Arianna Savall y el amor
Il Viaggio D’Amore. Hirundo Maris, Arianna Savall & Petter Udland Johansen. Carpe Diem Records. CD16307.
La hija de Jordi Savall y Montserrat Figueras dirige un venturoso y aventurado viaje por el amor al frente de Hirundo Maris, de la mano del cantante y multiinstrumentista noruego Petter Udland Johansen.
Enamorada y enamoradora. Así suena Arianna Savall cuando canta. Su delicada voz de cristal ha hallado en la del tenor Petter Udland Johansen la más hermosa pareja para los duetos angelicales que nos regala en varios de los cortes de este magnífico disco que es Il Viaggio D’Amore.
Planteado como un viaje por diferentes maneras de entender musicalmente el amor a lo largo del tiempo y las culturas, este nuevo proyecto del grupo Hirundo Maris liderado por Arianna Savall nos ofrece más de una hora de pasajes cantados e instrumentales de aires bucólicos. Grabado en Suiza hace un año, Il Viaggio D’Amore parte su rumbo desde la península ibérica entre los siglos XV y XVII para llegar hasta tierras americanas revitalizando uno de los himnos más aplaudidos de la canción protesta chilena: Gracias a la vida, de la gran Violeta Parra. Entremedias, Savall y Johansen recrean varias piezas tradicionales o de atribuida autoría de media Europa. Con un estilo similar al que acostumbra L’Arpeggiata de Christina Pluhar, en Il Viaggio D’Amore se reúnen músicos de diversa procedencia geográfica que también han cultivado otros géneros además del legado barroco. Ahí, la contribución rítmica de Michal Nagy, Miguel Ángel Cordero y David Mayoral (en guitarra, contrabajo y percusión, respectivamente) va a ser fundamental para revestir el repertorio escogido de atmósferas jazzísticas y hasta de ritmos caribeños. Son prueba de ello Canarios y Jotas que se incluyen aquí y que adquieren aires de jacaranda, o esa citada versión de Violeta Parra en la que se subraya una aproximación hacia el bolero.
Como su título indica, el amor va a centrar el hilo conductor de todo el disco. Sin embargo, el protagonismo sonoro no sólo va a descansar en la bella voz de Arianna y en sus tiernos diálogos con Johansen, sino también en el arpa que tañe la primera y en los dos instrumentos que el segundo rescata del folklore noruego: el hardingfele (especie de violín de singular afinación) y el cistro, un derivado del laúd que tanto obsesionó a una bestia parda de la Historia como fue Martin Lutero. Particularmente nos interesa enfocar nuestra atención en el arpa por su ambigua naturaleza simbólica.
Las primeras representaciones del arpa que se conocen remiten al Antiguo Egipto, aunque posteriormente reaparecería en la Biblia en manos del prolífico rey David. En algunas traducciones, era una lira lo que el soberano tañía con el poder de doblegar la voluntad de sus oyentes, imagen mítica apropiada del aura de Orfeo. Pero sin duda será en la cultura céltica donde el arpa va a destacar especialmente por el sentido divino que se le otorgaba. Tal es así que incluso los héroes de las Eddas querían que en su tumba se depositara un arpa para facilitar el paso al Más Allá, mientras que el dios Dagda se valía también de una para controlar el cambio de estación. No en vano, el arpa simbolizó durante mucho tiempo un símil de la armonía celeste que ordenaba y equilibraba el cosmos como un complejo juego de tensiones. Entendido entonces el arpa como un instrumento que abre una vía mística hacia dimensiones que trascienden el mundo terrenal, resulta todo un acierto que Arianna Savall haya elegido el amor como leitmotiv para su disco. A fin de cuentas, el amor ha sido abordado a menudo por románticos y teóricos de la psique como un fenómeno que enturbia el alma, obnubila la conciencia y nos arrastra hasta el reino de lo irracional y de aquello que la razón nunca conseguirá comprender del todo.
Así, el amor trazará el mapa que propone Il Viaggio, el cual arranca en pleno Renacimiento español con varios anónimos y un extracto del Cancionero de Palacio acreditado a la corte de los Reyes Católicos, pero que también se conoce como una variante del Cantar de los Cantares del rey Salomón (el dato es significativo en tanto que el texto navega ambiguamente entre el éxtasis y el erotismo). Culmina este pasaje peninsular La Dama d’Aragó, reconvertida aquí en tétrica nana en la que se desvela un deseo incestuoso a flor de piel. Para rematar esta visión tenebrosa de un amor trascendental, Arianna moderniza la clásica Tarara de Federico García Lorca con ayuda de Sveinung Lilleheier, quien toca el dobro para remarcar el tono triste de un amor imposible. En el caso de La Tarara, cabe recordar la particular connotación casi fúnebre que adoptaba a través del quejío de Camarón de la Isla y que, bajo la dirección de Arianna Savall, rezuma en cambio el valor del amante resignado que sabe que jamás alcanzará ese amor anhelado. Para reafirmar tan doliente sentimiento, cierra la pieza un coro que pone los pelos de punta.
Lilleheier repite en la triste balada L’adieu, composición de la propia Arianna sobre un texto de Guillaume Apollinaire que glosa al amor eterno más allá de la muerte. Será el colofón a un bloque intermedio en el que las voces de Savall y Johansen se encaman dulcemente en piezas como Girometta o el célebre madrigal de Monteverdi Si dolce è il tormento. Pero es en Doulce Mémoire donde ambos brillan con especial carnalidad, una sensualísima canción amorosa del Renacimiento francés cuya escucha compunge el corazón y deja un nudo en la garganta. Describe en sus versos la sensación de placer doloroso por el recuerdo indeleble que queda de un amor en el alma cuando aquél ya se ha apagado.
A partir de ahí, Johansen nos devuelve una mirada más amable del amor, empezando por recuperar un lied de Schubert (Heideröslein) inspirado por un jocoso poema de Goethe en el que habla del torpe estreno sexual de una joven pareja de amantes inexpertos. A continuación, un breve paseo por Inglaterra (I will give my love an Apple) y por su Noruega natal (Astri mi Astri, la cual termina al ritmo de giga) preludiarán la guinda final: ese canto de amor a la vida que, paradójicamente, Violeta Parra escribiría poco antes de morir. La elección con que cerrar el disco no es nada baladí: la cantautora era una de las favoritas de Montserrat Figueras, un hermoso homenaje con que su hija legitima el amor maternal, el más sagrado en muchas culturas habidas y por haber.
Este eclecticismo que tan inteligentemente rompe las fronteras del espacio y del tiempo va a ser uno de los pilares más sólidos de un disco que, sin duda, va a ser encumbrado merecidamente como uno de los más sobresalientes de la temporada.
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