Un quinteto por legado. Compositores polacos 3 (Chopin exclusive): Juliusz Zarębski
De Boccherini (endiablado Fandango) a Fauré; de Schubert (divina Trucha) a Brahms, el listado de quintetos (con o sin piano) que han pasado a la posteridad no es tan prolífico como el de su hermano mediano, pero consta de suficientes y relevantes exponentes para consagrarlo como un género camerístico per se y no como un remedo del patriarcal y canónico cuarteto.
Entre la nómina de quintetistas ilustres, la quintaesencia del quinteto, podríamos incluir, sin temor a precipitarnos, el opus 34 del poco conocido compositor polaco Juliusz Zarębski (1854-1885). Su corta producción compositiva estuvo muy condicionada por sus escuetas coordenadas vitales. A él se lo llevó también de forma prematura la tuberculosis. Su quinteto con piano, instrumento éste último del que era un reputado solista, parece llamado a convertirse en único testamento musical de su genio. Hasta hoy ha sobrevivido al autor en casi siglo y medio. Basta escucharlo, en una de las no tan escasas grabaciones existentes, para entender el porqué de su vigencia.
Hace una semana servidor no sabía quién era el mentado Zarębski, a decir verdad en la vida había escuchado semejante linaje. Vale decir que tengo poca retentiva para los apellidos polacos. Todo cambió cuando días atrás, contemplando el invierno desde un autocar de línea, sintonice la dwójka, la emisora especializada en música seria -así la llaman aquí- de la Radio Polaca. El tribunal del disco o algo parecido se llamaba la emisión. Desconozco si ha existido o existe una fórmula de programa semejante en España, pero de no ser así recomendaría que alguien tomara nota. Ingredientes: un moderador, tres o cuatro contertulios competentes y una única pieza musical rodeada de bisturís. Hasta aquí todo normal. “Una pedantería más” refunfuñarán aquellos que tienen la palabreja siempre en la punta de la lengua.
Lo interesante del programa es su desarrollo. Los tertulianos, y los oyentes claro, se someten a la escucha, por partes, de cada uno de los distintos movimientos. En el caso del Quinteto opus 34 de Juliusz Zarębski: Allegro, Adagio, Scherzo. Presto y Finale. Presto. Pero no sólo una vez, sino tres o cuatro. En cada ocasión suena una interpretación distinta. Por falta de tiempo a menudo no se escuchan los pasajes en su integridad, pero sí un extracto lo suficientemente extenso para poder comparar las versiones en liza. Se puede uno imaginar cómo continua la disección musical.
Tras cada movimiento, escuchadas a ciegas todas las interpretaciones del mismo, los tertulianos, léase jurado, las analizan y excluyen una de ellas. El moderador, acto seguido, y sólo en ese momento, comunica que versión han desechado, que intérpretes son los descartados, los nominados. Esto es, la audición transcurre en formato Operación Triunfo, eso sí, entre personas doctas.
En la escucha del segundo movimiento concurre por lo tanto una versión menos. Así se llega al final de la obra con dos únicas versiones incógnitas, que se disputan el plácet del jurado. Una vez dirimido, el locutor da los nombres de todos los ‘perdedores’ y los estudiosos se aventuran a adivinar el de la versión triunfadora, como si se jugarán el último quesito del Trivial.
Este programa demuestra que rigor cultural, amenidad y divulgación no deben necesariamente estar enemistados. A la vez que los oyentes vamos aprendiendo sobre la obra y el compositor y afinamos nuestra pericia analítica, se gesta una especie de quiz o trama detectivesca musical que mantiene en vilo no sólo la audición, sino el desenlace del programa en sí. De no ser por este sugerente guión quizás seguiría ignorando a día de hoy quién es Zarębski y no me habría dado este súbito venazo quintetero.
Juliusz Zarębski nació en Zithomir (territorio ucraniano en la actualidad) en 1854. Se formó musicalmente en Viena y San Petersburgo, donde compositores como Alexander Borodin le prodigaron no pocos elogios. Alumno de Franz Liszt, su carrera como concertista y compositor se vio truncada cuando gozaba del mayor reconocimiento y su nombre empezaba a sonar en los principales salones de Europa. La tuberculosis se lo llevó en 1885 y con él se marchó otro compositor apenas entrado en la trentena. El siglo XIX está plagado de ellos.
Su Quinteto con piano op.34 es una obra que enamora de primeras. A nivel de lenguaje quizás no destaque por ninguna aportación revolucionaria. Su escritura resulta, no obstante, inspiradísima y se apodera del oyente a la mínima. Aún siendo una obra camerística concebida por un pianista, sorprende la rica escritura de los pentagramas correspondientes a la cuerda.
La obra palpita desde el compás de entrada. Mis comentaristas aludidos de la dwójka mencionaron varias veces la palabra tajemnica (secreto), como si el piano y el cuarteto fueran portadores de un mensaje cifrado que aparece y se ausenta. También hablaron de si van de la mano o se distancian el uno y los otros. Confluyen, congenian, pero quizás es cierto que hay una cierta voluntad pasajera de contemplación pianística.
Su creciente pálpito se desboca en el scherzo del tercer movimiento. Zarębski ya no se guarda nada, el secreto irrumpe sin reservas. Es éste un pasaje contrastado, entre el aire profético inicial: conclusivo, casi apocalíptico, pura determinación; y el saltarín y folclórico motivo pianístico. El segundo irrumpe juguetón, sin titubeos tampoco, como queriendo quitar hierro al machacón pregón inicial. Un fugaz fugatto acompaña a continuación a las dos secciones, en cuyo transcurso se funden los dos motivos, hasta entonces diametralmente opuestos e irreconciliables.
Tan obsesivo es el tema inicial del scherzo, que, preso de él, el propio compositor lo utiliza también para el arranque del cuarto y último movimiento (Finale. Presto).
Catálogo breve el de Zarębski, fácil de sondear, y, a juzgar por su quinteto con piano (de obligada inclusión en la literatura del quinteto), más que recomendable su escucha detenida.
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