González Acilu, estrena su cantata Clinamen
[Edición impresa DaD #17 abr-may 2011]
Agustín González Acilu (Alsasua, 1929), tiene una primavera cargada en cuanto a homenajes: el 8 de abril va a ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Pública de Navarra.
Un mes más tarde, el 3 de mayo, la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, dirigidos por José Ramón Encinar, estrenan Clinamen, una cantata sobre textos de Epicuro, una obra que ocupa al compositor navarro desde hace varios años y que refleja muchas de sus posiciones vitales. De ello y de su amplia trayectoria nos habla este músico al que le llueven los merecidos reconocimientos.
Su interés por Epicuro viene de lejos. ¿Cuándo se gesta la idea de hacer Clinamen? ¿Cómo relaciona el pensamiento de Epicuro con la música?
Epicuro creía que en medio del vacío los átomos se desviaban de la línea recta y así se originaba la libertad. No fue el único motivo que le llevó al concepto de la desviación [Clinamen significa desviación]. Se lo expliqué al diseñador de la editorial y lo plasmó de ese modo [en la portada de la partitura]. Lo interpretó perfectamente. Es lo que se entiende como fenómeno de iconicidad, de esto quiero hablar en Pamplona [discurso de nombramiento como Doctor Honoris Causa], aunque tengo que hablar solo diez minutos…
¿Tendrá tiempo de hablar sobre ello? Voy a hablar sobre mi música… Cuando me lo comunicaron [el nombramiento] me dijeron que si aceptaba y dije que encantado pero me topé con la gran paradoja de que toda mi generación procede de una gran desorientación.
¿Qué desorientación era esa? En el año 1955 vino a hablar el compositor chileno Becerra Schmidt al conservatorio de dodecafonismo y nos encontramos en un aula diez o doce alumnos, él en una mesa y detrás seis o siete profesores; y si nosotros teníamos de 22 a 25 años ellos tenían 45 o 50 y lo que hablaban entre sí era, “que no nos cuenten historias”. O sea, que no se creían lo que estaba diciendo aquel señor y nosotros en medio, alumnos de algunos de ellos. Basta que una persona venga a hablar de la atonalidad y del mundo férreo de la tonalidad y de toda esa ortodoxia tan brutal que se origina en los conservatorios para que trates de transgredir. Todo eso supuso una desorientación y muchos de los alumnos de composición ya no siguieron…, hubo personas que dijeron, esto es una porquería, esto no es música ni es nada.
¿Qué es lo que le lleva a ponerle música a los pensamientos de Epicuro? Su sentido humanista. Mi primera obra vocal, que era fonética (año 64-65), tiene un texto de Pierre Teilhard de Chardin sobre la hipótesis con relación a la ciencia; y me encuentro que la idea de “hipótesis” iba a ser para toda mi vida porque estaba convencido de que tenía que hacer algo que no tenía por qué estar ligado al lado subjetivo de la cultura puramente romántica. ¿Por qué cojo un texto de tipo científico? Para que no me condicionara absolutamente en nada el posible elemento subjetivo del texto. Un aspecto de la ciencia: la hipótesis, es el alma para la introducción del mundo.
¿Nos puede hablar de su proyecto operístico? Sabía que tenía que escribir una ópera, pero me preocupaba mucho. Cuando vi Las criadas, de Genet, me interesó mucho porque encajaba perfectamente con mi música, además de como forma lingüística, como encajaba el habla dentro de mi sentido de la iconocidad. También me interesó Gaspar Hausser. Estoy hablando de los años 60. Ahora es otra cosa, la ópera entonces estaba muy mal vista. Era como un retroceso. Wozzeck no lo conocíamos, por supuesto, e incluso Alban Berg estaba mal visto. Una obra musical con un acorde que sonara tradicional, como una séptima disminuida, era ya que te podían echar de casa los amigos.
¿Conocía la obra de Dallapiccola? Sí, vi la ópera Il prigioniero, con García Abril en Roma en el año 1964…
¿Y qué le pareció? Todo lo que no era tonal me gustaba….
¿Cómo nació su interés por la figura de Hipatia para su ópera? Me llamó la atención el hecho de que en aquella época una mujer con 35 años fuese la directora de todo el saber universal, como era la Biblioteca de Alejandría, me obsesionaba.
¿Y el libreto? Lo hizo Gómez de Liaño y lo publicó con otros textos[Hipatia, Bruno, Villamediana. Tres tragedias del espíritu]. Gómez de Liaño estuvo muy ligado a la música en los años sesenta y además tenía un gran conocimiento de la cultura griega.
¿Le gusta el libreto? Sí, me gusta, pero se narra una historia… Si tuviera que hacer otra ópera…
Pero ésta no está hecha… Estoy haciéndola… bueno la hice del principio hasta el final, la terminé, estuve tres años trabajando…
O sea, que la tiene. Sí claro, pero la volví a rehacer otra vez y aún la volvería hacer más sintética. Pero como respuesta a esta obra tendría que hacer otra y entonces el texto bien podría apoyarse en algún poeta que fuese científico.
Por eso ha pensado en Epicuro. Sí, sobre el concepto de clinamen, sobre la disputa entre Epicuro y Demócrito, incorporando grafías y sonoridades mías, no pensando en narrar una historia, sino en expresar la oposición de criterios entre ambos, eso sí que me interesaría.
¿Rechaza el concepto de lo narrativo, no quiere contar una historia? No sería ya la de Hipatia, precisamente. Cuando hago una obra estoy a la vez pensando en dos o tres más sobre la misma, y siempre lo primero es apoyarse en la anterior y servirme como peldaño para la siguiente. Todas, mis ciento veinticinco obras, están hechas así. Siempre he dejado cerrada la puerta de atrás con serenidad para impulsarme constantemente, ese ha sido todo mi trabajo y eso me ha permitido organizar el tiempo. Yo me dije: Agustín tienes 30 años, te quedan 40 –pensaba que los 70 serían el final. Es como pintar una pared desde los 30 a los 70 años, ese espacio del tiempo había que llenarlo milimétricamente y organizarlo con objetividad, dejando la subjetividad aparte, además la subjetividad la da el tiempo, es como en los pintores “el tiempo también pinta”.
En general, pienso que hay que cultivar el hacer más que el sentir. Se lo he dicho a los alumnos, no hay que cambiar tiempo por dinero, el tiempo es irrecuperable. Yo he sido obrero de una fundición, esa experiencia no la tiene cualquiera: te hace saber el valor del dinero. Hasta qué punto merece respeto. A los catorce años ya cobraba por el trabajo y veía a los hombres, los jóvenes, los medianos y a los viejos, trabajando conmigo, oyendo sus conversaciones, eso marca…
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