Recetas para contraatacar a Neuenfels
Bayreuth. 3 de agosto de 2012.- TenÃa razón, como no, don Manuel Machado con aquello de que… cariño le toma el preso a las rejas de la cárcel… Por mucho que nos duela, debemos admitir que todo es cuestión de familiarizarse. La costumbre puede obrar milagros.
Después de ver por tercera vez la producción de Lohengrin firmada por Hans Neuenfels, que por estos predios se conoce llanamente como “la de las ratasâ€, ha habido momentos en los que hasta he llegado a esgrimir una sonrisa. Ligera, eso si, siguiendo la inercia de algún incauto sentado junto a mÃ. Un maestro de maestros de escena y querido amigo, lamentablemente ya desaparecido, comentaba que cuando el espectador no entiende lo que se le plantea ante sus ojos, rÃe para no dar ante los demás la impresión de ignorancia. Ni más ni menos que lo que sucede en el cuento de El traje del rey.
Porque a nadie más que a Neuenfels se le ocurre trasladar la acción de Lohengrin desde el Amberes medieval a un laboratorio que investiga el comportamiento de un colectivo de ratas trepanadas… Sin comentarios. Bueno sÃ: ¿a cuento de qué vienen ciertos elementos a los que el narcisista metteur-en-scène recurre como firma de autor? Y en este punto pienso en momentos escatológicos tan evitables como la reaparición en el cuadro final de Gottfried de Brabante repartiendo entre los asistentes pedazos que va arrancando de su cordón umbilical. O en el caballo muerto junto a un coche de postas. El mismo macabro conjunto que introdujo en el tradicionalmente desenfadado Murciélago de Johann Strauss en la última temporada salzburguesa de Mortier.
Soy testigo del bloque de espectadores que el dÃa del estreno, con Madame Karajan a la cabeza, ante lo que consideraban un sacrilegio, abandonaron la sala ruidosamente, obligando a parar la representación durante el momento, corto pero intensamente dramático, que duró la tensión. Lo recuerda bien Minkowski, que estaba en el foso. Pero pensemos también en otras fechorÃas del provocador Neuenfels. Como el Idomeneo de Mozart en el que hacÃa aparecer entre otras, y como siempre sin razón justificable, la cabeza cortada de Mahoma. La reacción de la comunidad musulmana internacional hizo que aquel desacato desapareciese de la cartelera de BerlÃn. Por eso, ante cualquier invento de este creador-depredador de dudable tacto al que debamos asistir, debemos asegurarnos la defensa con bazas seguras. Porque no se merecen semejantes desatinos aquellos que han peregrinado hasta la Verde Colina para dejarse transportar con las ensoñaciones wagnerianas. Con atropellos como este, hasta los más devotos de Bayreuth pueden perder la fe. En el templo, no en el dios Wagner, porque esas convicciones suelen estar más arraigadas.
A los neuenfeles que insisten en experimentar hay que oponer alternativas. El ajo y la cruz contra el vampiro en estos casos, se convierten en el binomio voz-batuta. En lo que respecta a la orquesta y el coro titulares, podemos estar seguros de que, con su acreditada solvencia, pondrán todo de su parte. Quedó claro en la representación de ayer, con Andris Nelsons al frente del conjunto y con un milagro de nombre Klaus Florian Vogt, el tenor lÃrico-heroico perfecto para el papel titular. Con una voz a falta de un ligero reposo que ensanche ligeramente los graves para redondear la perfección. Vogt es sin duda una de las mejores apuestas del Festival, al que llegó en 2007 para ser Walter von Stolzing en Maestros cantores. Un personaje donde se instaló hasta 2010, cuando aceptó en el mismo verano el reto del doblete entre este rol vistoso que le convirtió en estrella del cartel de Maestros con el protagonista de Lohengrin, al que se entregó por entero en solitario desde el pasado año para mantener sus cuerdas al nivel requerido.
Llegado este punto, va un aviso para navegantes. Tras las prestaciones de Vogt, que puso en pie al respetable, las más aplaudidas fueron las de Samuel Youn, el bajo-barÃtono coreano a quien en Lohengrin le correspondió ser, tal y como estaba estipulado, el Heraldo real. Lo que no estaba entonces claro es que, como ha sucedido, Youn haya pasado a la cabecera de ese Holandés errante en el que figuraba como cover de Nikitin, desplazado en última instancia del rol por llamativas razones. Youn, que cotiza al alza después del incidente, mostraba un ligero cansancio, del que pronto se repuso. Y viene la reflexión.
En casos tan extraordinarios como este ¿no serÃa conveniente, incluso aconsejable, eximirle de un papel de segundo rango en el otro tÃtulo? Los excesos acaban pasando factura, y si en las notas iniciales delataba fatiga, si esta se acumula, puede ocurrir lo mismo en El Holandés, y las consecuencias podrÃan ser catastróficas. Atención al stajanovismo canoro en plaza, que en el caso de Lohengrin se repite con la mezzo norteamericana Susan McLean que, después de gritar el domingo la Kundry de Parsifal, ayer intentaba salvar el tipo como Ortrud. Y en ese suma y sigue, citando sólo papeles destacados, deberÃa aparecer la también mezzo –en este caso sudafricana- Michelle Breedt dobleteando Brangäne y Venus. Las voces necesitan reposo en función del repertorio que defienden. Y en Wagner especialmente, ese descanso extra es un deber.
Por rematar los resultados del Lohengrin que nos ocupa, tanto el bajo bávaro Wilhelm Schwinghammer como su paisano el barÃtono Thomas J. Mayer, dejaron en buen lugar respectivamente al Rey Heinrich y al malvado Telramud. Por último, la soprano Annette Dasch, demostró seguir siendo una excelente mozartiana, con una tesitura delicada que mantiene intacta a pesar de los excesos a que obliga Elsa. Pero que no deberÃa forzar, salvo que aspire como tantos a perecer abrasada por el fuego wagneriano. Y dejar al respetable sin antÃdotos con los que superar el tedio de ciertas producciones.
Lo lamentamos. No hay nada que mostrar aún.
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