Otoño por entregas
Del 12-O al 1N; de Santa Cecilia al Adviento. Atajos
Qui dia passa, any empeny decimos en Mallorca. Las estaciones del año, esa convención de calendario, recurso inagotable de small talks y de titular dominical, ante las presuntas anomalías atmosféricas (casi anómalas anomalías, de tan recurrentes), se suceden tras puentes que avistamos y anticipamos para escurrir el presente.
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Cual emergentes cantos rodados nos permiten vadear el lecho estacionario y acortar el paso del tiempo, que es lo que a fin de cuentas perseguimos con la fijación de horizontes intermedios, lo que en el juego del pilla-pilla llamaríamos ‘casa’. El 11S, el 12O, el 1N o el6D, esas fechas rojo calendario que eslabonan, sin percatarnos, el verano con la Navidad.
12 de octubre. Puente del Pilar a orillas del Main.
¿Quién dijo que el papel murió? Nada me invita a compartir esa premonición fatalista, tras cinco horas de paseo activo por la inabarcable Feria del Libro de Fráncfort. El negocio editorial parece vivito y coleando. De libros digitales, más bien poca cosa. Georgia como país invitado, ocupa uno de los stands principales, presumiendo de alfabeto propio y de solistas de relieve internacional en la Alte Oper como la violinista Lisa Bathiashvili.
Si alguien dedicara cinco minutos a cada stand (sin pausas de ningún tipo) dudo que alcanzara a visitar la mitad de toda la feria, en los cuatro días escasos que dura el evento. Si no se lee, como afirman miles de gurús y contertulios, ya me dirá que hacen decenas de miles de profesionales del sector estos días, intercambiando tarjetitas y añadiendo contactos al WhatsApp. A razón de 70.000 novedades editoriales anuales en España (los datos son de 2004 cuando el fenómeno de la edición a demanda era muy incipiente), echen cuentas. Redondeemos al alza, 100.000 publicaciones en 2018, en un país de 46 millones de habitantes arroja la nada desdeñable cifra de un libro cada 460 habitantes. Usted no lo sabe pero en su barrio hay un par de escritores noveles. ¿Cómo hay gente que se atreve a afirmar que no se lee en nuestro país?

Feria del libro de Frankfurt
Publicamos libros a tutiplén en las grandes editoriales, en las independientes. Amazón no deja de alimentar a su insaciable leviatán. Y luego resulta que nadie tiene tiempo para leer. Entonces, ¿qué hacemos con los libros?, ¿los ikeizamos? A menudo uno piensa que en el fondo la gente no quiere tanto leer (o ser leído) como publicar. Y a poco que a uno le haga tilín el ISBN, no se contenta con un mero PDF en un ángulo muerto de una web literaria remota. A los autores les gusta dedicar y firmar sus ejemplares el día de Sant Jordi. Ser entrevistados, ser reseñados, ser repudiados. Desenfundar la Mont Blanc y estampar su dedicatoria en… ¿En la pantalla repelente del repelente Kindl?
No. El ego en la red, viste poco. Todos anhelamos (y no sin legítimo derecho) una mínima cuota de ego en formato papel, aunque sea en tapa blanda, de bolsillo y papel reciclado. Un segundo fugaz de protagonismo en la calle o en la Buchmesse de Frankfurt.
Retorno a la isla
Los festivales de música antigua muestran especial predilección por el calendario otoñal. En Mallorca sin ir más lejos conviven casi en idénticas fechas tres de ellos: el de Palma y el de dos localidades de montaña: Bunyola y Caimari. Cada cual, desde la modestia de su módico presupuesto, logran programar uno o dos conciertos a la altura del melómano exigente. Y entre estos podríamos reseñar el que se pudo escuchar en la Esglèsia de Sant Felip Neri de Palma el pasado 20 de octubre bajo la dirección del clavecinista Luis Antonio González.
A modo de homenaje al compositor barroco mallorquín, Antoni Lliteres (1673-1732), de quien el próximo año se interpretará la ópera Los Elementos en la temporada lírica del Teatro Principal palmesano, el ensemble insertó tres pasajes del maestro con obras de dos ilustres coetáneos Georg Philippp Teleman y Francesco Bartolomeo Conti.
Especialmente en las dos aria del Acís y Galatea del mentado compositor balear, la soprano Irene Mas exhibió una exquisita declamación y sonoridad, situando a Lliteres, cuando menos esas dos arias, al nivel de los dos autores antes citados. El concierto, en el que intervinieron también Cristina Altemir y Eva Febrer (violines barrocos), Marc Alomar (violonchelo barroco), Joan Rodríguez (oboe barroco) y Ferran Pisà tiorba nos permitió descubrir la sonoridad del chalumeaux, antepasado lejano del clarinete, de la mano del intérprete Rafel Caldentey.
1 de Noviembre. Día de Difuntos con Rossini
En Centroeuropa es habitual escuchar en esta fecha réquiems y stabats maters. Los palmesanos pudimos saborear una peculiar rareza sacra del romanticismo tardío, la atípica Petite Messe Solennelle, de Giochino Rossini. De la mano del festival Música Mallorca, iniciativa de matriz germana, pudimos conocer una obra tan bella como simple en su reparto instrumental: un piano y un armonio. El reparto vocal por su contra no escatima en medios: coro mixto y cuatro voces solistas.
El coro, aquejó en el conjunto la descompensación que supone afrontar una obra vocal de casi 80 minutos con sólo cinco voces en la cuerda masculina (tres bajos y dos tenores) frente a la veintena larga de voces femeninas. En algunos pasajes ese desajuste impidió que la obra alcanzara la homogeneidad deseada. Los solistas – Alexandra Steiner (s), Theresa Holzhause (c), Antoni Lliteres (t) y Tohru Iguchi (b) – demostraron un excelente conocimiento de la partitura y ejecución de la misma, especialmente las cuerdas femeninas. Pero sin duda quien se hizo justo destinatario de la ovación final fue el joven pianista Konstantin Lukinov, omnipresente durante toda la obra. Su función conductora iguala, sino superó a la del director, Christian Meister. Secundó a Lukinov, desde la sonoridad apartada y comedida del armonio, Arnau Reynés.

Konstantin Lukinov
Mención especial merece el dueto Qui tollis pecatta mundi y el tramo final donde las tres partes, solistas, coro y pianista parecieron contagiarse del buen quehacer de este último y ejecutaron un pasaje sentido, profundo y henchido de gran lirismo. Antes, el pianista tuvo ocasión de demostrar y derrochar expresividad en un soliloquio para piano, que Rossini insertó hacia el final de la misa. A partir de cuatro notas aparentemente indolentes, que se van tiñendo de lamento progresivamente, se hilvana un bello contrapunto, que, por su absoluta ausencia de exuberancia, nunca asociaríamos al padre de la ópera cómica.
Una bella ocasión para conocer otro Rossini, en las antípodas de la genial ligereza, que le encumbró a lo más alto de la creación operística. Una pequeña gran obra sacra, que podría escucharse más a menudo, habida cuenta de su reparto ‘asequible’: coro, solistas, armonio y piano. Algo que se encuentra en la ‘despensa’ de cualquier parroquia que se precie de serlo.
22 de noviembre. Santa Cecilia, clímax otoñal
Santa Cecilia nos sume en pleno cénit otoñal. No lo olvidemos, el otoño, más que el invierno, es el que segrega la bilis negra y nos aboca al ensimismamiento, a ponerse a cubierto, a recogerse. Nos reencontramos con la acústica de los espacios cerrados. La patrona de la música no tiene mejor aliado para su principio de hibernación que la luz menguante. Cuando declina la fotosíntesis, la fonosíntesis pide paso. La una compensa al otro, en esa permanente búsqueda del equilibrio psicosomático. La exuberancia de la luz ciega el sonido, adormece nuestro aparato auditivo, pero cuando mengua la exposición solar y prolifera la escala de grises, el sonido reivindica su protagonismo. La patrona de la música (o la curia) supo sabiamente elegir la fecha en que inmortalizar su vida y martirio.
Festividad de la Música, últimamente quizás caída en el olvido por la abundancia de pretextos festivos más mundanos, era en su día una fecha muy señalada en los Conservatorios y Escuelas de Música. Se organizaban conciertos corales y audiciones de alumnado. En cierto modo, aunque de forma larvada, se extendía a modo de alfombra previa a las cuatro semanas de adviento. Como el Hanukkah, la celebración judía de las luces, Santa Cecilia reina en el otoño por su neutralidad: muy distante ya del verano y aún a una prudencial lejanía de la psicosis navideña. Cien por cien otoñal como las castañas asadas y la hojarasca.
25 de noviembre. Pastorales de Adviento en Barcelona
Coincidiendo con la antesala del Adviento la Orquesta Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya se concedió un respiro primaveral, más que merecido tras un otoño pródigo en pluviometrías generosas. El veterano director catalán Salvador Mas rescató del olvido una pastoral la del compositor ampurdanés Juli Garreta. Debo reconocer que hasta la fecha tenía a Garreta por un arreglista de música para cobla. La interpretación de Mas me obligó a desmarcarme de mi opinión prejuzgada y simplista.

Orquesta Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya
Compuesta en 1922 la Impressió Simfònica Pastoral resulta una placentera obra sin exaltaciones ni ebriedades, carente de pretenciosidad incluso, y, no obstante, repleta de guiños posrománticos, que pivotan entre el Wagner más lírico y algunas veleidades a la Richard Strauss. De una maestría orquestal a la altura de los grandes compositores decimonónicos, a la que Mas supo exprimir todo el jugo, como si estuviéramos escuchando el mismísimo Idilio de Sigfrido.
En las antípodas de ese oasis de Garreta se sitúa la segunda obra elegida para cerrar la primera parte: la Sinfonía Concertante para violonchelo y orquesta op.125. Aún a riesgo de que se me tilde de presuntuoso, me atrevo a afirmar que la obra arrastra el poso del cansancio existencial que acarreó la Segunda Guerra Mundial. Extensa, compleja, densa, alevosamente anti melódica por momentos y difusamente concertante (si me permiten contradecir el título de la obra). No nos extrañe que la composición obtuviera una fría acogida en su estreno, aunque sus intérpretes fueran nada menos que Mstislav Rostropovich y Sviatoslav Richter. Ciertamente, no estamos ante la obra más pegadiza del genio ruso.
El cellista escandinavo Truls Mork fue el encargado de enfrentarse al Prokofiev más intrincado y funesto. En el primer movimiento ya pudimos comprobar la laberíntica travesía por la que se adentra el (inconsciente) virtuoso. El Andante ejemplifica, como ninguno de los tres movimientos, esa militancia amelódica declarada que parece airear la obra en muchas fases. En los compases iniciales el chelo de Mork sonó algo apagado, mate, poco reverberado, quizás porque la demoníaca escritura del compositor apenas permite concesiones para que ni instrumento, ni instrumentista puedan respirar. El compositor soviético no concede tregua alguna para rubatos y licencias. El dictado rítmico manda y trasgredir, aunque sea sólo por un instante, la doctrina del compás puede cobrarse caro y desmoronar toda la edificación.

Truls Mork
La llegada del Allegro giusto (segundo movimiento) sirvió de balón de oxígeno al solista sueco que pudo explayarse y dejar que su instrumento transpirara todo su musicalidad potencial. La partitura ahora sí tolera un cierto respiro y Mork, completamente absorto en la partitura, se sintió más cómodo y su interpretación fue ganando en sonoridad y expresión, compás a compás.
El cello de Mork ya cantaba celestialmente, cuando llegó el momento de corresponder con la propina de rigor. Obra ésta última, rallante en la atonalidad, que servidor no acertó a reconocer, elegíaco reposo tras 45 minutos de batalla. El Prokofiev de la Sinfonía Concertante encierra un cierto hálito de desasosiego, que lo acerca a su coetáneo Shostakovich.
Si el opus 125 Prokofiev no es precisamente un canto al optimismo, la Pastoral de Beethoven actuó como reconfortante bálsamo en el segundo ecuador del concierto. Posiblemente no sea la más genial de sus sinfonías, pero posiblemente estemos ante la más bella de todas ellas, en la acepción más literal de la palabra bella. Aunque Beethoven se negara categóricamente a promover la traducción icónica de los cincos movimientos y las casi inevitables sinestesias implícitas, lo cierto es que las acotaciones en alemán que acompañan cada indicación de tempo (Angenehme, heitere Empfindung, Szene am Bach, Lustiges Zusammmensein…) constituyen una expresión casi panteísta de la comunión de su creador con la naturaleza. Recurso que luego Mahler, y en menor medida Bruckner, también utilizaron.
Salvador Mas y la Simfònica de Barcelona rozaron la excelencia absoluta en el segundo movimiento, que se hizo extensible a los dos siguientes. Con idéntico minutaje casi que la Sinfonía Concertante de Prokofiev, la sexta de Beethoven transcurrió en un abrir y cerrar de ojos, una bocanada de aire fresco, una inhalación de tres cuartos de hora. Pocas obras del repertorio seducen y convencen tan sugestivamente y de forma tan inmediata a nuestros oídos. Su efecto, no se hace esperar, instantáneo, como un caramelo de eucalipto.
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