Maqbeth con Maq de Maquiavelo. (De Inverness a Palma pasando por Lisboa)
Según parece el libreto de Macbeth no terminó de convencer nunca a Giuseppe Verdi. Compositor y libretista (Francesco Maria Piave) se enzarzaron en un intercambio de reproches y revisiones.
Entre tanto retoque no es de extrañar que el texto final adolezca de algunas incongruencias de guión. Uno no es quien para criticar el genio de Busseto, pero desde el punto de vista del mero espectador, no tanto oyente, hay algunas transiciones que se me antojan poco creÃbles.
Apenas un par de compases para que Macbeth se erija en el futuro asesino de su mejor amigo resultan ciertamente insuficientes. Como si la conciencia no pesara, fuera de quita y pon. En la ópera, al igual que en el drama de Shakespeare dos son las dimensiones preponderantes: la sobrenatural y la psicológica (recordemos que Lady Macbeth, tras oÃr el oráculo, trama la traición acomodando la versión bruja a la de los hechos futuros). La incógnita de si en Macbeth prima la malvad humana o se realizan concesiones a lo sobrenatural concita uno de los principales atractivos del scottish play. En el Macbeth, de Verdi, concretamente en la producción del Teatro Nacional Sao Carlos de Lisboa, que el pasado mes de marzo pudimos disfrutar en el Teatro Principal de Palma, encaja mejor la segunda de las tesis. La primera requiere acaso un trabajo más del detalle, mucho menos efectista que el coral, pero indispensable si se quiere llegar a la raÃz de esta oscura alegorÃa del poder.
La escena inicial, ese cónclave de brujas, arranca muy prometedora. La regista italiana Elena Barbalich ha encajado con sabidurÃa las estampas colectivas en el conjunto, fiel a la partitura y al texto, sin gratuidades hueras. De buenas a primeras el espectador se sumerge en la dimensión onÃrica, y el oráculo, esa lámina pulida donde se refleja el sino del futuro rey (futuros reyes) de Escocia se convierte en un sabio y omnipresente macgufinn.
Muy bien engastados entre sà los leitmotivs: el espejo, los escudos y los cristales, cual bozal protector ribeteando la corona real. Ese trono tenÃstico, que asemeja la del juez de silla, muy lograda metáfora de la soledad del poder y del vértigo que produce situarse en la cúspide y otear las miserias humanas, desde las alturas, desde la visión de conjunto. En esta época de tanta controversia monacal y realezas a la baja, la corona afilada y el trono a cuatro metros del suelo nos recuerdan que el oficio de rey, cuando menos en su dÃa, no era tan envidiable como nos lo figuramos. Los reyes y prÃncipes de los cuentos poco, o nada, tienen que ver con los de Shakespeare. El prÃncipe de Maquiavelo, nada tiene de azul.
El por qué de que la ópera no termine de calar hondo quizás haya que buscarlo en las escenas solistas. Ante la complejidad de las mismas, se ha querido poner inciso más en los cuadros corales. Asistimos intrigados y compungidos al conjuro, a las conspiraciones, al gran coro de asesinos (Chi v’impose unirvi a noi), a la coronación (Salve, o Re!). Al exquisito coro patriótico inicial del cuarto acto (uno más en el catálogo de Verdi): Patria opressa! Por contra, en las distancias cortas, este Verdi no termina de dejar impronta. Los diálogos del matrimonio Macbeth, las traiciones, la tortura de la psique, el enajenamiento final de los dos protagonistas, no logran remover ni violentar en exceso el ánimo del espectador. Se dirÃa que le falta calado, pausa, intensidad, frialdad y un tempo más pausado para inocular lentamente, exponencialmente, repudio y abyección a la butaca.
Cuando Verdi se dispuso a dar horma sonora al drama shakesperiano, uno percibe que el italiano arrastraba ansias de música coral. A mi entender en el Macbeth original prima, no obstante, la psique interior al entorno. Y los escrúpulos, y sobre todo la carencia de los mismos, debieran conformar uno de los principales resortes. Por contra, parece que el operista se decantó más por la brillantez de las escenas corales y nos legó deslumbrantes partituras para voces mixtas. Quizás sea eso lo que uno no asimila bien, demasiada luz en una historia tan brumosa y lúgubre.
Lástima que el desdichado Banco (Rubén Amoretti), por deferencia al oráculo y al libreto, no alcanzara a vivir más allá del segundo acto. El bajo burgalés fue de largo la cuerda más solvente entre los solistas, amén de desbordar escénicamente al resto del elenco. Lord Macbeth (Dario Solari) y su esposa (Maribel Ortega) estuvieron correctos, aunque sus personajes resultaron menos creÃbles y afectados por momentos.
Más de una tercera parte de las escenas trascurren entre hordas escocesa, como si estas ejercieran cierto influjo o meya en los protagonistas. El coro aprobó con buena nota el compromiso y no menos la orquesta, con firme dirección de Andrés Salado. Excelente y redondeada escena inicial con un pasaje a capella, que aquà si despidió fúnebre lamento a tanta miseria humana, a tanta sangrÃa por una corona zurcida de cristales quebrados.
La producción del Teatro Nacional de Sao Carlos de Lisboa que se pudo ver entre el 5 y el 12 de marzo, atesora no pocos aciertos escénicos aunque no logran transmitir todo el maquiavelismo La duda moral, el estigma de Macbeth, queda excesivamente diluido entre las brumas de los Highlands. Uno sale del Principal con el cuerpo demasiado entero y con apenas algunos rasguños en la psique. Heridas demasiado leves tratándose del pavoroso tÃtulo. Nicolás Maquiavelo no pertenecÃa a ningún Mac-Clan, pero entendió, al igual que el Bardo, que a todo clan le acompaña sus sombras, ya sea en las Hébridas o en Venecia.
La temporada de ópera parece remontar el vuelo en la capital balear. Apuntalada por la afluencia de no pocos abonados extranjeros, Palma parece revivir el esplendor de los años 90 cuando por el carrer de Sa Riera, desfilaban nombres como Dolora Zajick o Joan Pons y algunas retransmisiones se hicieron merecedoras de entrar en la programación de TVE2. Cuando la cadena generalista, qué tiempos, todavÃa retransmitÃa ópera en directo.
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