El húngaro István Várday, Premio Montblanc 2012 de la Música
De manera instintiva, visualmente, la estrella blanca de puntas redondeadas de Montblanc ha estado siempre asociado a la cultura.
Hace algunos años que la reputada firma de calidad comenzó a tender puentes con los jóvenes creadores, incentivando su talento. En el apartado del teatro, con un premio anual destinado a directores, que en 2004 reconocía la labor del español Álex Rigola por su trabajo en la Santa Juana de los mataderos, que presentó ese verano en el Festival de Salzburgo. El mismo marco en el que Montblanc concede además otro premio cada temporada, este para voces jóvenes. A todos ellos, debemos sumar el Premio Montblanc de la Música, que el lunes se entregaba en Berlín en su séptima convocatoria al chelista húngaro István Várdai.
La ceremonia, organizada en torno a un concierto de Gala en la Konzerthaus de la capital alemana, se convirtió en un acontecimiento social que congregó tanto caras del papel couché como del mundo cultural. Desde la modelo Carolina Kournikova, que acaparó el chaparrón de flashes, al chelista estrella Mischa Maisky, por cuya poderosa presencia también sienten debilidad las cámaras.
Fue Maisky quien, en calidad de miembro del jurado que decidió el nombre del ganador, hizo entrega del trofeo: 10.000 euros y una estilográfica Montblanc de la serie que dedicada a Johannes Brahms. Un modelo que tiene como característica destacada el hecho de que parte de los beneficios de su venta vayan destinados a la Fundación Cultural Montblanc, que promueve e impulsa por esa vía nuevos proyectos.
En el acto de entrega, Maisky destacó de Várdai, además de la calidad interpretativa, el hecho de que, como él, hubiese comenzado a formarse en el chelo con ocho años. Pero, sobre todo, la cualidad de poseer un excelente sentido del humor, “Algo que”, dijo, “le hace mucha falta a los chelistas”. Esa simpatía, reflejada en una sonrisa perpetua, quiso demostrarla Várdai contando lo poco que sabía de la firma Montblanc, de la que tuvo conocimiento por primera vez hace seis años. Le regalaron entonces una agenda de esa marca en la que iba apuntando todo lo que le interesaba. Aun la conserva como oro en paño. “¿Cómo iba a imaginar que hoy me encontraría recogiendo este premio?”, comentó.
Las razones para despejar esa duda se deducen de las palabras que Maisky dedicó a Doce Notas sobre el músico húngaro. “Está claro que es un gran chelista. Es joven aún, pero le auguro un excelente desarrollo en la carrera, porque parte de tener unas maravillosas cualidades como músico y chelista. Antes he dicho que tiene sentido del humor. Es un ser humano con esa capacidad de locura que tan bien le viene a los jóvenes. Lo conocí en el Festival de Kronberg y ya percibí su calidad. Luego escuché un disco que ha grabado, y he seguido otras cosas suyas por Internet. Y como el mundo es tan pequeño, resulta que Lily, mi hija pianista, ha hecho música de cámara con él, y todo lo que dice de la experiencia son maravillas”.
Los galardones recibidos por Várdai en concursos internacionales –Génova, Tchaikovsky de Moscú, Feuermann de Berlín, Johannes Brahms de Pörtschach, David Popper de Budapest…– avalan la trayectoria como solista que está siguiendo junto a directores de renombre, y actuando con orquestas como la Sinfónica de San Petersburgo, la del Mariinsky. En el concierto de Gala de anteayer le correspondió medirse con la Filarmonía de las Naciones dirigida por Justus Frantz, su fundador y titular, en las Variaciones Barrocas de Tchaikovsky que abrían la segunda parte, rematada por la agrupación sinfónica en solitario con la Séptima Sinfonía de Beethoven.
En la primera parte, Várdai se lució en solitario con dos obras unidas por el sabor nacionalista: la Octava sonata de su paisano Zoltán Kodály y la Sonata al antiguo estilo español de Gaspar Cassadó. ¿Por qué Cassadò, le pregunta Doce Notas?, a lo que Várdai responde. “En primer lugar, por ser un gran chelista del siglo XX, que murió de una manera trágica. Además, porque escribió algunas piezas magníficas para chelo, como Requiebros o la Sonata a solo, que me resultan muy emocionantes, porque puedo percibir en ellas el espíritu español”. Y pasa a relatar su punto de vista de la escuela española de chelistas. “Conozco a Lluis Claret, y admiro lo que hizo Pablo Casals. Me gusta la tradición española en el chelo. Incluso en Kronberg he tenido un profesor español, otro Pablo. Creo que los españoles llevan el chelo en la sangre. Pero Casals fue mucho más: un revolucionario para todos nosotros. Especialmente para todos aquellos que hoy nos enfrentamos en solitario a este instrumento”.
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