Lusławice, savia nueva y O2 para el legado de Penderecki
El Europejskie Centrum Muzyki Krzysztofa Pendereckiego reivindica al compositor polaco con festivales, masterclass y conciertos, coincidiendo con el 10º aniversario de su inauguración. Jerzy Dybał y otros cinco integrantes de la Filarmónica de Viena comparten atril estos días con jóvenes músicos de toda Europa, en el marco del Festival Emanacje, (2 de julio-2 de septiembre)
Este año se cumplen diez de la puesta de largo de uno de los auditorios más recónditos e inexplorados de Europa del Este. Efeméride compartida con el Festival Emanacje, concebido en y para este mismo recinto. Al bajar del bus de Zakliczyn, en las proximidades de Tarnów, a 70 kilómetros de Cracovia, nada invita a pensar que, camuflado entre colinas y maizales, se tropiece uno con semejante templo musical.
Bayreuth tiene su colina verde del mismo modo que Lusławice tiene desde 2013 su Centro Europeo de Música Krzysztof Penderecki, en el que tampoco escasean ni el verde ni las colinas. Fotosíntesis y fonosíntesis armonizan en este paraje como en pocos otros. Será cuestión de tiempo que el sueño del compositor de Dębnica adquiera la notoriedad que este magno proyecto pedagógico y divulgativo ambiciona. Tentativa difícilmente viable sin la implicación del Ministerio de Cultura polaco, fondos europeos y el gobierno del voivodato de Małopolska, entre otros benefactores.
Un radiante mediodía de julio recorremos el perímetro de este conservatorio estival desde cuyos acristalados flancos laterales se divisan campos de cereal sin agostar. Del auditorio nos llegan en sordina compases de su alma mater, omnipresente en cada rincón del complejo: ya sea el laberinto exterior que el propio Penderecki elucubró a escasos 300 metros o los espaciosos pasillos que conducen a las dependencias (con cabida para 120 músicos) o salas de ensayo. En cada pasadizo interior halla fotografías, afiches, carteles de festivales (el ubicuo Penderecki tomó en la década de los 90, las riendas del Festival Casals de Puerto Rico) partituras, recursos multimedia o insinuaciones musicales, que dejan constancia de quién apadrinó en origen este proyecto. También hay espacio para otros grandes de la música polaca del siglo pasado como Witold Lutoławski, Karol Szymanowski, Grażyna Bacewicz, Wojciech Kilar o Mieczysław Karłowicz. Una constelación cronológica pone a Penderecki en contexto con dichos predecesores y un ‘tunel del tiempo’ nos remonta a sus orígenes compositivos. Tronos de terciopelo negro se interponen al paso al visitante para que éste pueda escuchar fragmentos del periódo elegido.
De la sala sinfónica nos llegan las cuerdas de la Orquesta Projekt Penderecki. Jerzy Dybał, contrabajista de la Filarmónica de Viena desde 2007 y a la sazón director en residencia del festival Emanacje, ensaya tres partituras de su entonces mentor (la Sinfonietta n.2 , el Agnus Dei del Requiem Polaco y el Intermezzo para 24 instrumentos) junto a jóvenes de Polonia, Austria, Alemania, Japón, Israel o Ucrania. En su labor docente le acompañan otros cinco colegas de la Musikverein. Cada verano Dybał cambia de hábitos, de apuntalar la mítica orquesta vienesa en su prestigiosa sala dorada a ser él quien da las órdenes en Lusławice.
No resulta ni pretencioso ni aventurado presentar a Dybał como una de las batutas más acreditadas para glosar musicalmente la figura del compositor polaco, que este año habría cumplido 90. La conexión Penderecki-Dybał fue, y sigue siendo hoy, uno de los engranajes clave de la iniciativa que nos ocupa. Tras un maratoniano ensayo de casi cuatro horas departimos con Dybał sobre el karma de Lusławice, las filias y fobias del compositor polaco y el testigo que asume el contrabajista al frente de Emanacje.
Enter partituras y parterres
A kilómetro y medio de la pequeña localidad de Zakliczyn, en plena campiña precarpática, se levanta la mansión de Lusławice, en la que desde 1975 pasó continuas temporadas el maestro. Así se dirigen los promotores de Emanacje a su desparecido y último morador, Krzysztof Penderecki.
Antes de que el matrimonio Penderecki se hiciera con esta residencia veraniega, este coqueto dwór de maderada atesoraba ya siglos de historia. Quizás su morador más notable, con el debido permiso del maestro, fue el teólogo italiano Fausto Socini (Siena 1539 – Lusławiec 1604). Este activo reformador combatió el trinitarismo en tierra hostil, se las tuvo con el catolicismo imperante, decidió fijar residencia entre el enemigo y se convirtió así en referente del arrianismo polaco. Su panteón, que no sus restos, se integran en los famosos jardines, que año tras año, a lo largo de cinco décadas, el maestro fue proyectando entre composición y composición, o simultáneamente. Son muchos quienes afirman que la obra musical y la botánica del maestro son indisociables, retroalimentándose la una de la otra.
La floración y la arborescencia son a Penderecki lo que la ornitología a Messiaen. Este panteón neoclásico es uno de los muchos tesoros, junto al icónico laberinto, joya de la corona con sus cuatro kilómetros lineales de trazado, que alberga el famoso Arboretum. Hasta 600 variedades distintas de pinos, 132 robles, decenas de variedades de magnolias y un sinfín de arbustos se confabulan contra el verano continental brindando una sombra muy de agradecer en días como hoy. Una kaplica laica, a medio camino entre pagoda y pabellón, posibilita albergar eventos musicales también en invierno. En vida del compositor, antes de que existiera el auditorio anexo, los encuentros musicales se convocaban outdoors, entre parterres. Esas citas regulares de carácter eminentemente privado sentaron las bases del futuro festival Emanacje. Más de cuarenta años invirtió el maestro en moldear este jardín, del que actualmente cuidan a diario siete jardineros. No sin razón hay quien la considera la composición más extensa de Penderecki. Un opus magnum en permanente creación, abierto al público todos los fines de semana del año.
Quizás recuerdan aquella intrigante película protagonizada, monopolizada diría yo, por Michael Caine, que transcurría en una mansión ausente de servicio y plagada de marionetas y bustos no parlantes. Una sensación similar a la del protagonista de La Huella (1972) invade al visitante del complejo deambulando en solitario por los aledaños del auditorio. La sapiencia y erudición del difunto anfitrión se pone de manifiesto al poco de recorrer los pasillos del auditorio o los vericuetos del Arboretum. Puertas abiertas, largos pasillos, varios bustos del escultor Adam Myjak, fotografías … La huella de Penderecki se explicita también en las salas de ensayo, donde su música no es rareza, sino más bien divisa.
Jerzy Dybał, toma el relevo
Lusławice és a Penderecki lo que Port Lligat a Dalí: el refugio de un genio, en el que éste da rienda suelta a su cosmogonía en medio del más absoluto anonimato. Ciudadano del mundo, difícil apuntar algún gran teatro o sala de conciertos no pisada por el matrimonio Penderecki, Elżbieta y Krzysztof concibieron así un locus amoenus, donde poder echar raíces…ni que fuera en sus ratos libres.
Cuando en 1975 los Penderecki adquirieron este dwór a escasos 50 kilómetros de su Dębnica natal no solo buscaban contrarrestar el tumulto de la fama y el reconocimiento, que ya comenzaba a atenazarlos, sino dar rienda suelta a la otra pasión del músico: la botánica. Durante los meses de verano no hay prácticamente día que no aparque un autobús junto al cuartel del centro musical. No siempre son hordas de melómanos los que de allí descienden, las más de las veces jubilados más interesados en la horticultura que en leer partituras.
De la filia botánica que alentó este proyecto musical da fe el primer anteproyecto: levantar el auditorio en el mismo jardín, al borde del laberinto. Bien aconsejado Penderecki finalmente desistió – explica Dybał. El suelo del jardín no se antojaba el más propicio para proporcionar cimientos sólidos y estables a una sala de conciertos.
El desarrollo orgánico de la partitura y su paralelismo con la ciencia botánica, como si una composición no fuera más que una yedra, que en lugar de crecer verticalmente lo hace en horizontal, es una de las premisas pendereckianas que el director Jerzy Dybał intenta trasladar al ramillete de adolescentes que estos días se arremolinan en torno a su púlpito. Desde una visión cenital el trazado arboreo, característico la disposición orquestal, entorno a un solo tronco se antoja la mejor metáfora del principio fundacional de Emanacje. Las 650 localidades se hallan vacías en el momento de le ensayo, ahora suena el arranque de la Noche transfigurada de Schönberg. Sus vacilantes notas iniciales resuenan en esta caja acústica de madera noble. Diez años después el perenne aroma de sauna, casi incorrupto, sigue impregnando el banco de butacas y el proescenio.
No le falta razón al contrabajista polaco, metido a director en sus ratos y retiros libres, a la hora de considerarse un árbol más del Arboretum de Lusławice. Tres años después del fallecimiento del polifacético músico, el magisterio del compositor sigue vivo y sus jardines y planteles gozan por igual de excelente salud. El tiempo dirá si resisten mejor su paso las partituras o sus exóticos ejemplares de magnolias y coníferas.
Para el concierto programado el 8 de julio Dybał seleccionó tres obras del maestro jardinero de Lusławice. Una terna, que nos permite abarcar tres periodos diferenciados de la producción del maestro: el Intermezzo para 24 instrumentos, exponente de su etapa más deliberadamente vanguardista, el Agnus Dei una obra de carácter neorromántico, extraída de su Réquiem, y su Sinfonietta número 2, donde dejan entreverse reminiscencias de Anton Webern. Esta velada alusión a la Segunda Escuela de Viena cerró la primera parte, para reanudar y completar la velada con la Noche Transfigurada del factótum del dodecafonismo, Arnold Schönberg. El concierto tuvo una primera entrega el día anterior en el Rynek de Cracovia, en el icónico edificio de Sukiennica.
Tres años después de la muerte del compositor polaco más relevante del último tercio del siglo XX, reservamos a Szymanowski y Lutosławski los dos cetros anteriores, la música del Penderecki sigue sonando y despertando el interés de las nuevas generaciones. Parte del nuevo resurgir se lo debemos a Jerzy Dybał. Éste era un adolescente, cuando el maestro se fijo en él y le arropó bajo el paraguas de su reputación internacional. La relación maestro-alumno con el tiempo dio paso a un trato de tú a tú.
Dybał fue el encargado de dirigir a la Sinfonietta Cracovia durante las exequias de Penderecki en marzo de 2022 (con dos años de retraso, a causa de la pandemia). Poco antes obtuvo el beneplácito de la viuda Elżbieta Penderecka para arreglar unas partituras manuscritas inéditas, que salieron a la luz póstumamente. Se trata de unos manuscritos alusivos a la Fedra de Séneca, Eurípides y Racine, que presumiblemente debían conformar su quinta ópera de gran formato. Ópera inconclusa y frustrada, a la que Dybał puso orden y concierto, para convertirlos en una suite, estrenada el pasado mes de febrero en Varsovia al frente de la Orquesta y Coro Nacional de Polonia.
He aquí una de las señas de identidad de Penderecki, según Dybał: su versatilidad formal. El maestro cultivó también la diversidad en lo estrictamente musical, prodigándose a su vez en todos los géneros. Una práctica que le entronca con la tradición de los grandes compositores y relativiza cuando menos su simplista encasillamiento vanguardista. Óperas, oratorios, sinfonías, cuartetos, música religiosa, conciertos para instrumentos solistas, música cinematográfica, incursiones jazzísticas, música electrónica… Ninguna disciplina le fue ajena y en no pocas alcanzó un nivel de excelencia notable.
El proyecto Penderecki, cruzará este verano la frontera polaca, para desembocar a principios de agosto en el Mozarteum de Salzburg, donde clausurará la prestigiosa Sommerakademie Angelika Prokopp, con las obras anteriormente mencionadas. De nuevo Dybał empuñará la batuta.
Su agenda no desmerece a la que en su cénit gastaba su mentor. Al exigente nivel de excelencia que requiere la Filarmónica de Viena (el contrabajista nos recuerda que una orquesta de este nivel conlleva 90 días de viaje al año), cabe añadir sus compromisos con la Sinfonietta Cracovia, el Festival de Zabrze, el Festival Emanacje y recientemente el apadrinamiento de miembros una Orquesta de Charkiv, huidos de la guerra.
En este remanso del río Dunajec, a menos de 100 kilómetros de la frontera ucraniana, el sosiego y el culto musical marcan la agenda de sus jóvenes inquilinos. Las únicas disonancias que se dejan escuchar por estos lares son las que escribió a sabiendas el maestro Penderecki.
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