Entrevista de Antonio Gómez Schneekloth a Alexander Liebreich (Director Artístico y Titular de la Orquesta de València)
Alexander Liebreich (Ratisbona, 1968) ha sido designado el año pasado director titular y artístico de la Orquesta de València y asesor artístico del Palau de la Música. Durante los siguientes años acudirá con regularidad a la Ciudad del Turia para afrontar un trabajo con la OV que le hace mucha ilusión.
El antiguo alumno de la Escuela Superior de Música y Teatro de Múnich y del Mozarteum de Salzburgo que comenzó su carrera junto a Michael Gielen, Nikolaus Harnoncourt y Claudio Abbado, tiene clara una cosa: a Valencia no vendrá para imponer una forma de interpretación determinada, sino a fomentar en los músicos en su mayoría españoles y sobre todo levantinos lo que en ellos mismos reside: su cultura, su tradición y su propia forma de hacer música. ¿Qué somos? ¿Cuáles son nuestras raíces? En su caso, él prefiero hablar de sus raíces judío-moravas provenientes de la ciudad checa de Brno que de las alemanas, considerándose a sí mismo una mezcla de ambas.
En cuanto que director artístico del Festival Richard Strauss en Garmisch-Partenkirchen, titular de la Sinfónica Nacional de la Radio Polaca, primer director artístico europeo del Tongyeong International Music Festival de Corea del Sur y catedrático invitado en Corea del Norte, Liebreich entiende, especialmente tras su prolongada estancia en Corea, que las fronteras políticas nunca coinciden con las culturales. Esta contradicción también la siente en sí mismo, y es por ello por lo que tiende a programar conciertos con obras muy diferentes, tal como lo hizo recientemente en Valencia al contraponer una obertura de Martín y Soler al primer acto de La Valquiria. Su misión, mejor dicho, su deseo es que Valencia sea declarada Ciudad de la Música por la UNESCO, ya que tiene todos los ingredientes necesarios para ello”. En Pionyang y Katowice ya puso su granito de arena para que esto fuese posible.
Antonio Gómez Schneekloth: En octubre del año pasado asumiste el cargo de Director Artístico y Titular de la Orquesta de València, además de asesor musical del Palau de la Música. ¿Cuál es tu balance tras esta primera temporada?
Alexander Liebreich: Hemos ofrecido bastantes conciertos desde septiembre del año pasado. Esta experiencia ha sido importante para poder abordar un amplio repertorio. Conozco la Orquesta de València desde hace seis años y me sigue maravillando el ambiente de apertura y curiosidad que ya tuve ocasión de percibir en mis primerísimos encuentros con los músicos: al entrar en la sala de ensayos sientes el interés que hay a tu alrededor por ver qué es lo que va a pasar hoy. La verdad es que esto me parece lo más bonito y emocionante de mi profesión. Y precisamente esta curiosidad es lo que me atrajo de Valencia, porque dirigir no deja de ser en el mejor de los casos un constante viaje de descubrimiento.
Soy una persona que se aburre con facilidad y es precisamente esa química con la orquesta, ese a mi entender «a ver qué nos reparará el día de hoy” de tintes mediterráneos lo que me conecta con los músicos. Si el desarrollo de un ensayo se vuelve predecible, si se instaura la rutina, algo va mal, ¿no es así? La dialéctica inherente a la música, que permite que algo se desarrolle espontáneamente de un modo u otro, es al mismo tiempo parte de su belleza intrínseca. Y aquí me encuentro con una de las claves para cómo situarme ante la orquesta, porque uno viene con ideas concretas, pero al mismo tiempo debe mostrarse abierto a lo inesperado.
A.G.Sch: Como todo buen director irás preparado a los ensayos y te habrás estudiado las partituras que has de dirigir. ¿No significa esto que traes contigo un concepto de cómo se debería interpretar esta o aquella obra y luego tratas de llevarlo a la práctica?
A. L. Claro que se tiene trazado un plan de ejecución concreto para cada obra, pero la realidad demuestra que hay que descartarlo una y otra vez. La dirección requiere una preparación concienzuda, un plan muy claro y la capacidad de cambiarlo desde el principio. En mis primeros años como director de orquesta quise seguir mi plan a rajatabla y traté de conducir a las orquestas en una dirección determinada, pero esto no tardó en fallar. Es evidente que me preparo mis conciertos y sé lo que quiero a la hora de dirigir una obra, sobre todo en cuanto al sonido y a la estructura, pero siempre hay que contar con situaciones con las que no se contaba, valga la redundancia.
A.G.Sch: ¿A qué tipo de situaciones te refieres?
A. L. Soy un gran admirador de los saltos de esquí y he asistido a varias ediciones de la Copa del Mundo en Garmisch Partenkirchen. También mantuve una larga conversación con Stefan Kraft, el actual campeón del mundo en la modalidad de vuelo de esquí, y le pregunté cuál era su secreto: “Hay que prepararse muy bien y tener un plan” dijo, “pero desde el momento en que abandonas la rampa y te encuentras en pleno vuelo, estás perdido si sigues pensando en que lo tienes todo controlado.” En el momento en que un saltador de esquí comienza literalmente a volar, debe y puede confiar únicamente en su instinto, porque hay una constante interacción entre las condiciones atmosféricas, la dirección del viento, el ángulo de inclinación del cuerpo, etc. En otras palabras: en el momento del salto pierdes el control y debes saber reaccionar ante cualquier imprevisto. En música pasa lo mismo.
A.G.Sch: Imaginemos que te subes a la tarima, alzas la batuta y comienza el concierto. ¿Qué pasa si notas que tu plan no funciona?
A. L.: Aunque durante los ensayos se desarrolle una idea concreta de cómo proceder, durante el concierto mismo no sirve lo de aplicar al 100% todo lo que se había preparado y discutido con anterioridad. En el momento en que una orquesta se activa y funciona como una unidad cohesionada, en el momento en que alza el vuelo en analogía al ejemplo antes citado, puede y debe reaccionar a cuanto le rodea y a cuanto pueda suceder sin previo aviso en ese preciso instante. Ten en cuenta que en un concierto la sala está llena de público, la acústica ha cambiado, se oyen toses y otros ruidos de fondo ajenos a la sala de ensayo vacía y, de todas formas, el ambiente general, incluido el de los músicos, es muy diferente. Lo que más me gusta de la Orquesta de València es su sensibilidad, una sensibilidad mediterránea que le permite reaccionar espontáneamente ante circunstancias inesperadas. Me da la impresión de que los músicos viven cada momento con gran intensidad y reaccionan de forma más espontánea que en otros lugares. Además, también están fuertemente conectados entre sí, lo cual acaba provocando reacciones inmediatas entre ellos. La gente en Valencia muestra un alto grado de empatía, y eso no es en absoluto así en todas partes, aunque es de crucial importancia para hacer música en conjunto. Se trata de una característica esencial de la música, a saber, que lo que se crea al tocar siempre se está creando en cada instante y, por ello, renace una y otra vez.
A.G. Sch: Es interesante observar hasta qué punto se pueden complementar la idea de seguir un guión predeterminado por un lado y la de desviarse del mismo por el otro. Esto me lleva directamente a mi siguiente pregunta, que es sobre el sonido. ¿Crees que cada orquesta tiene un sonido específico?
A. L.: ¡Por supuesto!
A.G.Sch: ¿O sea que al dirigir una orquesta coreana, japonesa, polaca o española, todas ellas son reconocibles por su sonido?
A. L.: Sí. En el caso de la Orquesta de València es evidente, porque está fuertemente anclada en su cultura, y entre sus filas hay muchos músicos españoles, principalmente levantinos. Me encanta que se sientan como transmisores de una cultura y tradición. Esto es muy diferente en Alemania, donde los músicos de orquesta provienen de cualquier parte del mundo. Durante los años en los que dirigí a la Orquesta de Cámara de Múnich sólo éramos unos cuantos bávaros y muy pocos muniqueses. Las orquestas japonesas están formadas por un 99% de músicos japoneses. En Corea son alrededor del 90 % y la Orquesta de la Radio Polaca, por mencionar a algunas que conozco muy bien, la constituyen un 99 % de músicos polacos. Se puede ser crítico con este hecho, pero al mismo tiempo fomenta el desarrollo de una muy fuerte consciencia de la propia tradición…
A.G.Sch: ¿…y esto realmente se traduce en un sonido concreto?
A. L.: Eso es. Las tradiciones se cultivan y la mentalidad, el lenguaje y los hábitos en general tienen una raíz común. Esto, a su vez, también se refleja en la forma de hacer música. En mis años en Polonia tuve la oportunidad de comprobar este hecho en carne y hueso. Por otra parte, las orquestas alemanas de primera fila, tal como la Orquesta de la Radio de Baviera, también se esfuerzan por desarrollar una sonoridad propia, la cual no surge en base a unas raíces y tradiciones comunes, sino de la manera en que se interpretan las piezas, es decir, de la música misma. Yo no he venido a Valencia para imponer un sonido alemán, en el que de todas formas no creo, sino con el deseo de potenciar el sonido local y conducirlo al más alto nivel. Una orquesta tiene que ser consciente de su dominio técnico, y a partir de ahí se puede desarrollar un sonido específico, sobre todo si los músicos se escuchan entre sí. Para mí, la clave del sonido está en tocar en equipo y pensar siempre en términos de música de cámara.
A.G.Sch: Explícate.
A. L.: Los primeros violines tocan normalmente una octava por encima de la tesitura de las voces humanas. Partiendo de esta base, yo prefiero construir el sonido orquestal a partir de los segundos violines. En una sinfonía de Schubert suelo incluso partir de los contrabajos. Estoy en contra de la práctica de abrillantar el sonido orquestal cada vez más, tal como sucede en los Estados Unidos. Por supuesto que las orquestas al otro lado del charco también poseen su sonido, algunas de ellas de manera imponente. La Sinfónica de Chicago, por ejemplo, parte del viento metal para imprimirle su particular sello sonoro a la música. A éste se suman los violines con el propósito de reforzar el característico Chicago Brass Sound. Para mí, el sonido orquestal se construye a partir de los registros graves.
A.G.Sch: Hablemos de los autores y de la música valenciana en general. ¿Los conocías y tienes pensado programar su música en tus conciertos?
A. L.: Martín y Soler fue un hallazgo para mí: Una cosa rara. La música es simplemente exquisita. Toda la historia referente a su colaboración con Lorenzo Da Ponte es algo extraordinario. En cuanto a los autores contemporáneos, cuyas obras ya hemos puesto sobre los atriles, destacaría a José Evangelista, un explorador de la música balinesa. Se trata sobre todo de una música no intelectual que está abierta a influencias ajenas, y eso me gusta. Francisco Cuesta (1890-1921), que murió joven, también fue un descubrimiento para mí con sus Impresiones de la huerta valenciana para orquesta de cuerda. También hemos programado obras de Óscar Esplá, y Francisco Coll ha recibido un encargo para la próxima temporada. David Moliner pertenece a una generación muy joven, a la que todavía no conocía, a diferencia de Coll. En Valencia están pasando cosas. Este variopinto panorama de compositores locales es, en realidad, una agradable sorpresa para mí, razón por la que hemos incluido una obra de un compositor valenciano en casi todos los conciertos hasta la fecha.
A.G.Sch: Entonces te muestras interesado por las nuevas tendencias musicales.
A. L.: El futuro de la música sólo puede consistir en promover sus tendencias actuales. Sólo así puede continuar y sobrevivir la tradición musical.
A.G.Sch: Gracias. ¿Algo que añadir?
A. L.: Me gustaría recalcar que me sorprendió mucho la curiosidad de la gente en Valencia, tanto la del público como la de los músicos. Sin duda, este hecho supone un excelente punto de partida para mi futuro trabajo en la Ciudad del Turia.
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