LA VENGANZA DE TERRY RILEY
La compositora aprovecha su estancia en Nueva York para comentar la vida musical de la ciudad y compartirla a través de Doce Notas: y empieza nada menos que con un concierto-homenaje, el pasado 24 de abril, al mítico estreno de In C, de Terry Riley, en el Carnegie Hall.

Sonia Megías

Sonia Megías
“Cuarenta y cinco años después de su estreno, In C de Terry Riley alcanza por fin el escenario principal del Carnegie Hall”. Así rezan los titulares en las notas al programa.
24 de Abril, 7:45pm, me adentro en este carismático lugar, el Carnegie Hall. Como suele pasar, me compré las entradas más baratas y tengo que subir escaleras y escaleras hasta llegar al Balcony: el gallinero, eso sí, de la gran sala Isaac Stern.
Desde ahí veo casi todo el escenario, y la cosa promete: los músicos están en su mayoría situados en sus lugares, comentando entre ellos para ver cómo van a abarcar cada pattern. Mi emoción crece cuando leo que, entre los 60 músicos que van a interpretar la obra, se encuentran nombres conocidísimos como el propio compositor, o Philip Glass, o el Kronos Quartet, Scott Johnson, Joan La Barbara, Morton Subotnik, Wu Man… Fuentes sonoras variadísimas en lo temporal y geográfico: didgeridoos, kotos, instrumentos de juguete, gaitas, flautas de pico, sintetizadores, voces infantiles, voces adultas, melódica, pipa, taconeos, instrumentos clásicos… En fin… Un gran espectáculo “a la americana”, lleno de medios, se prepara ante mis ojos.
Cada grupo de músicos del escenario va vestido a su modo… Hasta incluso los hay con chándal, o con gorritos. Entre los grupos hay unos pasillos, a ver qué va a ocurrir en ellos. Se proyecta la única página de la partitura en una pantalla, con el tradicional espíritu minimalista de hacer partícipe al público del proceso de la obra. Comienzan los didgeridoos e instrumentos graves, con un pad o colchón, de la nota Do.
Los armónicos envuelven la sala, y entra, enlazándose con ellos, la voz del propio Riley, a modo de chamán. Improvisaciones en las escalas acústica, jónica, lidia y mixolidia de Do salen de su garganta , introduciéndonos en el ritual. Se crea la magia.
Aparece tímidamente el motor de semicorcheas que va a acompañar todo el desarrollo de la obra. La principal responsable de mantenerlo es la pianista Katrina Krimsky, intérprete en el estreno (1964). Y ahí viene el primer pattern.
El encargado de indicar el cambio de un pattern a otro es Dennis Russell Davies, que pasa por los pasillos creados entre los diferentes grupos, con un cartel en sus manos y el nuevo número, a modo de azafata de boxeo. Claro, para coordinar a tanta gente, alguien tiene que “dirigir” la operación.
He de decir que el pattern 35, el más largo de los cincuenta y tres, provocó un estado interesante en el público. Ese par de minutos que duró, bien colocados en la obra en cuanto a proporciones áureas, nos tuvo a todos bien atentos, porque es el único fragmento de la obra que intercambia las diferentes escalas.
Experiencia mística… 100 minutos de duración, 10 segundos de resonancia, 15 minutos de aplausos, silbidos y gritos al compositor, que con su todavía aspecto de hippie de California saluda feliz al público. Ni un minuto de aburrimiento.
Impresionante… se creó tal armonía entre los que tocaban y los que escuchábamos, que me recordó a los drum circles de Woodstock, en los que participé el verano pasado. Conexión con el pulso interior de cada uno, armonía con la naturaleza, trance.
Me dejó en tal estado de shock y, al mismo tiempo, de paz interior, que parí una obra nada más salir del concierto.
En su entrevista con David Harrington (primer violín del Kronos Quartet) y con Jason Victor Serinus (periodista del Opera News) para las notas al programa, Terry Riley nos cuenta que la obra se originó una noche de mayo del 64 mientras conducía hacia un bolo para tocar el honky tonk en el Gold Street Saloon de San Francisco, totalmente colocado:
TR.- Ahí me llegó el comienzo y pensé: «Este sonido es alucinante, estaría genial empezar una obra así»; los patrones fueron desplegándose, tal vez los dos o tres primeros pentagramas. Después tuve que bajarme de la camioneta. Pero no llegué a resolver el problema hasta que la idea para In C se presentó como un paquete. Al día siguiente, me levanté y escribí todo, los cincuenta y tres patterns. Fue extraño porque cuando terminé la página, la obra pareció estar completa. No pensé en escribir una página dos; tuve la sensación de que aquello era la conclusión.
DH.- Fuiste más rápido que Mozart, ¿no?
TR.- Bueno, fui más simple que Mozart.
JVS.- Como un Mozart colocado.
TR.- Sí, eso siempre. Eternamente.
Sonia Megías, compositora
Manhattan, 26 de Abril de 2009

Única página de In C.

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