“Rigoletto” vuelve al Liceu con la producción de Monique Wagemakers
El tenor francés Benjamin Bernheim hará su debut escénico en España con el Duque de Mantua

Fotografía de la puesta en escena de Monique Wagemakers. (c) Antoni Bofill.
Uno de los títulos de madurez de Giuseppe Verdi, Rigoletto, regresa al Gran Teatre del Liceu del 28 de noviembre al 19 de diciembre con 15 actuaciones. Esta producción firmada por la directora de escena Monique Wagemakers supondrá el debut escénico en España del tenor Benjamin Bernheim.
Rigoletto es un melodrama en tres actos con libreto de Francisco Maria Piave adaptado de la obra Le roi s’amuse, de Víctor Hugo. La ópera desarrolla en Mantua en el siglo XVI y cuenta la historia de un bufón amargado y jorobado que vive con su hija secreta, Gilda. El Duque de Mantua, su señor, ignora que es su hija y la seduce haciéndose pasar por un estudiante. Luego la viola antes de encerrarla en unas mazmorras. Rigoletto logra liberarla y trama una terrible venganza para hacer pagar la afrenta al libertino, pero por error termina apuñalando a la joven.
La ópera se estrenó el 11 de marzo de 1851 en el Teatro La Fenice de Venecia. En Barcelona se estrenó en el Liceu el 3 de diciembre de 1853. Desde entonces, se han realizado 375 representaciones (la última el 6 de abril de 2017) y es la segunda ópera más representada en el Liceu.
Rigoletto ocupa un lugar especial en la obra de Verdi, entre otros motivos, por ser un puente entre el lenguaje de juventud del compositor y su rotundo discurso de madurez. Es una de las óperas verdianas con más conexiones directas con la tradición del bel canto, y contiene algunos de los éxitos líricos más populares de todos los tiempos: el aria «La donna è mobile» (Acto III) entonada por el Duque de Mantua, que culmina con un do de pecho y reflexiona sobre el carácter cambiante de las mujeres justo antes de rendirse a su vicio lujurioso. Y «Gualtier Maldè … Caro nome» (Acto I) de Gilda, un aria de coloratura que representa el momento en el que la joven, engañada y creyendo que el Duque es un estudiante, se siente embriagada de amor y expresa sus sentimientos apasionados.
En esta coproducción firmada por la directora de escena holandesa Monique Wagemakers y que se estrenó en 2009 en el Teatro Real de Madrid, interpretan al Duque de Mantua Benjamin Bernheim, Simir Pirgu y José Bros. El rol de Rigoletto lo cantarán dos barítonos, el inglés Christopher Maltman y el alemán Markus Brück. En el papel de Gilda, se alternarán las sopranos Olga Peretyatko y Aigul Khismatullina.
Daniele Callegari dirigirá la Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu en esta producción que también cuenta con las voces de Aigul Khismatullin, Grigory Shkarupa, Liang Li, Rinat Shaham, Nino Surguladze, Laura Vila, Mattia Denti, Michal Partyka, Moisés Marín, Stefano Palatchi y Sara Bañeras.
Sobre la puesta en escena
La cuestión del poder, y sobre todo el abuso de poder, es una de las claves de la visión que transmite este Rigoletto de Monique Wagemakers. La relación entre personajes —Rigoletto, Gilda y el Duque de Mantua— se presenta como un triángulo de aristas afiladas: el duque, un sátiro libertino, no ama a Gilda, y en realidad Rigoletto tampoco ama a su hija, a la que mantiene bajo una opresión disfrazada de protección. Solo ella se mueve por un impulso de idealismo y amor, pero termina siendo la víctima inocente de la ira ciega de su padre.
Wagemakers quiere acercar la realidad de la violencia inherente a esta ópera a la actualidad, señalando que se trata de temas que aún hoy generan debate: violencia dentro de la familia, violencia contra las mujeres, a veces camuflada de protección, consentimiento a la hora de mantener relaciones sexuales, etc.
Para la directora holandesa, lo que destaca de Rigoletto no es tanto la trama novelística y vibrante de momentos melodramáticos, sino las pasiones atávicas que arrastran a los personajes, que se ven dominados por instintos bajos e impulsos irracionales que los conducen al desastre. A nivel escenográfico, esto se traduce en una especie de ring de boxeo —diseñado por el escenógrafo Michael Levine— que se mueve en el espacio y adopta diferentes colores según los sentimientos que contiene: ira, tristeza, desprecio, furor sexual. Los cantantes se sienten retratados y deben buscar en su interior para maximizar sus emociones.
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