Decíamos ayer…, desmentimos hoy
Reflexión sobre la bipolaridad y la polarización informativa
El Radiola del comedor tenía ocho canales, con sus correspondientes ocho regletas de sonido. ¿Por qué?, se preguntará el joven milenial. Inconcebible que no fuera así en aquellos entonces. Al determinismo tecnológico se le resisten los nuevos paradigmas, que el mismo alimenta y retroalimenta. Los últimos canales, si no recuerdo mal, solo emitían nieve, cartas de ajuste o alguna emisión extemporánea en blanco y negro. La búsqueda en el UHF, infructuosa. La pantalla plana, en permanente curva gestante entonces, no concebía la remota posibilidad de más de ocho realidades. Así salían de fábrica, no porque presagiaran la obsolescencia programada, sino por buena fe (por una fe moderada y cauta en el desarrollo tecnológico). Las realidades mediáticas o catódicas se limitaban en los 80 a las generalistas y a las incipientes autonómicas. Hasta aquí se extendía la vista de nuestro modesto horizonte mediático.
Ciertamente hasta finales de los años 90 preservamos cierta ingenuidad. Audiencias homogéneas, crédulas o simplemente menos reflexivas. Ni los receptores éramos tan malpensados ni los emisores jugaban tan sucio. Una relativa candidez mutua, que tardó todavía unos años en plegarse al share. Recuerdo como aún, en la facultad, se hablaba de publicidad engañosa, de anuncios subliminales, de competencia desleal… No como epítetos, que es lo que son en realidad hoy, sino como calificativos distintivos, como si existiera realmente, por oposición, la propaganda imparcial, o el partidismo equitativo o el provecho altruista. A medida que aumentaban los canales en el mando a distancia, nos fuimos envileciendo. Tanto los que estaban delante como detrás de la pequeña pantalla. Se aceptaron maniobras y astucias, años atrás censurables y sinónimo de mala praxis. La información se volvió más líquida, algunos afirman que más plural. Quizás ambas cosas.
Estrené el siglo XXI leyendo en la Biblioteca Albertina de Leipzig La era de la información, del hoy ministro de Universidades, Manel Castells. En los 21 años que llevamos de este siglo 21 mucho me temo que mejor no ojear ese libro de nuevo. Al ritmo exponencial que cambia la información desde el doble cambio -milenio y siglo-, es harto probable que el libro adolezca de no pocas actualizaciones pendientes.
En la primera década del presente siglo había millones de blogers en Europa. El Blogger se expone hoy al ninguneo de no reciclarse pronto en influencer, instagramer, prosumidor (cruce entre productor y consumidor de información y sospechoso homofóno de presumidor) y todos los neologismos que están por llegar. En 40 años de dos o tres canales a millones de gurús. Y subiendo.
Resumiendo, si las cifras son ciertas (esa es otra, menudo baratillo de número desde la sobrevenida fiebre estadística Covid), YouTube sube cada minuto a la red 500 horas de contenidos nuevos (cifras, por supuesto, difícilmente contrastables, probablemente inexactas y siempre cuestionables). Esto es, 30.000 horas a la hora, lo que arroja un total de 720.000 horas de YouTube recién horneadas al día. O lo que es lo mismo, para poder visionar todas las primicias youtubers generadas hoy necesitaríamos invertir 82,2 años íntegros de nuestra vida. Me pregunto qué capacidad de reflexión profunda puede esperarse, si uno no quiere perder comba de la actualidad youtuber… Eso nos aboca al confinamiento perpetuo, nuestra postración ante el altar del monitor. Al suero del móvil, del eyewatch, del pinganillo.
Como quien da una cifra por dar una cifra. Baile de cifras, lo llaman en jerga periodística, no sin tino. A fin de cuentas, una cifra, sea cual sea, siempre viste la noticia y la reviste de supuesta credibilidad. Ya sean contagios, incidencias, curvas, decesos, inmunizados… Por no hablar de los porcentajes, hoy hasta la meteorología ha sucumbido a la dictadura del porcentaje. Nadie dice si lloverá o no. Para no pillarse los dedos, mejor hablar de un 80% de probabilidad de precipitación.
Y, mientras encendidos debates dialécticos (ya superados) siguen avivando las tertulias radiofónicas y las tribunas de prensa, el algoritmo, como una termita disciplinada y desapercibida, va carcomiendo y corroyendo la dermis social. Los medios convencionales se han quedado a nivel de la corteza. ¿Qué poder tiene hoy un líder de opinión, el más buscado de los influencers, el mandatario electo, si me apuran, ante el poder larvado del algoritmo?
He aquí el eterno dilema:
¿Es el algoritmo el reflejo de nuestra voluntad o nuestra voluntad el reflejo del algoritmo?
¡Grita más, hay mucho ruido de fondo!
A más manada, más necesita uno gritar. La exageración se hace más necesaria, máxime cuando, todo el mundo tiene voz, y quiere ser oído. La polarización constituye la principal consigna de la voraz tenía algorítmica, de cuyos hilos pende nuestra voluntad. De los ocho canales pasamos a mi avatar algorítmico que me cocina el menú informativo editorial que más conviene a mí, cada vez más delicada, digestión. Cuanta susceptibilidad. Prima el discurso de la tolerancia, pero lo cierto es que crecen las intolerancias alimenticias, las alergias, las fobias. Recetan mentes supuestamente más tolerantes en metabolismos cada vez más intolerantes. Incoherencia o ley de la compensación.
Es usted un negacionista convencido, gigas y gigas de negacionismo a la carta, para apuntalar su búnker. Por el contrario, es usted un balconazi en potencia, un chivato responsable, su credo le convencerá de que el incivismo campa a sus anchas y usted es el ciudadano ejemplar y solidario, modelo a seguir. Los otros son díscolos y sus temeridades, punibles. Todo muy inquisitorial, a fin de cuentas.
La exageración es directamente proporcional al número de voces que toman parte en el ágora, o el galimatías informativo, en su defecto. A más voces, más debe uno gritar, para hacerse oír. En un mercado de cuatro expositores no importa vocear en exceso las viandas, quien quiera comprar género comprará y quien no, podrá salir del mismo sin incurrir en un acto consumista indeseado. En una gran superficie resulta mucho más difícil salir indemne de la celada.
Algo similar sucede en la esfera mediática. Si hay tres canales, no hay porque alzar la voz en exceso; si por contra hay tres millones de canales: hay que vender al precio que sea. Si uno no grita o exagera, difícilmente se hará oír. Eso afecta tanto a la aristocracia, a la BBC, pongamos, como al peón del tabloide. Ya no solo por una mera supervivencia, sino por el mero hecho de hacerse oír, de existir. A menudo me pregunto por qué diantre invierto tiempo en estas disquisiciones de perogrullo, si, a mucho estirar, cosecho una docena de likes.
Nada nuevo bajo el sol, los titulares siempre han sacado músculo. Con o sin anabolizantes, un titular siempre abulta. Las armas las carga el diablo y los titulares el redactor jefe. Quien no haya asistido a un cierre de edición, no sabe a qué me refiero. Si hay un elemento dopado en un cuerpo informativo es el titular a tres, a cuatro, a cinco columnas. Schlagzeilen (las líneas que golpean) lo llaman los alemanes. El titular es la media aritmética (imposible) entre un epígrafe pretencioso y un reclamo publicitario, un atisbo de rigor y una deliberada voluntad de sesgar. Una mezcla de eslogan y un precepto. La búsqueda del superlativo fácil, del superlativo cotidiano. Superlativa y vencerás.
El mundo de ayer
Este texto, o lo que resulte, amarillea al tiempo que lo escribo. Word me sugiere que cambie de tipografía (book antiqua) al entender que lo que escribo caduca en tiempo real.
Nos contaban en la EGB que Fray Luis de León retomó sus clases, tras cinco años de inhabilitación preventiva, con esa célebre frase ‘Decíamos ayer’. Un paréntesis de cinco años para retomar la tesis inacabada un lustro antes. Un imposible en nuestra era. Hoy a más de un contertulio le bastan cinco minutos para defender una tesis y la contraria, por deliberado cinismo o por incompetencia.
La radio está llena de prestidigitadores vocales. En contra de lo que se afirma, no creo que peligre tanto la competencia lingüística de las nuevas generaciones como su capacidad de reflexión. (Decir blanco hoy y negro mañana, está perfectamente aceptado y hasta bien visto, habrá algún sofista que lo esgrima aún como prueba de su magnánima pluralidad). A fin de cuentas, para ser un buen comercial, hay que tener labia. No lo olvidemos, aquí todo producto, material o espiritual, tiene una finalidad última: ser consumido, ergo ser vendido. Ya sea un manojo de perejil o una experiencia.
No me considero un gran lector, ni lo soy, pero a veces logro sumergirme de lleno en aquello que leo. A juzgar por los testimonios literarios de Joseph Roth, Stefan Zweig o Ludwig Wittgenstein la Viena que conocieron a principios del siglo pasado las élites debía ser un mundo pétreo, lo más parecido a una zona de confort, donde todo estaba preestablecido. Tanto era así, que algunos de sus personajes prefirieron salir de ese confort, tan rayano con el hastío, y enrolarse en la Gran Guerra para dar esquinazo a su pacto estamental e ir al encuentro de algún elemento sorpresivo; una vicisitud azarosa. En pocas metrópolis europeas como en Viena, el fin de los imperios y la brecha de la Gran Guerra modificaron tanto el sentir de una sociedad y el pulso de una ciudad.
No es extraño, por tanto, que en su compilación de recuerdos El mundo de ayer, Zweig inicie su retrospectiva sentimental con un sintomático capítulo titulado Die Welt der Sicherheit (El mundo de la seguridad). Una época, la de los últimos decenios del Imperio, donde todo estaba estipulado y el vienés noble, el burgués y el vulgo aceptaban su rol con una mezcla resignación y orgullo a la par. Todo ello da a entender que muchos aceptaban, sin más, su posición en la pirámide, sin necesidad de que fueran obligatoriamente ingenuos, lelos, alienados o retrasados.
Lo mismo podríamos decir nosotros, pero en un sentido más despectivo a mi entender y proyectado en esta ocasión hacia el futuro, no hacia el pasado. Podríamos conjeturar que el mundo que se nos viene encima será el Mundo de la Seguridad. Apelando al valor supremo de la seguridad uno puede apisonar, a la mínima, derechos fundamentales de la persona. Nada se deja al albedrío de la casualidad, cualquier incidencia tiene su culpable directo. La inacción como receta para evitar tomar riesgos.
Hace más de un siglo Zweig asistió a la desintegración de su Welt der Sicherhei, de su zona de confort, la llamaríamos hoy. Los periodistas de cabecera radiofónicos dicen hoy blanco y mañana negro con la misma vehemencia. Se quedan tan anchos, confiando en que Nemolandia o Memolandia haya olvidado lo que decíamos ayer. Fray Luis de León retomó sus lecciones con su célebre decíamos ayer. Mucho me temo que serían pocos los periodistas que podrían enlazar sus emisiones con un año de margen con el inmortal decíamos ayer…
Tanto el ayer de Fray Luis como el de Zweig son tanto más poéticos o evocadores en tanto que se alejan a la literalidad del término ayer. Leer El Mundo de ayer, hoy, equivale a remontarse un siglo y medio atrás. Cuando los periódicos diarios vivieron su edad dorada (seguramente menos dorada de lo que nos antojamos).
La lectura del diario, en severo peligro de extinción, ha sido relegada a residual disciplina jubilar de cafetería. A veces tardo diez minutos en percatarme de que estoy leyendo el diario de ayer. Por momentos hasta me alegro del desliz, de mi descuidada actualidad. Jactancioso de mi indisimulada desactualidad.
Y es que el concepto de prensa diaria es tan obsoleto como el de prensa. Ni la periodicidad es diaria, los periódicos se actualizan, rectifican, revisan a espasmos irregulares (en la red la unidad de tiempo es irrelevante). Ni tampoco es prensada… A falta de estos dos elementos distintivos, resulta quimérico pretender exigir reflexión a los medios, a los políticos, a los gurús culturales, a los científicos que intentan sacar cabeza en un mundo que funciona a golpe de efecto.
La supresión de la fe de erratas de los diarios: la constatación de que la errata no es noticia, sino hábito. No hay nada que no sea subsanable en un continuum de información desbordado, que no cesa, cada vez más desvinculado de periodicidades e impasses de reposo para la reflexión. Déficit de Überschlafen, que dicen los alemanes. Desmentir al día siguiente una información errónea antes era un acto que rezumaba cierta penitencia: entonar el mea culpa. Hoy nadie se sonroja por admitir la versión contraria a la expuesta horas antes. Hay quiénes lo practican deliberadamente sin el menor rubor. Vivimos, de hecho, en la rectificación permanente.
En la Viena finisecular, léase de final del siglo XIX, en las cafeterías, nos cuenta Zweig, uno podía leer la prensa austriaca, alemana, francesa, algunos rotativos italianos y hasta publicaciones inglesas. En los cafés y salones este medio alcanzó su mayor apogeo y probablemente será en las cafeterías, donde tarde o temprano, uno lea, no sin cierta desazón, la necrológica de la prensa escrita.
Todo ha quedado obsoleto: el Radiola, la práctica periodística, las añejas etiquetas. Nos emperramos en seguir adscritos la manida dialéctica de derechas e izquierdas. Los credos han pasado a mejor vida, por mucho que contertulios y analistas, como si llevaran años confinados en formol, sigan insistiendo en izquierdas y derechas, populismos y demócratas. Como si nuestra percepción del día a día se redujera a esta lateralidad anticuada, imprecisa y burda. Al blanco y negro del Radiola descatalogado.
***
El equipo de música ha dejado de sonar. El último track digital. Tras dos o tres segundos de demora, oigo esa especie de eructo reprimido, que señaliza el fin de la digestión digital. Ese regurgitar, seguramente es un guiño, una herencia tecnológica o un homenaje al levitar de la aguja del surco de vinilo. Tras su última revolución, levando el ancla, recula en silenciosa marcha, pero audible, y pone rumbo a la cochera.
________________
- La cuarta sinfonía de Antonín Dvořák bajo notas al reverso
- “Rendez-vous à Wroclaw”. Brahms, Klemperer, Masur… Una passejada per la ... bajo notas al reverso
- Año Wagner en Polonia bajo notas al reverso
- Harzberg, el monte de las ánimas y del rapsoda bajo notas al reverso
- Audiciones para refuerzo de Piano, Trombón, Tuba, Viola y Violonchelo ... bajo pruebas de acceso
- Prodigios musicales en la España vaciada bajo festivales
- Aarón Zapico inaugura el 72 Festival Internacional de Música y ... bajo festivales
- 84 Quincena Musical de San Sebastián bajo festivales
comentarios
dejar un comentario
Puedes escribir un comentario rellenando tu nombre y email.
Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>
Al fin y al cabo, una sensación de pérdida de tiempo por el exceso de información, que a menudo no llega ni a eso. Exceso en todo, el cual se autosuprime dando lugar a la nada. De los múltiples canales posibles, ocho creo que he leído, a centenares que ya casi nadie mira, porque ahora reina el móvil con su youtube, com sus accesos directos a noticias que nunca fueron limpias, pero claro, cuando la oferta era mínima, y no lo sabías, te creías informado o por lo menos “al tanto”. En definitiva, la “desertización” del nihilismo. Para que nos entendamos, el mundo se vuelve con rapidez inhóspito, y dejamos de creer. Ahora bien, con suerte se multiplicarán todavía más los gurús y, como ahora, sonreiremos al recordar a Iker Jiménez. Era un engañatontos, pero solitario hacía un poco de gracia. Saludos.
Los medios de comunicación y su tendencia natural al amarillismo. Crean la opinión pública, cultivan la exageración que tanto demandan las masas y después, cuando la tendencia, empresa o partido que los respalda les dice que ” ahora no toca eso”, dicen lo contrario o arrinconan aquello que era la noticia del milenio, recubriendo de cotidianeidad las situaciones más esperpénticas.