos previamente mencionados.
‘Ero Cras’ en Agosto, Adviento adelantado
La formación italiana Micrologus liderada por Patrizia Bovi se encargó de inaugurar el 5 de agosto la presente temporada de Musica Divina con un programa monográfico dedicado al códice toscano Laudario de Cortona, datado en el siglo XIII. Esta colección de laudes marianos, pasada por el tamizo de esta formación italiana plagada de multi-instrumentistas (flauta doble, arpa, rebec, buccina, carrillón, …), no exenta de licencias profanas, mantuvo en vilo y reverencial mutismo a la audiencia por espacio de hora y media. Una cuidada puesta en escena – máxima en Musica Divina – que culminó con un improvisado correcalles por la nave central de la iglesia carmelita comandado por la cornamusa.
La escenografía intrínseca, aparejada a cualquier tempo religioso, que no decir del convento Carmelita de Cracovia y la basílica jesuítica de Nuestro corazón de Jesús, constituyen uno de los ejes en los que descansa la propuesta de Musica Divina. De nuevo lo pudimos constatar a propósito del concierto que el ensemble vocal flamenco Capella Pratensis ofreció el 8 de agosto en esta segunda iglesia. También en esta ocasión, una única partitura en el púlpito que compartieron los cinco coristas belgas: la misa Missa Ecce ancilla Domini de Guillaume Dufay. Basta decir que el concierto arrancó a oscuras con la antífona introductoria emergiendo del ábside, pero sin que los oyentes pudieran ubicar con exactitud el origen exacto de la fuente sonora. Como si se tratara de una voz espectral, la de un autor omnisciente que invita a la escucha o lectura detenida. De ahí nos situamos frente al altar. Constantes aunque leves cambios de iluminación y de registro (de la extensión grave al falsete), Lux ancilla Musica, pensaría la técnica de la mesa de mezclas lumínicas. No hacen tampoco ascos a la improvisación: la partitura deja un amplio margen de maniobra a los interprétes y estos no desperdician la oportunidad de impregnar su sello personal a Guillaume Du Fay seis siglos después.
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