Pollença corona el año Beethoven en Mallorca
El BTHVN Festival 2020 se suma a la efeméride de las manos de Andreu Riera, José Manuel Álvarez y el Cuarteto Quiroga, entre otros intérpretes.

José Manuel Álvarez Losada, violín
A estas alturas de 2020, quien más quien menos ha tenido tiempo de llenarse la boca de streaming y renegar de él varias veces. Puede, incluso, que a uno se le repita un poco Beethoven. En su año, y sin que sirva de precedente, se lo perdonaremos.
Dos intrépidos y talentosos intérpretes mallorquines, Magí Garcies (piano) y Bernat Quetglas (director de orquesta) aprovecharon la abstinencia de música en directo, para encomendarse al genio de Bonn y en pleno apogeo de eso que llaman ‘la segunda ola’ nos sirven cuatro conciertos monográficos Beethoven, que nada tienen que envidiar a muchas citas europeas de idéntico sesgo. A su tenacidad, la acústica del claustre de Sant Domingo de Pollença y la generosidad de un mecenas alemán que pasaba por allí, el doctor Herbert Plum, han armado el ciclo Beethoven más ambicioso de cuantos han intentado sacar cabeza este año en la Isla. La respuesta del público y los patrocinadores no podría haber sido mejor en tiempos tan inciertos. Hasta la climatología, achacosa en esta época del año, parece haberse contagiado del entusiasmo del primer Festival BTHVN, respetando las cuatro veladas dominicales, concentradas entre el 20 de septiembre y el 11 de octubre. Las últimas de 2020, antes de que el mercurio desaconseje tocar Beethoven a la intemperie.
20 de septiembre. Conciertos para piano nº 1 en Do Mayor op.15 y nº4 en Sol Mayor op.58
Orquestra de Cambra de Mallorca Andreu Riera, piano solista. Magí Garcies, piano solista. Bernat Quetglas, director
El festival comenzó con los mentores de BTHVN sobre el pódium: Bernat Quetglas a la batuta y Magí Garcies al piano. Les arropaban una treintena larga de jóvenes músicos, los miembros de la Mallorca Chamber Orchestra, orquesta en residencia del festival bien podríamos decir, que se batió a los conciertos para piano números uno y cuatro del compositor homenajeado.
Magí Garcies se enfrentó al primero de los conciertos con decisión y solvencia. Su pianismo menos resuelto y más suelto salió a relucir sobre todo en el largo, donde el fraseo diáfano plagado de réplicas y contrarréplicas orquestales alcanzó la naturalidad de un Beethoven, que por aquellos tiempos del op.15 todavía bebía mucho de Mozart.
Quetglas, desde la dirección, se esmeró en acentuar la vertiente dialéctica piano-tutti, tutti-piano y solventó sin sobresaltos esta joya concertística de casi media hora. Por su parte, el pianista mallorquín demostró un conocimiento sólido de la partitura beethoveniana, sin atisbo alguno de vacilación. Se echó en falta tan solo una dinámica más matizada y contrastada. Esa que vaticina la vena beethoveniana, capaz de revertir el remolino en calma chicha y viceversa.

Andreu Riera
Sin alcanzar aún la quinta esencia del Sturm und Drang beethoveniano, el Concierto número 4 en Sol Mayor ya nos presenta un Beethoven más fiel a su estereotipo. En esta ocasión la parte solista recayó en el pianista manacorí Andreu Riera. Uno de nuestros pianistas más notables, al que su apuesta personal más local, quizás le haya privado de una mayor proyección internacional. Riera ha sido otro de los pilares del festival. Su arrojo, su descaro y su aplomo al piano no pasan inadvertidos. Uno de esos pianistas que no parece sufrir lo más mínimo en el escenario, por muchas mascarillas que lo escruten o por conocida que sea la obra encomendada.
Es en las dos soberbias cadenzas donde Riera demostró porque es un pianista que nada debe envidiar a otros de agendas más lustrosas. Su arsenal pianístico irrumpió en el silencio del claustro y de la orquesta como una revelación. Esa y no otra debe ser la función de la cadenza. Si el solista no logra sobrecoger al oyente en esos pasajes de auténtica soledad cósmica, difícilmente lo conseguirá en los pasajes restantes.
El solista, fogueado ya en mil batallas, le insufló incluso más nervio a la Chamber Mallorca Orchestra. Quiénes ovacionaron en pie a los intérpretes a su término no exageraron ni un ápice su gesto. Riera correspondió a los presentes con “una bagatela en la menor poco conocida de Beethoven, pero vale la pena que la escuchéis”. Instantes después, bajo las mascarillas, se esbozaron, intuyo, cientos de sonrisas coincidiendo con los primeros compases de la conocida Para Elisa.
27 de septiembre. Conciertos para violín en Re Mayor op.61
Zuzanna Sosnowska, violonchelo José M. Álvarez Losada, violín Andreu Riera, piano Magí Garcies, piano
4 de octubre. Concierto para violín y orquesta y Sinfonía nº7.
Orquesta de Cámara de Mallorca José M. Álvarez Losada, violín solista Bernat Quetglas, director
Desde los compases iniciales, desde esas proféticas cinco notas que susurra el timbal (sí, los timbales también saben susurrar), y que compendian más de 20 minutos de genialidad venidera, el oyente pudo sumergirse en el plácido despertar de una de las arquitecturas sonoras más magistrales del inmenso opus beethoveniano. Casi nada. Motivo omnipresente hasta su término, asienta desde el comienzo las bases y el devenir temático de un movimiento lírico y enérgico a partes iguales. El joven director balear Bernat Quetglas, así lo supo entender y con notable aplomo patroneó a la novel orquesta por ese océano más bien calmo, envalentonado por instantes, pero nunca iracundo. A fin de cuentas, el compositor fue meridiano en la indicación de tempo: Allegro ma non Tropo.
Si obviamos la novena, quizás estemos ante la más extensa obra sinfónica del compositor, algunas versiones sobrepasan los 50 minutos. La interpretación escuchada en Pollença se me antojó como seccionada en dos partes: enorme e inabarcable el primer movimiento, desgajados de éste el segundo y el tercero. De hecho, la duración conjunta de estos dos últimos acostumbra a ser inferior a la del primero. Solista y orquesta rozaron la excelencia por momentos en el primer ecuador. El violinista gallego José Manuel Álvarez Losada y la Mallorca Chamber Orchestra departieron con naturalidad, siempre bien apuntalada por la batuta de Quetglas.
Al segundo ecuador le faltó quizás más nervio beethoveniano y le sobró sosiego, aun tratándose del movimiento lento. El Larghetto sonó respirado en exceso, a ralentí por momentos. Al brillante rondó final, por contra, le falto desparpajo y descaro, más brío, más entusiasmo. No se oyó ese attacca, que engasta el segundo en el tercer movimiento, esa transición sin solución de continuidad, que hace desembocar el tiempo lento en el rápido. Como si esa larga paráfrasis meditativa previa no tuviera otra escapatoria que un rondó plagado de picardía y vitalidad. Lógica aplastante beethoveniana, aplastante cuanto más, porque resuelve la calma en arrebato, y viceversa.
La tercera cita beethoveniana en Pollença nos dejó un primer movimiento delicioso, tanto por lo que se refiere a la parte solista como a la concertante. Gran compenetración entre Álvarez, Quetglas y sus pupilos. El solista, soberbio en el primer movimiento, y a muy buen nivel en toda la obra, nos obsequió con las “casi descatalogadas” cadenzas de Quiroga, revelaba el propio intérprete al término de su ejecución, antes de la propina (Recitativo y Scherzo Capricho de Fritz Kreisler) y la Séptima Sinfonía de Beethoven, que copó la segunda parte. Rareza y doble guiño a su paisano, el violinista Manuel Quiroga y al Cuarteto Quiroga, que lleva su nombre (Premio Nacional de Música 2018), y que es la formación elegida para clausurar la tetralogía beethoveniana el 11 de octubre con dos cimas de la música camerística de todos los tiempos: los cuartetos números 15 y 16.
El festival finalizará el 30 de octubre con la presencia del Cuarteto Quiroga (Aitor Hevia, violín. Cibrán Sierra, violín. Josep Puchaes, viola y Helena Poggio, violonchelo), Premio Nacional de Música 2018. Será a las 21,30 h. en la Església de Santa Maria dels Àngels. Interpretarán el Cuarteto de cuerda nº 15 en la menor, op. 132 y el cuarteto de cuerda nº 16 en fa mayor, op. 135 del compositor alemán.
Ahora solo queda esperar y desear, que la efeméride de Beethoven no concluya en 2021 y prosigamos con la cita recién estrenada durante muchos. Y es que, para el genio de Bonn, los años sí pasan en vano.
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