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Hace poco, en medio de una clase, un alumno me hizo de manera sintética una pregunta que desde hace años –tanto ella como la reflexión en torno a tal–, no me abandona: en una interpretación histórica, “¿cómo sé yo qué de lo que escucho es históricamente fiel y que no?”. Superada la época de la búsqueda de la autenticidad de las primeras décadas del movimiento Early Music, la respuesta es: difícilmente y atendiendo a cada caso particular. El trabajo del maestro Jordi Savall al frente de la Capella Reial de Catalunya y Hesperion XXI en el álbum Codex Las Huelgas. Bestiaire et Symboles du Divin remite inevitablemente a la reflexión sobre esta pregunta, a lo que volveremos más adelante.

Lo que nos encontramos en este CD del intérprete y director catalán es la grabación en directo de un concierto de julio de 2021 cuyo programa lo constituyen un grupo de piezas en las que habitan imágenes de animales, reales y fantásticos –que nos remiten a los bestiarios medievales– amén de otras imágenes simbólicas pertenecientes al códice burgalés que da nombre a la producción.

Todas las piezas, excepto un conductus de la Escuela de Notre Dame pertenecen al Códice de Las Huelgas. Si consideramos que estamos dentro del repertorio litúrgico bajomedieval, no podemos pasar por alto la profusión de imágenes y alegorías tan propias de la poesía de esta época en donde texto y música no son dos dimensiones del mismo objeto sonoro, sino dos ingredientes indivisibles de tal. Así las cosas, no pueden dejar de ocupar un lugar preeminente en cuanto a número de piezas las prosas (conocidas también como secuencias), piezas de nueva composición donde encontramos los más atractivos despliegues poéticos. En esta producción, seis de las once piezas son secuencias.

En cuanto a lo estrictamente musical en este CD, al mismo tiempo que estamos ante un hermoso fiorilegium musical, estamos muy lejos de cualquier cosa que podamos llamar “reconstrucción”. Los efectivos empleados son ocho voces y siete instrumentistas, dentro de los que se incluye al director. Todas las interpretaciones quedan dentro de la esfera de lo trovadoresco –lejos de lo litúrgico– lo cual se consigue sobre todo por dos vías, por la perenne inclusión de instrumentos, entre los que encontramos percusión y por el uso de fórmulas que son propias de las músicas populares o trovadorescas, como son los estribillos y los ritornelli instrumentales que al tiempo que no son originales de estas piezas, no son procedimientos performativos estándares para este repertorio litúrgico.

Ahora bien, todo esto está presentado, además de con un altísimo nivel musical y un gusto exquisito, con tal solidez y congruencia que el resultado, a pesar de ser una construcción del mismo Savall en pleno siglo XXI resulta redondo y disfrutable. Y aquí volvemos a la pregunta del principio.

Partamos de que ya no estamos en la búsqueda de la autenticidad en las músicas históricas sino en lo que podemos llamar Prácticas Históricamente Informadas, en donde intérpretes usan recursos, agentes (o la manera en que estos plantean su desempeño) y estrategias performativas, para construir objetos sonoros que pueden conectar de manera efectiva con el oyente de nuestros días. En este escenario ¿cómo saber qué pertenece a qué época? Y más allá de eso, ¿es necesario saberlo? Si a esta última pregunta la respuesta es “no” o “no necesariamente”, ¿atenta esto contra la razón de ser de las músicas históricas? ¿Para qué queremos revisitar el pasado? O más aún ¿somos conscientes y consecuentes de y con las razones por las cuales revisitamos el pasado en pleno siglo XXI?

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