Pasión latina por partida doble
En jornadas sucesivas, los pasados 9 y 10 de agosto, el Festival Castell de Peralada acogió dos conciertos de gran formato protagonizados por dos astros del firmamento musical latinoamericano: el tenor peruano Juan Diego Flórez y el director venezolano Gustavo Dudamel.
Arte e inteligencia peruana
Por el festival ampurdanés han desfilado las grandes voces tenoriles de los últimos tiempos (Kaufmann, Beczala, Camarena. Calleja, Villazón, por no hablar de Domingo…), siendo Juan Diego Flórez una de las voces más fieles y aclamadas desde su ya lejano debut en 2002. Durante estos años de intensa actividad, el tenor peruano, a diferencia de otros malogrados colegas, ha cosechado una inteligente carrera que le ha permitido ensanchar su repertorio hacia roles de mayor peso vocal de una forma firme y progresiva. De este modo, sin renunciar a sus cualidades de soberano indiscutible en el repertorio ligero (aun sigue siendo una de las voces estelares más esperadas en el anual certamen rossiniano de Pesaro), en tiempos recientes ha ido incorporando papeles más líricos, principalmente del romanticismo francés y del Verdi más belcantista, siguiendo la estela de su idolatrado Alfredo Kraus.
En el generoso programa desgranado en el certamen de Peralada, acompañado de la soprano armenia Ruzan Mantashyan, dio notables muestras de esta solvente evolución. El primer bloque del programa se abrió, después de una cuidada interpretación de la obertura de la ópera Mignon de Ambroise Thomas, a cargo de la Orquestra Simfònica del Vallès, con una selección de arias y dueto de Roméo et Juliette de Gounod, en donde la elegancia del fraseo y la insolencia en el registro agudo reafirmaron que la marca de la casa del peruano sigue impoluta. La páginas de la Lucia de Donizetti y, ya en la segunda parte, de Faust y de Manon, sensiblemente estilizadas y acomodadas a piacere por Flórez, con el beneplácito del servicial director Guillermo García Calvo, denotaron su plena asimilación del repertorio lírico romántico. A su lado, la delicada soprano armenia lució un bien modulado instrumento que logró hacer lucir las páginas más líricas del programa, quedando tan solo empañada en sus ataques al agudo, estentóreos y tirantes.
Después de una incursión al repertorio verista con las páginas del primer acto de La Bohème, que quizás pecaron de un exceso de deje belcantista, el tenor regaló un tercer bloque de canciones al entusiasmado y sediento auditorio, entre las que sonaron Granada, el famoso dúo taurino de El gato montés, tres canciones populares en las que, como viene siendo habitual en sus últimos recitales, se acompañó el mismo con la guitarra, y una ostentosa “Nessun dorma” que acabó desatando el éxtasis y el furor de un público puesto en pie.
Garbo y arrojo venezolano
La excepcional Mahler Chamber Orchestra, sensiblemente reforzada de efectivos, se presentó el pasado 10 de agosto en el auditorio de los jardines del castillo de Peralada para ofrecer un ambicioso concierto bajo la cotizada batuta de Gustavo Dudamel.
La primera parte comprendió la música incidental que Felix Mendelssohn dedicó a la obra dramática de inspiración shakespeareana El sueño de una noche de verano. Para ello, el director venezolano contó con la feliz concurrencia del Cor de Noies de l’Orfeó Català, de las solistas Mercedes Gancedo (soprano) y Lídia Vinyes-Curtis (mezzo), de su compatriota Alberto Arvelo, como director artístico de las proyecciones visuales que acompañaban las secuencias musicales y dramáticas, y de su esposa y actriz María Valverde, como narradora. La segunda parte estuvo protagonizada por la colosal sinfonía Titán de Mahler, una obra que puso a prueba el extraordinario talento y virtuosismo discursivo de la orquesta que ha tomado el nombre de su compositor.
En ambas obras, Dudamel sedujo por su temperamento jovial y dinámico, alejado de lecturas filológicas o excesivamente analíticas. Su dirección, envolvente y vitalista, sin renunciar a detalles preciosistas, no se pierde en esencialismos y tiende siempre a un discurso alegre, fresco y desenvuelto. Una praxis que logró brillar más en la segunda parte del concierto, fundamentalmente por lo episódico de un montaje fragmentario que no acabó de cuajar en la primera parte. Quizás, sus movimientos centrales de la Sinfonía nº 1 de Mahler resultaron los más redondos del conjunto, aunque el optimismo, el arrojo y la espectacularidad arrolladora del frenesí sonoro conclusivo lograron encandilar al nutrido público que acudió a la gran cita sinfónica de esta 33.ª edición del Festival de Peralada. Bravo maestro.
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