La sutileza suntuosa de Josef von Sternberg y la ópera en HD
The artist, Blancanieves…Casi un siglo después, el cine mudo y bicolor vuelve a estar de moda. Con él también la reposición de clásicos con música en vivo.
La historia del cine está repleta de joyas artísticas sin banda sonora. Sin diálogos memorables, ni clímax sinfónicos. No se conservan muchas partituras de esos tiempos, ni se recuerda a sus compositores. Pese a ello, afirmar que el cine mudo era un cine sin música es una verdad a medias. Sí existían músicas pasajeras. Más o menos pasajeras. En primer lugar, porque las primeras películas se proyectaron en teatros. A menudo teatros de ópera dotados de foso y staff musical propio. En segundo, porque el cine todavía no era del todo autónomo como género. Las películas tenían programa de mano y las señoras se enjoyaban para ir a ver los estrenos. Peter Jackson lo describe de forma exquisita en su adaptación de King Kong. El cine mudo eran imágenes, era circo… y era música. La gran pantalla era el gran atril donde el pianista y su cohorte de acompañantes tenían que leer y encajar sus interpretaciones, pautadas o improvisadas.
Hace años que entre los músicos amantes del cine clásico se ha despertado el interés por sonorizar musicalmente estas películas mudas. Es el caso del ciclo Swieto Niemego Kino de Wrocław, que este octubre ha brindado a su público seis conciertos-proyecciones. Una oportunidad para reencontrarnos con películas inmortales –el Faust de Murnau (Alemania 1926) o las genialidades de Buster Keaton y redescubrir otras piezas de anticuario– Juji Ro (Japón 1928) o The Sentimental Bloke (Australia,1919). Un surtido escueto, bastante más tentador, eso sí, que la cartelera comercial media de este otoño.
Mania, Die Geschichte einer Zigarettenarbeiterin (Mania, la historia de una cigarrera, 1918) fue el descubrimiento de este verano. Una historia de amor un tanto arquetípica (transcurre entre una buhardilla, el salón de un rico empresario musical y las candilejas de la ópera, dicho esto, no creo que el lector requiera mayor sinopsis) al tiempo que una verdadera exquisitez visual. El festival polaco Nowy Horyzont nos permitió, no sólo rescatar la cinta, sino de servirla en el Rynek de Wrocław acompañada de la Orquesta de Cámara de Wrocław bajo la dirección de Jerzy Maksymiuka. El propio Maksymiuka se encargó de componer la música para el metraje íntegro de la película. Muchas de las escenas del film transcurren en la ópera, entre ensayos y audiciones, por lo que fue interesante poner a prueba la pericia del director y compositor a la hora de dar música, en tiempo real, al mimo mudo del fotograma.
El tesoro exhumado este otoño tiene un título mucho más conocido entre los cinéfilos: The last Command (El último mandato, Josef von Sternberg 1928). Vista la película y días después sedimentada, uno casi olvida que la misma no utilizó un solo micrófono. En las escenas de revueltas y agitación popular, la puesta en escena es tan soberbia, que uno parece escuchar los insultos y las acometidas de la masa amotinada. Pero no, la película no tiene un solo susurro, una única nota musical. Von Sternberg nos los sugiere en unos planos, que tomados por sí solos, son ya de por sí obras maestras. Los planos, sí, claro está,… y el teclado de Andrzej Wasniewski, escorado, a un metro de la pantalla. Éste también ayudó a dar voz a sus fotogramas. La gran pantalla fue su atril y fuente de inspiración e improvisación de Wasniewski, el músico invitado del Swieto Niemego Kino de Wrocław.
Von Sternberg demuestra en The Last Command por qué el cine no necesita palabras. El poder de la imagen, debidamente esculpida, puede ser muy superior al de la palabra. Debo reconocer que hasta la semana pasada no sabía quién era Emile Jannings. Lanzo ahora la siguiente pregunta ¿Habría mejorado en algo su actuación el ex general ruso, el primo del Zar, el primer actor oscarizado de la historia, de haber podido impregnar su voz en la cinta? Definitivamente no.
No hay un único plano o encuadre donde del primer al último personaje, del primer al último elemento del atrezzo no estén exquisitamente ubicados en su lugar. En Von Sternberg se diría que todo habla. Del ojal de un puño a la pelliza del abrigo; de los collares a los candelabros; de los quinques a los focos de estudio. Las texturas emiten sonidos en la luz, como las fotografías de Chema Madoz. Todo habla, todo interactúa. Los actores, los muebles, los extras. El buen cine mudo, es de todo menos mudo. Es pura comunicación.
La elegancia en el cine clásico lo es casi todo. Si el director nos da tiempo y no se limita a montar, cortar y contraplanear, podemos gozar de cada estampa en toda su coralidad. Creo que el secreto de las grandes películas reside en su poder de evocación, en lo que sugieren. Algunos directores evocan desde la austeridad, otros requieren un mayor fondo de armario. En Von Sternberg, la sutileza es tanta, que a veces es hasta suntuosa. La suntuosidad de su puesta en escena, la decoración suntuosa bien entendida, no es más que un castillo de sutilezas. Enseñar y sugerir a la vez, he aquí la maestría de este autor. La The last command es una delicia de principio a fin. Del frente de batalla al plató de Hollywood.
The last Command, Buster Keaton, el Faust de Murnau fueron los otros tres clásicos a los que Andrzej Wasniewski dio vida sonora en el teclado. Dos realizaciones presonoras del Lejano Oriente (Japón y Australia), así como un pupurrí de Georges Méliès, cerraron el festival breslavo, en el que el único sonido que se oyó es el de la música en directo. Divino flashback: el teatro vuelve al cine.
Y la ópera también regresa al cine. La Temporada 2012/2013 del Metropolitan se sigue desde el pasado septiembre en cientos de salas de cine del Viejo y Nuevo Continente. Ya no hay que dar con la low cost transoceánica para oír cantar o ver a la Netrebko. Alguno se reirá, pero más de una sala ha decidido no cerrar gracias a la gran respuesta que tiene la ópera en las salas comerciales. ¿Quién lo iba a decir? El género decimonónico al rescate de la cultura de masas. Anna Netrebko vende más que la última de Van Damm. Por cierto, algunas salas de cine se cobran el billete de cine-ópera en high definition a casi precio de teatro de ópera. A este paso ver una ópera en el gallinero de la Metropolitan Opera House de Nueva York será más barato que verla en la fila siete del kinepolis.
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Buen debut! Poco sé de las películas y compositores que comentas pero pese a ello me ha parecido interesante y fácil de leer…