Piano inédito español del siglo XIX
El pasado 4 de mayo se presentó el cuarto volumen de la colección «Piano inédito español del siglo XIX», que ha grabado la pianista e investigadora Ana Benavides.

Ana Benavides
La presentación tuvo lugar en la Sala Manuel de Falla del Palacio de Longoria, sede madrileña de la Sociedad General de Autores (SGAE), y contó con la participación de Pedro Rubio, director de Bassus, sello bajo el cual se ha editado la grabación, de Consuelo Díez, Asesora de Música de la Consejería de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid y de Emilio Casares, director del Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU) y catedrático de musicología de la Universidad Complutense de Madrid.
El acto comenzó con la interpretación al piano de algunas piezas de los autores recuperados. Un Vals en la bemol, del vasco José María Usandizaga abrió el recital, marcando el claro estilo chopiniano de lo que acontecería después. Eduardo Ocón, continúo el programa con Rheinfahrt. Estudio fantástico para seguir con una selección de Preludios de José Antonio Santesteban y un Nocturno de Vicente Costa y Nogueras –estos últimos, incluidos en el disco doble–. La habaneraMamita, de Juan María Guelbenzu, ejerció como contrapartida estilística y la conocida jota de concierto¡Viva Navarra!, de Joaquín Larregla, sirvió de pirotécnica clausura al recital introductorio de la pianista malagueña.
Tras el concierto, tomó la palabra la propia Ana Benavides, quien no escatimó en agradecimientos a las instituciones que han hecho posible el disco (al Ayuntamiento de Boadilla del Monte, por la cesión del Auditorio para la grabación, a la casa Hazen, que aportó el instrumento, al sello Bassus, que desde sus inicios apoya la recuperación del patrimonio musical español –tanto con ediciones impresas como con grabaciones sonoras– y al amparo de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid).
La pianista, investigadora e impulsora de todo lo concerniente a la recuperación de música española, insistió en la necesidad de ‘re-creación’ de un corpus completo de música española, que abarque desde nuestros Morales, Guerrero o Victoria hasta los ya nacionalistas Falla, Albéniz o Turina para su estudio y análisis en los conservatorios y escuelas de música, pues considera que “es la única forma de crear una conciencia real del valor de nuestro patrimonio musical, de la misma manera que sí se ha logrado implantar en otros ámbitos de la cultura como la literatura o la arquitectura”.
Posteriormente tomó la palabra Emilio Casares quien, en una de sus magistrales intervenciones, convirtió la presentación en una defensa a ultranza del patrimonio musical español, insistiendo en la necesidad de sacar a la luz todo el gran legado de nuestros compositores. Casares cree que “es incomprensible que España, siendo el país más productor de ópera, zarzuela y tonadilla de todo el siglo romántico (¡más aún que Italia!) no cuente con la infinidad de estudios, investigaciones, tesis doctorales, libros, grabaciones y partituras del resto de países europeos”; “estamos avanzando en ello, pero falta mucho por hacer”, aseguró.
Su opinión es que, situando a España en un segundo plano, detrás de potencias como la francesa, la italiana o la alemana, el resto de países que podríamos definir como posibles ‘competidores’ –Hungría, República Checa o Rusia– sí han sabido defender su música y sus tradiciones, es decir, su patrimonio. Sin embargo, en España, no conocemos el nuestro y Casares citó como ejemplo a Barbieri, cuyos Diamantes de la Corona acaban de recuperarse en una magnífica y exitosa nueva producción del Teatro de la Zarzuela, de cuyo autor apenas conocemos tres zarzuelas de las más de ciento cincuenta que compuso.
En el farragoso terreno pianístico, la cosa resulta más escandalosa si cabe y de ahí el interés intrínseco de la grabación. Sin menospreciar en absoluto a los grandes compositores románticos, el catedrático nos recordó cómo España se convirtió en una nación de ‘tercera división’ en la que los compositores sobrevivían tocando por «cafés, teatros y otros sitios más escabrosos», haciendo arreglos y transcripciones de las obras en boga que circulaban por Europa.
Por su parte, Consuelo Díez dirigió las últimas palabras de su intervención a los intérpretes y orquestas españolas, animándoles a programar música española en aras de una correcta utilización de los fondos públicos, llegando incluso a afirmar que sería conveniente “obligar por cupo a las orquestas públicas a programar música española”.
Recuperación pues, imprescindible y necesaria, de estas obras pianísticas del siglo XIX español que pretende llenar el inmenso hueco existente entre compositores del siglo XVIII como el padre Soler y nuestros nacionalistas más conocidos del siglo XX. Esperemos que sirva para borrar de nuestras mentes esa mentira tantas veces repetida en los conservatorios de la península de que «no hay nada de música española decimonónica».
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