Butterfly despide el año en el Liceu
El Gran Teatre del Liceu puso el colofón al 2024 con el montaje de Madama Butterfly firmado por Moshe Leiser y Patrice Caurier, una producción repuesta ya por cuarta vez en el coliseo catalán. (Daisy Evans). Una coproducción repuesta por Daisy Evans con dirección musical de Paolo Bortolameolli.

Esta coproducción con la Royal Opera House tiene las virtudes de no aventurar transgresiones argumentales ni contextuales, disponiendo un espacio escénico de suma austeridad escenogràfica (Christian Fenouillat), prácticamente reducido a los tatamis que encofran la trágica historia amorosa de Cio-Cio-San. No obstante, el montaje sigue acusando algunos problemas que le restan eficacia dramática y un mayor relieve musical, en gran medida provocados por el inmenso espacio vacío que propicia la pérdida de proyección vocal en el palco escénico.
Una realidad que se agrava con algunas soluciones dramáticas como la decisión de concentrar entre bambalinas el emotivo número de entrada de Butterfly con su séquito, así como también la tendencia sinfoneante de Paolo Bortolameolli al frente de la orquesta, que en no pocas ocasiones ahogó completamente las menguadas voces.
Con todo, la función del pasado 22 de diciembre nos dejó un agradable sabor de boca. A pesar de los excesos de volumen, el maestro chileno condujo con garbo e intensidad dramática la partitura pucciniana, enfatizando sus resortes más expresivos. Esto generó cierto contraste, especialmente en el segundo acto, con la excepcional interpretación que Ailyn Pérez realizó del rol protagonista. La soprano norteamericana se sumergió en los resortes más íntimos de la joven Butterfly, con una prestación canora de una delicadeza, fragilidad y calidad de matices francamente extraordinaria, no siempre perceptibles por la potencia del foso. A su lado, vibró con gran magisterio la mezzo catalana Gemma Coma-Alabert, bordando una Suzuki tanto en lo vocal como en lo escénico a la altura de las grandes figuras que han encumbrado este rol en el teatro de Les Rambles.
Mientras que en las partes masculinas, Celso Abelo resultó un Pinkerton de fraseo elegante e intachables medios, aunque evidenciara cierta tendencia a empujar el agudo en exceso: un mal del que adolecen muchos tenores belcantistas ávidos de roles de mayor peso. Su cómplice y confidente en el escenario, el Sharpless de Gerardo Bullón, fue un cónsul de manual. Magnífica también la labor del resto de coprimiarios, entre los cuales sobresalieron con gran mérito el Goro de Juan Noval-Moro, el Príncipe Yamadori de Carlos Cosías y el tío Bonzo de David Lagares.
El coro y la orquesta rindieron al óptimo nivel que nos tienen acostumbrados, culminando así un envidiable año musical de los cuerpos estables de la casa.
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