Otello regresa al Liceu
Cinco años después, el Otello verdiano volvió a recalar nuevamente en las tablas de Liceu para resarcirnos de la insípida producción proveniente de la Deutsche Oper berlinesa, del 2106. Para ello, los responsables del coliseo catalán no escatimaron medios artísticos, congregando un equipo de intérpretes de gran interés, encabezados por la rutilante batuta de Gustavo Dudamel.
En los papeles del trío protagonista de la obra, se alternaron en doble reparto Gregory Kunde, Carlos Álvarez y Krassimira Stoyanova, por un lado, y Jorge de León, Željko Lučić y Eleonora Buratto, por otro. En la función del pasado 10 de abril, tuvimos la ocasión de escuchar estos últimos, quienes hicieron las delicias del auditorio. De León abordó el rol del moro veneciano con arrojo y gallardía, ostentando una línea canora segura, incisiva, de rotundos agudos e inflexión expresiva; con un poco más de rodaje escénico, estamos convencidos que el tenor canario podrá sacar mucho partido de este exigente papel. Por su parte, el barítono serbio Željko Lučić nos brindó una envidiable recreación del perverso Yago. Su interpretación resultó intensa y rica en matices, tanto en el plano vocal como en el escénico, marcando el pulso de la obra con intervenciones de alto voltaje dramático. Completó el trío de ases la exquisita soprano Eleonora Buratto, dueña y señora de un canto delicado, diáfano y afectivo, magistral en el dominio de las medias voces y en la interiorización del desvalido personaje shakespeariano; no solo brilló en sus páginas más célebres del cuarto acto, sino que supo aprovechar todas sus intervenciones para destilar la candidez escénica y musical de su eterno personaje.
Completaron el reparto con gran pulcritud el conjunto de coprimarios, entre los cuales son dignos de subrayar el Cassio de Airam Hernández, El Roderigo de Francisco Vas y la Emilia de Mireia Pintó. Mención especial mereció también el coro de la casa dirigido por Conxita García, aunque las mascarillas restaron volumen y brillo a las voces. La orquesta titular brilló con aliento sinfónico bajo la batuta del maestro venezolano, quien supo exprimir el ritmo fluido y trepidante de la partitura, quizás algo pasado de voltaje en momentos puntuales – en la tormenta inicial, el coro resultó prácticamente inaudible -, aunque siempre atento al concierto entre las voces y el foso. Su presencia demostró no ser solo un buen gancho para el público, sino también un revulsivo para unos cuerpos musicales capaces de rendir a un gran nivel.
La producción bávara firmada Amelie Niermeyer tuvo sus mayores logros en la dirección de actores y la ágil gestión del movimiento escénico; la traslación de la ambientación de la obra a los tiempos contemporáneos, no aportó ni resto nada al desarrollo de la acción dramática – tratándose de un Shakespeare, su alcance siempre es universal y atemporal – ; la duplicidad de escenarios simultáneos aportó menos reflexión que confusión. Con todo, al finalizar la función el público aplaudió con satisfacción, especialmente por la excelente labor de los intérpretes y del conjunto orquestal.
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