Al son de la utopía, de Michel Krielaars
Krielaars, Michael. Al son de la utopía. Los músicos en tiempos de Stalin. ISBN: 978-84-19738-14-1. Publicado: Abril 2025. Galaxia Gutenberg
Mediado por la excelente traducción de Goedele de Sterck, el ensayo de Krielaars, plasmación de su dedicación a la música rusa, incluidos cinco años como corresponsal, no solo merece ser leído, sino que es de una calidad narrativa que compensa la dureza que atraviesa sus líneas y de alguna manera acorta la distancia cultural.
Escribir sobre la música en Rusia desde el siglo XX hasta hoy implica necesariamente hablar del ascenso y construcción de la Unión Soviética hasta su transformación en el país que es hoy junto con las exrepúblicas soviéticas, una empresa que es apasionante y difícil a partes iguales. Están, por un lado, procesos particulares que hunden sus raíces en la “europeización” del siglo XVIII, el sitio que terminó teniendo socialmente la música, no solo en su funcionalidad sino en su legitimación durante todo el pasado siglo, diáspora incluida, y el lugar y significado que ha terminado teniendo en ese espacio cultural en pleno siglo XXI. Por otro, Rusia es suficientemente compleja como para que cualquier intento de síntesis naufrague estrepitosamente. La estrategia que sigue Michael Krielaars en su Al son de la utopía, no solo resulta efectiva para evitarlo, sino que toma la forma de un relato, o relatos, escritos con tal maestría que vuelve ameno y magnético un texto lleno de historias terribles y grises morales y de memoria.
La influencia de Stalin y su alargada sombra sobre la música tuvo resultados traumáticos y en este tipo de situaciones se da una circunstancia particular: que el comentar con cierta distancia, un valor para otros casos donde la falta de cierta objetividad necesaria es un problema, llega fácilmente al “y tú que sabrás…”. Krielaars no evita hacer juicios sobre sus personajes, pero su texto es básicamente eso, historias de personajes, donde el panorama completo o el juicio sobre tal, no es tan directo, y por ende, no obliga al lector. En su epílogo admite la complejidad de Rusia, comentando en una escena en la que se canta una canción de Balat Okudzhava: “así suena Rusia en todo su sufrimiento, alegría, tragedia, entusiasmo y grandeza y muy especialmente en su compasión por el ser humano”. Cierra con “estas cosas sólo ocurren en Rusia, un país, en muchos sentidos surrealista, que obliga a dar muestras de humildad a cualquiera que se adentre en su historia”.
Este ensayo se articula en diez capítulos y cada uno de ellos gira, de manera más o menos cercana, en torno a un personaje. Aunque mucho se podría decir de la lista de estos y de las omisiones, no faltan Prokofiev ni Rostropovich, u otros menos conocidos fuera de Rusia como Vadim Kozin y Maria Yudina. Sin embargo, un personaje sobresaliente es uno que a día de hoy simboliza la represión a manera de encarnación más allá de Stalin: Tijon Jrénikov, quien al frente de la Unión de Compositores fue el brazo ejecutor del control sobre la música a la que podemos etiquetar como clásica. El autor se detiene en su biografía, en su ascenso y en su obra y en la recepción que tuvo y su apoyo institucional, todas estas cuestiones muy interesantes para las dos preguntas que siempre genera este personaje: ¿una persona “obligada a»?, ¿un envidioso?
Es imposible soslayar que, en pleno 2025, con los recortes a las libertades del colectivo LGTBIQ+ que se sufren en Rusia (y algunos países de su órbita política y cultural) es significativo que el primer capítulo de libro sea “El secreto de Richter”, que no era otro que el de su homosexualidad, sobre lo que Krielaars se detiene en interesantes reflexiones, a veces incitándolas, sobre todo en cuanto a qué –y cómo– es un secreto. No es el único personaje homosexual en el libro.
Aun mediado por la excelente traducción de Goedele de Sterck, el ensayo de Krielaars, plasmación de su dedicación a la música rusa, incluidos cinco años como corresponsal, no solo merece ser leído, sino que es de una calidad narrativa que compensa la dureza que atraviesa sus líneas y de alguna manera acorta la distancia cultural.
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