La Romántica de Bruckner por la Orquesta del Liceu
El pasado fin de semana, dentro de la temporada musical de L’Auditori de Barcelona, la Orquestra del Gran Teatre del Liceu ofreció un concierto dedicado a una de las cimas del sinfonismo romántico: la SinfonÃa núm. 4 en Mi bemol mayor del maestro austrÃaco Anton Bruckner (1824-1896).

Bruckner. CortesÃa Grand Teatre del Liceu
La mejora del rendimiento artÃstico de la orquestra del coliseo lÃrico catalán es una de las asignaturas pendientes que el Gran Teatre viene coleteando desde hace tiempo. A pesar del empeño de las batutas titulares que han dirigido el foso de Les Rambles los últimos tiempos (Bretrand de Billy, Sebastian Weigle y Michael Border), todas ellas de prestigiosa proyección internacional, la calidad de la formación instrumental dista bastante de lo que cabrÃa esperar de una plaza lÃrica que se pretende de primera división. Por ello, su nuevo director, Josep Pons, hombre versado en la “construcción†de orquestas (ahà está su brillante labor al frente de la Orquesta y el Coro Nacionales de España), ha querido potenciar la vertiente concertÃstica de la formación mediante la programación de diversos ciclos de conciertos, paralelamente a su actividad operÃstica.
Dentro de dicho proyecte cabe situar estas tres funciones dedicadas a la interpretación de la Romántica de Bruckner, obra colosal que constituye un auténtico reto para cualquier formación que se precie. El principal obstáculo que tuvo que solventar la orquesta liceÃsta para hacer frente a la nutrida orquestación de la partitura fue la contratación de un considerable número de instrumentistas (un total de 23), debido, en gran medida, al adelgazamiento que ha sufrido la formación en estos dÃas de vacas flacas. Cosa que, como era inevitable, repercutió en la falta de una mayor cohesión entre las secciones durante algunos pasajes de la partitura.
Con todo, el oficio y la profesionalidad de Pons lograron sacar un digno partido de la monumental obra del maestro romántico, imprimiendo una lectura de precisa articulación y apurado trabajo de las dinámicas. Especial mención merecieron la unción de las violas, en el segundo movimiento, y la brillantez del metal, en el tercero; asà como la temible parte de la trompa solista que, salvo ligeras imprecisiones puntuales, fue resuelta con notable desempeño por el solista titular.
A pesar de no ser una versión antológica de la partitura bruckneriana (el espÃritu mÃstico subyacente de los pentagramas apenas apareció en estas audiciones), cabe lamentar que el público tan solo llenara media entrada de las funciones ofrecidas en sala grande del auditorio barcelonés. La ocasión de gustar de esta decimonónica catedral del sonido francamente lo merecÃa.
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