Ramadanes, solsticios y libros que te atrapan a partir de la página 100
Dice Paul Auster que invierte dÃas, semanas a veces, en elegir la primera frase de sus novelas. Una molestia un tanto desmedida, habida cuenta de que algunas de las grandes creaciones literarias no magnetizan al lector hasta la página 50, la 100 y hasta la 150 en algunos casos.
Autores como Tolstoi o Mann, amigos por igual de largas transiciones y de primeras frases memorables, no tuvieron reparo alguno en contener el pulso narrativo de sus obras maestras hasta bien iniciada la hora y media de lectura. Aquel lector (mal)acostumbrado al imán inmediato de la lectura puede que no lo tenga fácil con los tótems mencionados.
Hay, no obstante, otra forma de interpretar este largo (más o menos tedioso) compás de espera. De hecho, los autores nos habrÃan atrapado ya en la primera capitular, pero nosotros no hemos sido conscientes del hechizo hasta llegar a la cota de 50, 100 ó 150 de la montaña, hasta bien adentrados en el zig zag literario. Es entonces cuando echamos la vista atrás y nos percatamos del camino recorrido y de la vista que se nos abre al horizonte. La misma sensación que tiene el esforzado senderista en su tramo inicial. Aunque durante la primera hora y media sólo hayamos atravesado un tupido bosque monótono, sin vestigio de cambio, al despejarse la vegetación y asomar ese primer collado, sentimos como se dilata el tórax y nos invade la determinación de seguir monte arriba. A partir de allà la cima te atrae, te abduce. Cuando menos se lo espera uno, no hay punto de retorno.
Asà funcione tal vez el arte del novelista sobre el ánimo lector. Como la caminata curte al alpinista: las mejores vistas exigen un previo esfuerzo.
Y aunque los grandes libros son de efecto retardado, tardan en surtir efecto, sus primeras frases dejan huella por prosaicas que sean -“Un modesto joven se dirigÃa en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal a Davos Platz, en el cantón de los Grisones. Iba allà a hacer una visita de tres semanas (…, …, …)â€- o por el contrario, por ser deliberadamente pretenciosas -«Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera( …, …, ….)» . Encierran algo enigmático, un primer aviso de jaqueca, traducido en muesca de uña a filo de página. Como si nos pellizcarán o nos avisarán. “Está usted saliendo de pistasâ€, lee para sà el esquiador aguerrido.
He aquà algunos tÃtulos de maceración lenta.
Crimen y castigo (Fiodor Dostoievski)
Nada que el lector ya no sepa, perpetrar un crimen puede eternizarse, a nivel libresco cuando menos. Sobre todo si el designado para tal encomienda es Rodion Raskolnikov. Quizás lo más terrible del crimen no reside en un impulso de venganza, celos, rabia, impotencia o frustración (el móvil habitual), sino más bien, en lo contrario, en un ejercicio de reflexión e irracionalidad combinado (me atreverÃa a decir), repleto de subyacentes disquisiciones morales, valga la paradoja. Un libro que contraviene la máxima de la novela negra, atraparte desde la primera frase. El lector pide acción, páginas de acción; Dostoievski no sólo no se pliega al lector, sino que corresponde a la impaciencia del lector con más y más y páginas de latencia.
Sonata a Kreutzer (Leon Tolstoi)
Aunque la novela es breve, hasta el tramo final de la misma Tolstoi no nos desvela el por qué de esa acotación beethoveniana que da nombre a la misma.
La colmena (Camilo José Cela)
La estructura de hexágonos concatenados que forman primero un panal, un enjambre a la larga, conforma el formato de esta novela canónica del siglo pasado. Como todos los puzles, lo difÃcil es empezarlo, conforme uno va colocando las piezas se va perfilando el dibujo. Asà recuerdo esta lectura obligada de selectividad: 40 o 50 páginas de no entender nada, para al cabo de un tiempo empezar a ensamblar las piezas y terminar imbuido por un Madrid, ajeno en el espacio y tiempo.
El jinete del caballo blanco. (Theodor Storm)
El escritor y jurista alemán logra en este relato una carambola imposible: aunar positivismo ingenieril, conciencia social y posromanticismo. A priori un propósito tan descabellado como ligar aceite y agua. La historia incluye incluso alguna concesión de Ãndole mÃstica. El lector que desee conocerla deberá antes armarse de paciencia, porque en la taberna donde se nos cuenta la hazaña, todo discurre con parsimonia y el narrador matrioshka (narrador dentro de la narración omnisciente) no tiene prisa alguna.
Hasta tres niveles narrativos convergen en El jinete del caballo blanco. Los prolegómenos son extensos: se nos describe la taberna, a los posaderos, a los comensales, la historia arranca en falso varias veces y se interrumpe con la llegada de algún trasnochador. Y pese a todo, el lastre que se va adhiriendo al casco narrativo y el fruto final acaba justificando con creces tanto contratiempo, receso y polizón. El lector, si alcanza la última página, disculpará a Storm no haber ido al grano.
El abrazo marchito (Thomas Hardy)
Una estructura semejante recrea Hardy en uno de sus relatos más celebrados. Quien ansÃe la resolución inmediata del enigma mejor que claudique a las primeras de cambio y se agencia algún libro de bolsillo en el duty free. A menudo los libros gordos son los más amenos y los que más enganchan. Por contra, los finitos resultan más correosos y menos finitos.
Los enamoramientos (Javier MarÃas)
Al novelista y traductor de Hardy, le gusta desentrañar la trama a su debido tiempo y tempo. No situarÃa Los enamoramientos entre lo mejor del autor madrileño, pero una vez más se nos revela como un auténtico maestro de la contención narrativa. Hasta tal punto que hacia la página 150 ó 170, cuando ya no albergaba esperanza de flechazo alguno, el guión previsto sufre un viraje imprevisto y uno empieza a salivar. Es entonces cuando el tercio de libro ya consumido empieza a cobrar sentido. Se agradece en estos casos que la lectura en general tolere el principio de retroactividad. Y lo que entonces nos pareció banal, deja de serlo tanto.
El árbol de la ciencia (PÃo Baroja)
Baroja ocultó en el tuétano central de su novela más renombrada una disquisición existencial digna del filósofo más sesudo. La lectura detenida de este pasaje justifica por si sólo el resto de la novela. Cualquier reparo al texto que le precede o posterga, no tiene razón de ser. Por el mero hecho de conducirnos a ese episodio central están bien como están.
Los Buddenbrook (Thomas Mann)
Muchos lectores apenas sobrevivirán a la descripción inicial del salón de estar. A la primera cursiva en francés proferirán el nombre de Mann en vano y es posible que Los Buddenbrook vuelva al estante del que salió antes de vencer el capÃtulo uno. Ellos se lo pierden. Salir del puerto del resguardado Lübeck requiere tiempo, antes de todo hay que alcanzar Travermünde. El mar está en calma, las velas plegadas, es por tanto el momento de describir el navÃo. Ya habrá tiempo para las sacudidas del temporal.
El palacio de los sueños (Ismail Kadaré)
El escritor albanés tiene un estilo trepidante, pero en su breve novela El Palacio de los sueños se toma su debido tiempo antes de que nos revele que se cuece en ese palacio ministerial. Al principio tan sólo rutina diaria, trufada de algunos pequeños anticipos del fascinante relato posterior. Delicioso a la par que intrigante conjetura onÃrica, sin renunciar a su ancestral microcosmos balcánico.
La mujer justa (Sándor Márai)
Lo que puede dar de sà un café vespertino en una confiterÃa de Budapest. Sándor Márai, agudo observador y verdadero espeleólogo de la psique humana se persona en la mente de una digna divorciada para hablarnos de su rival, de su antagonista, de la que le ha relevado en el cargo de esposa. La historia, repleta de recovecos psicológicos y elocuentes silencios, avanza lentamente. La cucharilla del café da vueltas y más vueltas al azucarillo y los sorbos, insignificantes, llegan muy de tarde en tarde. A ritmo de estalactita avanzamos en la trastienda conyugal. La técnica del goteo deja a menudo más huella y más perenne que la cascada rauda.
***
Uno está a punto de desertar. Mira el lomo de perfil de nuevo, el grosor de las páginas vÃrgenes no se encoge y resopla una vez más. No obstante, sigue avanzando. El hastÃo inicial del libro, de repente, se torna poco a poco en creciente interés. No digo que suceda siempre, ni tan sólo a menudo, pero todo el mundo conoce esa sensación de estar a punto de dar carpetazo al pedante de turno y, cuando ya estaba dispuesto a no concederle ni un párrafo más de crédito, se gesta el milagro. Y se desdice. Y quizás, en esa espera (larga o corta), en ese ‘segundo’ prefacio, está el secreto y la explicación de que nos convirtamos en incondicionales de libros, que tan sólo unas páginas atrás, no habrÃamos dudado en calificar de soporÃferos.
En su artÃculo publicado en El PaÃs, Las páginas tediosas de La Montaña Mágica, Rosa Montero, invita al lector a saltarse párrafos, frases, páginas de las grandes obras de la literatura. El lector suele ser un esclavo cronológico del libro, rara vez contraviene el precepto. Rectifico, el lector también hace trampas y tiene sus argucias, sino serÃa un lector acrÃtico y peligrosamente sumiso.
El lÃmite del ramadán tiende a veces a infinito, otras a solsticio de verano. El calor inhibe el apetito, como la luz solar merma, y hasta inhabilita por unos meses, la sensibilidad musical. La oscuridad es el principal aliado del melómano. Se imagina asistir a una ópera en julio a las 15 h. No se entiende por ello como la mayorÃa de festivales, lo son de verano.
Hay una relación causa efecto entre radiación solar y apatÃa musical. Por la misma razón a menos horas de sol, más vulnerables somos al arte sonoro .Y para disfrutar la música, hay que ser vulnerable a ella, rendirse a ella y no rebelarse. En definitiva, la festividad de Sant Joan es la más amusical del año. La vitalidad de estos meses pide baile y poca escucha. El buen tiempo despierta el cuerpo y adormece la psique, ésta última hiberna hasta la llegada del frÃo. En conclusión, la música no es para el verano! Y por si alguien alberga duda alguna, a las pruebas me remito, ya la tenemos aquÃ, un año más: La canción del verano.
Por circunstancias que no vienen al caso, uno se abstiene durante semanas de conciertos y escuchas. Transcurrido este ramadán musical, voluntario o no, suena un Concierto para violÃn, de Mozart y de nuevo, purificado, la buena música recupera su sabor de antaño. La canÃcula no se aviene con la melomanÃa. Es tiempo de Pasito a pasito… Es hora de hacer las maletas y poner rumbo a los Dolomitas, a Baden Baden… a Davos.
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Molt bé, Joan, això de prendre partit estival per la literatura. M’han agradat molt aquestes «notas». No estaria malament que també t’atrevissis amb autors de poesia (sempre tan inherent a la música).
Salut i bon estiu!
Encoratjadors, les teus bons consells als lectors desficiosos. Qui no ha pecat d’impaciència?
Record -arran d’una teva citació- dos intents espaiats en els anys d’un esforç tità nic per mantenir-me deixondit intentant endinsar-me en la que, tanmateix, arribaria a ser una de les meves novel·les de referència: «La muntanya mà gica».
M’agrada la teva apreciació de què sovint els llibres més gruixuts resulten menys espessos que els més esprimatxats.
Ah! L’univers finÃssim del gran relat!