The Sound of Light, la oscuridad se cierne sobre Rameau
MusicAeterna | Teodor Currentzis. Sony Classical, 1 CD [88843082572], 2014. T.T: 41:37.
El conjunto ruso realiza su aportación al Año Rameau con este The Sound of Light, antologÃa de algunos de los momentos orquestales más impresionantes de su producción, en unas lecturas absolutamente personales y ciertamente discutibles.
La efeméride rameauniana sigue dando sus frutos, a pesar de que está llegando a su fin. Han sido varios los conjuntos que se han puesto manos a la obra para grabar algunas de sus óperas, algunas de las cuales ha encontrado por fin un registro sonoro perdurable, pues no se tenÃa todavÃa versión alguna en disco compacto. Otros, sin embargo, han optado por empresas menos ambiciosas para honrar la figura del genio de Dijon, sin ser por ello, no obstante, carentes de interés. A este segundo grupo pertenece el registro discográfico que aquà se presenta.
En la lÃnea de álbumes como el célebre Une symphonie imaginaire –con que Les Musiciens du Louvre – Grenoble | Marc Minkowski obsequiaron al mundo en 2005–, Sony Classical presenta aquà una curiosa aportación –no por lo original de la misma, sino por las lecturas que se acometen en la misma– que muestra fragmentos instrumentales y vocales –estos en menor medida– extraÃdos de algunas de las principales obras para la escena de Rameau: Les Fêtes d’Hébé, Zoroastre, Les Boréades, Les Indes galantes, Platée, Naïs, Hippolyte et Aricie, Dardanus y Castor et Pollux.
Los protagonistas son la orquesta y coros barrocos MusicAeterna y el director Teodor Currentzis. Cualquiera que conozca el hacer previo de conjunto y director sabrá por dónde pueden ir los derroteros. Si por algo se caracteriza el director griego es por su extrema visión de los repertorios que interpreta. Para Currentzis siempre parece muy poco lo que hay en las partituras, lo que le lleva, con mucha frecuencia, a lecturas desmedidas en las que la búsqueda del efecto antes que el afecto parece ser la premisa fundamental. The Sound of Light, asà titulan el álbum, a través del que Currentzis muestra su aportación a la música de Rameau, que define de la siguiente manera:
El fenómeno más extraordinario en la vida es la luz. Nos da aire, vida y amor. Entonces, ¿Cómo explicarÃa a alguien que no conoce el sol, lo que es la luz? Le pondrÃa música de Rameau. Estaba tan adelantado a su tiempo que para comprender la frescura y la visión auténtica de su música, tienes que apartarte de la concepción común de cómo se supone que debemos tocar esta o aquella música – «¡Ah, Barroco francés! Ah!». Por supuesto que puedes sentir el perfume del periodo barroco, los distintos sabores del aire del siglo 18. El mobiliario, los sueños rotos, los eventos fantasmagóricos, los fuegos, la pasión… Pero «Barroco» es sólo un término histórico, con el que se describe universos de sonido completamente diferentes entre sÃ. No estoy intentando producir el sonido barroco más «auténtico». Quiero ir más lejos y encontrar esas partes de mà mismo que todavÃa no conozco.
Entrar a debatir las ideas que en él origina la música del francés serÃa un ejercicio un tanto inútil –a pesar de que no comparto varias de sus premisas–, puesto que es lÃcito que cada intérprete posea una percepción propia de la obra de un artista. Lo que sà pasaremos por nuestro análisis es la manera en que plasma estas ideas en la praxis performativa. Y es que el gran problema que nos viene a la mente al terminar de escuchar este registro es que acabamos de oÃr música gloriosa de Rameau, sin duda, pero que en realidad no termina de sonar a Rameau. Y esto no suele pasar, obviamente no con las versiones de conjuntos franceses, pero tampoco con conjuntos foráneos a la patria del de Dijon. La pasión, la luz y el color francés son, por supuesto, conceptos compatibles que pueden encajar –de hecho en otras versiones lo hacen– de manera fantástica. Sin embargo, cuando uno escucha este disco tiene la sensación de que las cosas no fluyen de manera natural, sino que gran parte de lo que sucede es absolutamente forzado. Y es una verdadera lástima, porque los intérpretes están perfectamente dotados para poder realizar versiones con un fundamento razonable y cuyo resultado final sea mucho más consecuente con la música que hay detrás.
Las partes vocales llevadas a cabo por la soprano Nadine Koutcher resultan tan contrastantes que por momentos no parecen interpretadas por la misma cantante. Por un lado resultan tan ajenas a la música de Rameau que casi parecen una caricatura. El exceso, ese es el problema. La escena de la Folie –Platée, acto IV, escena II– tiene, sin duda, una componente cómico importante, pero no por ello se debe caer en el dislate humorÃstico carente de todo sentido. No posee, además, un bello timbre, y su registro parece hacerse más y más limitado por momentos –escúchese su participación en el dúo Forêts paisibles, de Les Indes galantes, junto al bajo Alexei Svetov–. Algo mejor en la delicadÃsima aria de Hippolite et Aricie, Temple sacré, séjour tranquille. Por otro, sin embargo, es casi etérea, y su capacidad expresiva su torna descomunal, especialmente en la subyugante aria Tristres apprêts, pâles flambeaux, de Castor et Pollux, en la que muestra un dominio apabullante de las dinámicas bajas, el fiato y la capacidad para el legato expresivo. Si no consiguen emocionarse en ese momento, realmente no lo harán con nada.
El concurso de MusicAeterna es realmente muy bueno. La orquesta barroca siberiana posee una sonoridad realmente brillante. Son muy capaces técnicamente, lo que facilita muchos aspectos en una música tan compleja en lo rÃtmico y lo armónico como es la de Rameau. Es un conjunto con muchas posibilidades, destacando especialmente su capacidad para aunar fuerzas en una misma dirección. El feedback entre los miembros parece –al menos asà lo sugiere la sonoridad– realmente total. Sus posibilidades son enormes, como asà lo demuestra su facilidad para adaptarse en cuestión de compases a dinámicas, agógicas y caracteres absolutamente extremos. Excelente el trabajo de Afanassy Chupin al liderar una sección de cuerda numerosa con un sonido muy homogéneo y lÃmpido.
El principal problema en las interpretaciones reside, a mi entender, en la concepción que de la música de Rameau tiene Teodor Currentzis. Ya decimos que a estas alturas esto ya no sorprende, no para aquellos que hayan escuchado lo que ha hecho anteriormente con música de Henry Purcell –del que ha dicho que su producción está más cerca de la música sufà que del Barroco inglés– o Wolfgang Amadeus Mozart. En cierto modo es un provocador, cuya búsqueda constante de lo extremo es lo que, en mi opinión, le ha llevado al éxito. Lo que sucede es que hay música y obras que aceptan mejor que otras la transgresión. La de Rameau, por muy luminosa y moderna que resulte –estoy de acuerdo en ello–, no lo hace. Y es que uno no puede plantearse su música, repleta de hondura expresiva y reflejo de un carácter genial, como algo ora liviano, ora atormentado. El contraste desmedido no funciona. Añadir algunos instrumentos ajenos a la orquesta «rameauniana», como son el laúd y el arpa, puede resultar un experimento interesante desde el punto de vista tÃmbrico, pero hace que pierda fuerza dramática si se utilizan en momentos inadecuados –quitar el apabullante acompañamiento del fagot en Tristes aprêts para añadir el arpa aporta un color novedoso, pero le resta mucha emoción, al que, por otra parte, es el mejor momento de todo el disco–. Además, la inclusión de fragmentos ajenos a la obra original –transiciones, acordes finales, incluso clusters– es sin duda la peor de las consecuencias a las que nos lleva la concepción del director griego. Cuando uno busca la expresión por medio de esos recursos, o con la aceleración o ralentización extrema de los tempi, no da la sensación al oyente de que se está intentando sorprender, sino más bien que o el conocimiento sobre la obra interpretada es escaso –lo que no nos gustarÃa creer–, o que se busca el camino de la falsa emoción por el sendero más fácil.
Grabado en 2012, pero publicado ahora como aportación a los fastos «rameaunianos», con un trabajo de grabación muy bueno por parte de Nicolas Bartholomée y Damien Quintard –aunque en algunos momentos privilegia en exceso los graves–, y un diseño elegante y original, nos deja algún destello de calidad, pero no consigue fascinar merced a unos planteamientos ajenos a la obra de Orphée-Euclide que terminan por deslucir el registro, casi como si de Les Boréades se tratase y no hubiese vencido lo apolÃneo, sino la obscuridad de los vientos del norte.
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