Zimmermann, Helmchen y… Stradivarius. ¿Sonatas de violín? ¡Pues marchando tres de Brahms y una de Bartok!
Festival de Música y Danza de Granada, 2 de julio de 2022.
Se nos hace saber a través del código qr incluido en el exiguo programa de mano (la carta del menú) que Zimmermann toca probablemente también en esta ocasión, en la sala pequeña del Auditorio Manuel de Falla (el reservado), con el violín Stradivarius que tanto echó de menos cuando el banco, que se lo había prestado años antes, se lo arrebató… hasta que después se lo devolviera una organización de su región de Renania- Westfalia del Norte, quien lo compró a la financiera en quiebra para volver a dejarlo en sus manos.
Muy bien podría ser que el pasado sábado estuviera allí el Stradivarius, pues el sonido que lució el violinista germano fue otro de los protagonistas de la tarde.
Está claro que Frank Peter Zimmermann es meticuloso en lo que se refiere a la calidad y cualidad sonora que desea conseguir tanto individualmente (perdón, con su violín) como en conjunto con su pianista acompañante (esta vez la organización del Festival cuidó también de que el piano estuviera a la altura, afinándolo en el descanso). Martin Helmchen parece haber sido seleccionado después de un duro casting pianístico que no solo haya comprobado su competencia técnica (no es poco estar al nivel de este Zimmermann) sino también su sensibilidad y capacidad de adaptación a los gustos y necesidades del violinista… y de su violín.
Todos ellos reciben la comanda del Festival y los maîtres nos deleitaron con esta cata de obras maduras de Brahms y esta porción de Bartók algo experimental. El solista de cuerda parece haber abordado en sus últimas grabaciones y conciertos las obras para violín del compositor austrohúngaro con plena conciencia de la dificultad que suponen, como es el caso de esta sonata. El programa quedó coherente a pesar de lo que pueda parecer, además de que resultó una muestra del trabajo y los intereses profesionales actuales de los intérpretes. En lugar de las tres Sonatas para violín y piano completas, de Brahms se prefirió sustituir la más juvenil primera de ellas por el arreglo para violín de la segunda de las Sonatas de clarinete y piano, op. 120, obra maestra y postrera del compositor.
Nos encontramos en la sala reservada no solo con un sonido bellísimo y cuidado (fundente, no proyectado sino proyectante, emoliente), sino también con una coherencia constructiva de los motivos y los temas que dio unidad a las obras y al conjunto. La manera de tocar de ambos: el violinista a veces como surfeando por la cuerda, el pianista en ocasiones amortiguando el sonido de forma submarina, consiguiendo ambos unos pianos de ensueño; todo lleno de referencias sonoras tanto obvias como imaginativas. En la primera de las sonatas interpretadas, la op. 100, el hervidero mental de Brahms coloca melodías de aquí y de allá de la capital austrohúngara donde vivía: esa Viena llena de música. En el Andante tranquilo-Vivace aparecen fugaces recuerdos viejos y nuevos, más o menos melancólicos, incluso con algunos guiños folclóricos. Todo ello estuvo allí mostrado por los intérpretes.
En su Sonata nº 2, Bartók todavía reaprovecha de forma directa el material popular húgaro-rumano que había recolectado en sus viajes como musicólogo, pero dándole una indefinición tonal intencionada. La escucha se hizo perfectamente comprensible gracias a una interpretación inteligente y delicada por parte de ambos músicos. En el Allegretto se incidió en el ritmo de danza deconstruida.
La Sonata op. 120 nº 2 estuvo plagada de sorpresas: tocada con un instrumento más ligero que el habitual clarinete algunos motivos y tempi se hicieron más ágiles; se puso de manifiesto la complicidad de piano y violín, ambos músicos casi tocándose físicamente, apenas un gesto una respiración leve para entrar como solo uno o responderse exactamente con la misma articulación (¿cómo se puede copiar con el piano el sonido, la proyección exacta del Stradivarius?). El último movimiento, un tema con variaciones enmascarado fue un surtido de contrastes: la variación en contrapunto sincopado sin ningún tipo de pedal en el piano; la caída cromática de la última variación en un paralelismo casi increíble de conseguir así…
La Sonata para violín op. 108, en cuatro movimientos es la más sinfónica de todas, imitando pasajes y texturas orquestales. Se hizo evidente aquí que los intérpretes tienen un conocimiento total de las obras, desde el motivo más breve hasta el conjunto general; tocaron el último movimiento como coda del concierto.
Pero hubo una propina. Con el Adagio molto espressivo perteneciente a la Sonata nº 6, de Beethoven mantuvieron el ambiente hasta el final.
El público era selecto en todos los sentidos; que unos solistas como ellos tocaran para unos pocos afortunados era motivo de orgullo y pena a un tiempo. Al menos la alegría de saber: yo estuve en la degustación de ese magnífico concierto de tres maestros.
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