Huawei logra finalizar la Sinfonía inacabada de Schubert gracias a la Inteligencia artificial
El poder de la tecnología ha hecho posible que a través de la inteligencia artificial aplicada al Huawei Mate 20 Pro, la emblemática pieza del compositor austriaco fuera terminada con la colaboración del compositor Lucas Cantor. La obra completa pudo escucharse en un concierto el pasado lunes en el Cadogan Hall en Londres a cargo de the English Session Orchestra,
Los avances tecnológicos han hecho posible que la inteligencia artificial comience a ser una realidad y sea aplicable a algo aparentemente tan «humano» como la música y en este caso la Sinfonía nº 8, de Schubert. Esta obra fue compuesta en 1822 aunque no se descubrió hasta después de la muerte de su autor. Se denomina inacabada o incompleta porque consta solo de los dos primeros movimientos pero no hay certeza de lo que el compositor quería hacer con ella, si no la terminó porque pensaba que estaba bien así o que la abandonó aquejado por la sífilis que acabaría con su vida en 1826.
Ha sido casi 200 años después cuando se ha elegido esta obra para que la inteligencia artificial obrara su «magia» y se brindara en primicia a un público de 500 personas en Cadogan Hall de Londres. Para Arne Herkelmann, director de dispositivos móviles de Huawei en Europa, sí que suena un poco a «magia» pero lo cierto es que hay mucho trabajo detrás. «se entrenó durante seis meses a la máquina como a un niño en el colegio se le enseña un tipo de lenguaje durante seis horas diarias. Utilizamos más de 90 piezas de Schubert y de otros compositores coetáneos para saber cómo esta pieza podría continuar. Luego contamos con la colaboración de Lucas Cantor para estar seguros de que la consistencia y el espíritu de la obra se mantenía, y para su orquestación». Sobre si esta tecnología abre las puertas a finalizar otras obras inacabadas o incluso crear desde cero una obra con la inteligencia artificial, Herkelmann expresó que «a largo plazo quizás lo veremos» pero a día de hoy «no sabemos lo que haremos en el futuro».
El compositor Lucas Cantor explicó que «se entrenó a la máquina dándole el tono el compás y armonías de los dos primeros movimientos, y después de seis meses yo terminé mi trabajo en cuatro semanas». Sobre su función explicó que «me encargué de extraer las excelentes aportaciones de la Inteligencia Artificial y completar algunos aspectos, a fin de garantizar que la producción final estuviera lista para ser interpretada por una orquesta sinfónica. El resultado de esta colaboración mediante la IA demuestra que la tecnología ofrece posibilidades increíbles, y el impacto significativo y positivo que puede tener en la cultura moderna”.
Acerca de cómo ha sido colaborar con un compañero tan particular como es la Inteligencia Artificial, Cantor recordó que al ser una máquina «no tiene ego, nunca está cansado, y no hay diferencia de opiniones, en ese sentido es fabuloso». Y a la pregunta de si una obra terminada con esta tecnología puede tener emoción o alma explicó que «no es directamente la música la que genera la emoción sino que cada uno tenemos diferentes emociones respecto a ella, lo que me puede emocionar a mi, puede ser diferente a lo que emocione a otra persona. Hay veces que no nos emociona una obra en concreto sino la interpretación que se hace de ella».
Acerca de qué hubiera pensado Schubert, Cantor apunta a que «seguramente si hubiera tenido nuestra tecnología seguramente habría terminado la sinfonía»
Una obra, distintas emociones
La obra terminada pudo escucharse por la tarde, tras las entrevistas a los responsables de este acontecimiento, en el auditorio londinese. Hubo asistentes a los que les emocionó la obra en su conjunto, otros que pudieron marcar diferencias notables entre los primeros dos movimientos y los otros dos construidos a través de la Inteligencia Artificial. Quizá la pregunta es ¿Podrían o sabrían marcar esas diferencias la mayoría de espectadores si no supieran que esta obra estaba finalizada gracias a la labor de una máquina?.
Hay oídos muy experimentados a base de escuchar música, y conocedores del contexto y la música de Schubert que pudieron hasta delimitar qué instrumentos no podía haber utilizado el compositor, como elementos de percusión, u otros oídos, entre los que me encuentro, que pudieron diferenciar entre el aire trágico marca de la casa del autor austriaco, y el aire festivo y con reminiscencias en ciertos momentos a Bandas Sonoras del estilo de John Williams o Max Steiner (hubo un par de compañeros míos que incluso captaron melodías extrapolables a El lago de los cisnes, de Chaikovsky), con los que se fueron animando los dos últimos movimientos para terminar «en todo lo alto», algo que no sabemos si Schubert hubiera querido hacer.
Ahí está el debate, ¿qué hubiera hecho Schubert? ¿Cuánto hay de Lucas Cantor (a juzgar por el aire en ciertos momentos «de película», quizá bastante), ¿de quién es la obra, del que la empieza, del que la acaba?. También generará en el futuro (ahora mismo a largo plazo) otras controversias, ¿podrá una obra hecha por inteligencia artificial, sustituir la labor del compositor? ¿Generará la misma emoción?
Si nos ceñimos a esta obra en cuestión, lo cierto es que hay que escucharla con oídos «inocentes» y juzgar por uno mismo. Pero creo que una cosa sí puede haber de cierta: La obra en su conjunto es «resultona» y se disfruta (y en el concierto que nos ocupa, la orquesta sonó de maravilla, cómplice y a los músicos se les notó que disfrutaban con la labor que estaban desarrollando). Ya entra dentro de las emociones que le ha suscitado a cada uno si se quedan con la Sinfonía inacabada o la acabada gracias a la Inteligencia Artificial aplicada por Huawei y a Lucas Cantor.
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A ver, ¿por dónde empezar? No soy muy amigo de hacer comentarios públicos pero creo que la ocasión lo merece porque la noticia no tiene desperdicio, vaya. He leído y escuchado varias opiniones de distinguidos colegas de profesión, compositores y director@s de orquesta, pero, a excepción de las sabias palabras del maestro Miguel Ángel Gómez Martínez que ha difundido el Telediario de la 1, ninguno se ha parado a comentar el resultado en sí mismo. No me hace falta escuchar más que los compases que se han hecho públicos (https://www.youtube.com/watch?v=I31R-pKzmUY), para determinar que ni el algoritmo, ni el supuesto compositor que ha realizado la pieza, en base a los escasos datos que le ha dado el primero al segundo, ni los que han tenido la brillante idea de (en)/ca(r)gárselo demuestran poseer inteligencia alguna. Porque en lo que se puede escuchar no hay ni un sólo detalle que recuerde a Schubert: ni un sólo giro melódico, ni un sólo enlace armónico, ni una sola frase o construcción acorde con la estructura clásica, ni un atisbo de emoción romántica, por no hablar ya de esa ampulosa orquestación (¡¿Platillos?!…¡Por el amor de Dios!), o el burdo uso de las dinámicas (¡Qué final apoteósico! ¡Ni Bruckner lo habría hecho mejor!)… ¡absolutamente nada! No me hace falta escuchar el resto del infumable experimento porque con esto me basta y me sobra. Es una porquería y una estafa. Y lo más curioso es que si lo hubiera hecho sólo una inteligencia artificial, hasta se le podrían perdonar la osadía y la ignorancia demostradas a la pobre máquina, pero que haya participado una inteligencia humana es un insulto a Schubert, a todos los músicos profesionales…y a la inteligencia humana. Claro que basta ver el currículum del tal Lucas Cantor (https://www.lucascantormusic.com/about-lucas-1/ ¡¿Por favor, de dónde lo han sacado?!), para entender que no tiene ni puñetera idea. Un ardid publicitario más, uno de tantos, sin un ápice de sentido del ridículo o vergüenza ajena. No tiene ni pizca de gracia, vamos. O, como diría la muchachada: ¡AY VA QUÉ CHORRAZO!
Otra cosa. Dice Cantor que «seguramente si Schubert hubiera tenido nuestra tecnología seguramente habría terminado la sinfonía». Otra paparrucha pues si realmente hubiese querido terminarla «seguramente», no le habría hecho falta recurrir a otra inteligencia que no fuera la suya. Por cierto, el anterior comentario también es mío. Pensaba que se publicaría con mi nombre: Lorenzo Ramos.