10º Musikfest Berlin. Sonó la trompa alpina y el verano se apagó
El pasado 3 de septiembre se inauguraba la Musikfest Berlin. Brahms-Barenboim-Berlin, trío de B mayúsculas en la Philharmonie.

Barenboim / Dudamel / Berliner Staatskapelle © Matthias Creutziger
El pianista argentino despacha en una tarde los dos conciertos del genio hamburgués
Ensalzar las proezas del ironman Daniel Barenboim tiene mucho ya de Perogrullo. No hay registro que no esté dispuesto a pulverizar, en el sentido más literal del verbo. Con él se agotan los adjetivos, como gusta decir al cronista deportivo. En tiempos de culto al deporte extremo, al “más difícil todavía” le queda mucho “todavía” aún. La última bravuconada del argentino: meterse entre pecho y espalda, y casi del tirón, los dos conciertos para piano de Johannes Brahms. Aconteció el pasado 3 de septiembre. A propósito de la misma bromeaba Barenboim (o no) que, “de haber compuesto Brahms un tercer concierto lo habría tocado de propina”. Le acompañaron en esta ocasión la Staatskapelle Berlin y Gustavo Dudamel. Con todos ellos abría semanas atrás, verano aún, el X Musikfest Berlin en la Philharmonie.
A golpe de talonario, esta cita lleva camino de convertirse en coda final de los festivales de verano. Del 2 al 22 de Septiembre la capital alemana no sólo exhibió músculo sinfónico propio, sino que importó orquestas foráneas de primer nivel (London Symphony Orchestra, Royal Concertgebouw o Cleveland Orchestra). Hasta aquí todo entra dentro de la normalidad. Lo que no deja de sorprender es que de los 23 compositores programados, más de la mitad pertenezcan al siglo XX. Ocho de ellos viven incluso. El Musikfest Berlin parece dispuesto a cuestionar la manida ecuación: sala sinfónica = museo del siglo XIX.
Quizás no alcance nunca el status de pianista legendario, pero con el Adagio del Concierto número 1 en re menor op.15 bien se ganó un diván en el Olimpo de los grandes. Dice Barenboim que no sabe si toca bien el piano, “eso sí, lo toco mucho”, apostilla. La cuestión es cuándo. Basta echar un vistazo a su agenda para que a uno le invada el vértigo. Ríase del estrés. Al momento se siente uno la nada misma en persona. A sus casi 72 años no deja de sorprendernos.
La primera vez que entré en la Philharmonie, 12 años atrás, Barenboim se desdoblaba entre Unter den Linden y Postdamer Platz, dirigiendo casi a diario. Ora un Tristán ora un ciclo de lieders de Mahler. Tres o cuatro títulos de Wagner en la Staatsoper y otras tantas cimas sinfónicas en la Philharmonie, liquidadas en poco menos de semana y media.
Quiero decir, como todo el mundo sabe, que no estamos ante un pianista a tiempo completo. El mérito de Barenboim no es que sea un grande ante el atril, en el foso o frente al teclado. El mérito es que lo sea en los tres sitios. Y ahora sí, tras tanto preámbulo, entremos en materia.
No es Barenboim el único pianista que se ha merendado las dos cimas sinfónico-pianísticas del genio hamburgués de una tacada. El 10 de enero de 1896, anota Martin Wilkening en las notas al programa, Brahms dirigió por última vez en Berlín. Para este concierto auto-homenaje, el compositor eligió los op.15 y op.83, esto es, sus dos conciertos para piano. Eugen d’Albert se encargó de dar cuenta de la parte solista. Casi 120 años después, de nuevo en Berlin, Barenboim emuló a d’Albert y Dudamel se metió en el papel del Brahms director.
***
El maestoso inicial fue anémico, aguado, manso. Lo contrario de lo que acostumbra, si nos atenemos al canónico despertar del Concierto número 1 en re menor: pura determinación. Ni Dudamel ni la Staatskapelle de Berlín transmitían convicción en el tema inicial, esas trazas de tragedia griega, que parecen poseer la obra. La entrada del piano imprimió algo de autoridad al extenso primer tiempo. Dudamel parecía templar una varita y no una batuta. Aquejaba falta de brío su gesto.
Todo cambió en el tiempo lento. Si el primer movimiento asemeja una tragedia griega, el adagio encierra en sí una elegía. Todo ello remembranza. El gozo que sobreviene al moribundo tras una tregua no prevista: un guiño a la esperanza o un mero recuerdo paliativo. Ese recuerdo de infancia, que uno creía extinguido y que justifica una vida. Difícilmente se puede tocar mejor dicho pasaje de como lo hizo Barenboim.
Parece mentira que los dos primeros movimientos procedan del mismo progenitor y obra. A la presunta robustez inicial, Barenboim contrapuso puro lirismo pianístico. Por su parte Adagio y Rondo (segundo y tercer movimiento) van cogidos de la mano. En éste último Dudamel pareció sacudirse el sueño y delineó con meticulosa perfección el breve fugatto.
Tras el receso, emergió la química latina de la dupla Barenboim–Dudamel. El pianista bonaerense y el director bolivariano lograron en el Concierto número 2 en Si bemol mayor fraguar la excelencia orquesta-solista, prescrita en el programa. En sus escasos recesos pianísticos, Barenboim se sitúa en escorzo hacia el público y su rostro refleja absoluta concentración. Nada de sabiduría espontánea.
Estamos ya en el Allegretto grazioso, se diría que el término grazioso cobra entera literalidad. El pianista resolvió con picardía y gesto socarrón las brillantes ráfagas virtuosísticas que conducen la obra a su final. Ya en el aplauso solemne, apretones a dos manos, saludando a toda la primera línea de la orquesta. Hasta en eso optimiza su tiempo el argentino-israelí. Los ramos de flores al solista y al director terminaron todos en el regazo de una joven violinista, tras un cómico in crescendo de zalamerías. Al tercer saludo el General Barenboim, que no Dudamel, dio órdenes al concertino de romper filas. Para algo es desde 1992 el director titular de la Staatskapelle berlinesa.
Un presagio otoñal invade de principio a fin, desde la trompa inicial –saludo, o despedida-, el segundo de los conciertos para piano. Un cronista alemán titulaba estos días, y no sin razón: “Ein Abschiedgruss (‘saludo de despedida’) an diesem Sommer der gross war”.
Un compatriota de Barenboim y brahmsiano de pro, Jorge Luis Borges, abre las notas del programa al Musikfest Berlin 2014. Con sus cuartetas a la memoria de Johannes Brahms nosotros despedimos esta crónica y pasamos página una vez más, y no sé cuántas van ya, al verano.
“(…) Mi servidumbre es la palabra impura
vástago de un concepto y de un sonido;
ni símbolo, ni espejo ni gemido,
tuyo es el río que huye y perdura”.
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