Pollença prolonga un mes más el ‘verano salzburgués’
Iván Martín y el Cuarteto Casals encumbran el Festival Mozart 2021
La comparación que prosigue, además de odiosa, peca de presuntuosa. Admitámoslo. A lo largo del mes de septiembre Pollença ha emulado cada sábado a la ciudad natal de Wolfgang Amadeus Mozart con un ciclo de cuatro conciertos consagrados al genio salzburgués. Casi una secuela a renglón seguido del prestigioso el festival austriaco.
A fuerza de estrujar mucho ambas fotogenias, uno puede establecer ciertos paralelismos entre la localidad mallorquina y la bella ciudad austriaca. Salzburgo se otea desde su Festung, al igual que Pollença desde su Puig de Maria; la Felsenreitschule, espacio abierto que acoge buena parte de las producciones operísticas del Festival de Salzburgo, encontraría su parangón en el Claustre de Sant Domingo, en el que días atrás se escuchó un Don Giovanni en versión de concierto. Ambas localidades, situadas al pie de las montañas, aúnan cultura y naturaleza, binomio infalible para espíritus de inquietudes quietas.
Mozart 2021, es la merecida revalida a la buena acogida del Festival Beethoven 2020 en idéntico escenario, un año atrás. El presente evento tampoco está a salvo del todo de la fórmula efeméride-reclamo (en diciembre se cumple el 230 aniversario de la muerte de Wolfgang Amadeus). Los artífices de este micro festival, un año más dentro y fuera de las bambalinas, han sido el director de orquesta Bernat Quetglas y el pianista Magí Garcías. A su buen quehacer hay que sumar el concurso de dos invitados de lujo: el pianista canario Ivan Martín y el cuarteto Casals, amén de otros dos solistas baleares de primer nivel como son el pianista Andreu Riera y el barítono Simó Orfila, entre otros.
De la orquesta al cuarteto
Concierto para piano nº 23 en La Mayor (4 de septiembre)
La obertura de las Bodas de Fígaro sirvió de ídem igualmente al festival que nos ocupa. A la Orquestra de Cambra de Mallorca le faltó algo de brío en su primera acometida, pero en seguida se pusieron a tono con la llegada de Iván Martín al escenario. El aclamado pianista canario disfruto de lo lindo con esta jovial obra concertística, explicitando en su rictus, su cabeceo y su fraseo la naturalidad del discurso, contagiando y contagiándose de la orquesta y del sólido mando del director Bernat Quetglas. Exquisito el tempo el que solista y la orquesta acordaron.
En el tiempo lento el pianista esbozó al teclado un idilio de exquisita tristeza en el que por momentos parecían asomar preminiscencias chopinianas. Un oasis de reposo, que contrasta abruptamente con el resto de la obra, y que los movimientos impares se encargaron de encapsular y reducir a bello paréntesis. La inercia propia de la obra impuso su ley, esto es, un Mozart que aúna vitalidad plena salteada por algunos incipientes achaques de Sturm und Drang prerromántico.
Antes de la pausa pudimos escuchar una propina de resonancias bachianas. Si a quien escribe no le falla el oído una de las fugas de Bach que Mozart arregló y aderezó a su estilo. Martín, sin restar un ápice del entusiasmo ya exhibido, maridó con idéntica entrega, hasta con humor se diría, a ambos genios.
Ya solo en el primer atril, Quetglas despachó en la segunda parte la Sinfonía nº 35 en Re Mayor ‘Haffner’ al frente de la Orquestra de Cambra. La joven formación y su no menos joven titular resolvieron con oficio la exigente partitura especialmente el presto final, donde las recurrentes síncopas y las notas a contratiempo, no permiten bajar la guardia en ningún momento. Los músicos ejecutaron las anacrusas con precisión y certero sentido musical, infundiendo a este final el contagioso ritmo que su autor le insufló en el pentagrama.
Cuarteto en Do mayor, de las Disonancias (18 de septiembre)
Si en el concierto inaugural salió a relucir la vis más amigable del Wunderkind, el tercero, protagonizado por el Cuarteto Casals, desempolvó al Mozart más sombrío y menos prístino. Programar en la misma sesión el Cuarteto en menor K. 421 y el de las Disonancias apunta a declaración de intenciones, que busca huir de los estereotipos más manidos sobre la desenvoltura mozartiana.
Franz Josef Haydn, concretamente su Cuarteto en re mayor op.20 nº 4, única concesión del festival a una partitura no mozartiana (en el segundo de los conciertos escuchamos efectivamente un Minueto y Trio en Do mayor atribuido a Nannerl Mozart, a nivel nominal tan Mozart como su hermano), resultó ser el más desenfadado del menú seleccionado por el Cuarteto Casals. Estereotipar a los grandes compositores conlleva un doble riesgo. Así quien acudió a la Esglèsia de Monti-sion convencido de la esperada inyección de jovialidad y buen ánimo, como servidor, se dio de bruces con el Cuarteto en re menor K.421.
La partitura que escuchamos como carta de presentación nos descubre un Mozart pensoroso y no menos pesaroso. Apenas atisbos, fogonazos del savoir vivre mozartiano. En su ausencia se prodigan pasajes más bien tenebrosos y hasta asoma la ofuscación. Hay en esta casi media hora de música abundantes compases que destilan cierto desasosiego o cuando menos lo incuban. Mozart y el desasosiego, menuda injuria pensará más de uno. Tan solo en el Minueto y Trío del tercer tiempo logra el salzburgués sacudirse ese pesar, ese halo de tiniebla, que la mascarilla, a juego con la tarde canicular, no hacían sino agravar.
En la segunda parte, dedicada en exclusividad al Cuarteto en Do Mayor K465 de ‘Las Disonancias’, menos temible lo que su apelativo vaticina, la interpretación se hizo más discursiva e intensa. Hechos ya a la acústica la excelente formación camerística dejo muestras de por qué son un referente entre los cuartetos de cuerda. La lectura que nos ofrecieron los integrantes del Cuarteto Casals (Vera Martínez, Abel Tomàs Realp, Arnau Tomàs Realp y Jonathan Brown) nos descubrió o recordó la existencia de un Mozart más introspectivo y filósofo, no exento a su vez de claroscuros y dilemas, como si en su seno pugnaran la clarividencia compositiva innata y el spleen romántico que el fin de siglo fraguaba. Dos bises cerraron la intensa velada camerística.
Al margen de la literatura orquestal y la camerística el Festival Mozart 2021 también repasó la vis pianística y operística del homenajeado apuntalando así los cuatro frentes cardinales. Los pianistas Andreu Riera y Magí Garcías interpretaron el 11 de septiembre una cuidada selección de sonatas del compositor en residencia, clausurada ésta por la Sonata para dos pianos en Re major K448. Por su parte, el joven director balear Bernat Quetglas dirigió el día 25, a modo de broche final, Don Giovanni en versión semi escénica con un elenco vocal nada desdeñable, en el que destacaban el barítono menorquín Simó Orfila y la soprano Marta Bauzà.
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