¿Crees que tu visión de la realidad musical que te rodea está distorsionada?
Por Patricia Blanco-Piñeiro
La mente humana no siempre interpreta la realidad de manera objetiva. Quien fuera el creador de la terapia cognitivo-conductual, Aaron Temkin Beck, gracias a una serie de estudios sobre la depresión, llegó a la conclusión de que nuestras percepciones están influenciadas por distorsiones cognitivas. Estas toman la forma de pensamientos negativos, irracionales y automáticos, que deforman la realidad y amplifican las emociones negativas. Provocan tristeza, frustración, ira, ansiedad, y comprometen el bienestar de la persona.

Unos diez años antes de los estudios de Beck, Albert Ellis, había comenzado a desarrollar lo que se conoce como la terapia racional emotiva que se basa en la idea de que el ser humano no se ve afectado por los acontecimientos en sí mismos, sino por la interpretación que hace de ellos. Es decir, las emociones no tienen nada que ver con los acontecimientos reales, son los pensamientos —dirigidos y controlados por uno mismo— los que generan emociones diversas. Ya el filósofo griego de la escuela estoica, Epícteto, había dicho que «El hombre no se ve distorsionado por los acontecimientos, sino por la visión que tiene de ellos». Estos pensamientos son ideas rígidas y absolutistas que son adoptadas como verdades universales del tipo “no debería fallar nunca”, “tengo que tocar perfecto”. No importa lo irracionales que estas creencias puedan llegar a ser, pues son firmemente creídas por quienes las tienen. Sin embargo, son inalcanzables y generan, entre otras cosas, frustración, ansiedad, y afectan al autoconcepto y la autoestima, cuando no se cumplen.
Estos dos fenómenos, las creencias irracionales y las distorsiones cognitivas, que están interconectadas y suelen reforzarse mutuamente, moldean negativamente nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Debido a la naturaleza exigente y competitiva de su profesión, los músicos pueden ser especialmente propensos a pensamientos irracionales y distorsiones cognitivas, que afectan tanto su desempeño artístico como su bienestar emocional.
Las creencias irracionales suelen tener que ver con 1) un perfeccionismo extremo (“Debo tocar siempre perfectamente para ser un buen músico”; esto solo genera frustración y ansiedad, ya que no es una meta realista). 2) Un profundo miedo al fracaso (“Si cometo un error, todo mi esfuerzo no habrá valido la pena”; la persona, presa de una autoexigencia poco saludable, ignora el aprendizaje que producen los errores). 3) La necesidad de aprobación y cariño (“si no les gusta como toco es porque soy un fracaso”, de manera que deja su autoestima en manos de la validación externa). 4) Catastrofismo (“Si tengo fallos durante el concierto, perderé toda mi reputación”; exagera las consecuencias de un evento negativo y aumenta la ansiedad escénica). 5) Sobregeneralización (“Siempre olvido ese pasaje, nunca podré tocarla bien”; reduce la capacidad de reconocer el progreso).
Entre las distorsiones más comunes se encuentran 1) el filtraje o abstracción selectiva, cuando ponemos el foco únicamente en aquellos elementos de la situación que nos son desfavorables. Es una especie de filtro que impide que los aspectos positivos tengan acceso a nuestra conciencia. Por ejemplo, el músico que solo centra su atención en los aspectos “negativos” de la actuación y niega la parte buena de su interpretación (“no di ni una”). 2) La sobregeneralización o generalización excesiva, en este caso, lo que se hace es globalizar, partiendo de un único hecho, normalmente negativo, a toda una situación personal que se extrapola a situaciones futuras (“nunca lo lograré”); esto lleva a una visión estereotipada y unidimensional de la realidad circundante que se resuelve mediante etiquetas generales y afirmaciones absolutas (“esta obra no hay quien la toque”). 3) El absolutismo o pensamiento polarizado o dicotómico que evalúa en términos de todo o nada y de forma extremista, sin matices (“todo me sale mal”, “menuda basura de actuación acabo de hacer”). 4) Visión catastrofista, se caracteriza por una predisposición a prever situaciones adversas y sacar conclusiones catastrofistas sin que existan evidencias reales. Emplea adjetivaciones desmedidas como “horrible”, “terrible”, “desastroso”, de manera que siempre se anticipa lo peor (“lo haré fatal”). Interpretación del pensamiento, mediante el que se llega a conclusiones acerca de los sentimientos e intenciones de otros, sin evidencia alguna de ello (“el público está decepcionado porque no le gustó como toqué”). 5) La personalización, mediante la que la persona se atribuye la responsabilidad o culpa de hechos que escapan a su control (“el concierto fue mal solo por mi culpa”).
Estos patrones mentales pueden convertirse en trampas que perpetúan emociones negativas, impiden tomar decisiones racionales y dificultan unas relaciones saludables. Frases como “soy un fracaso”, “nunca lo lograré”, “no soy suficiente” no ayudan, precisamente, a que el músico se sienta mejor. Sin embargo, tanto las distorsiones cognitivas como las creencias irracionales son obstáculos normales y comunes, pero modificables y superables. Por lo tanto, es importante 1º) admitir que existen, 2º) reconocer cómo nos influyen 3ª) conocer cuáles son nuestras tendencias y 4º) proponerse trabajar para corregirlas o para que nos afecten menos, ya que nuestro bienestar y salud emocional se verán muy mejorados, y nos sentiremos más satisfechos.
Existen una serie de herramientas, muy prácticas, que permiten identificarlas, cuestionarlas y reemplazarlas con pensamientos más realistas, útiles y saludables. Unas son más complejas y necesitan la ayuda de un especialista, mientras que otras son bastante más sencillas. Es el caso de los registros escritos de pensamientos automáticos que surgen en momentos relevantes (e.g. conciertos, exámenes, pruebas, etc.), detectados a partir de los estados emocionales que provocan (e.g. ansiedad, tristeza, rabia, etc.). También resulta útil la búsqueda de evidencia objetiva de las creencias que nos limitan, esto favorecerá suplirlas por otras más realistas y sanas. De esta manera, conseguimos identificar y tomar conciencia de los pensamientos negativos que nos limitan para, después, decidir cuestionarlos. La práctica de técnicas como la atención plena o la autoaceptación (por ejemplo de la imperfección como parte de la naturaleza humana o del error, como elemento necesario, incluso deseable, para el aprendizaje). Estas técnicas ayudan a reducir el estrés que provoca la búsqueda constante de perfección, así como la ansiedad escénica. El uso de autoinstrucciones que ayudan a centrar la atención más en el procedimiento que en el resultado.
En conclusión, comprender cómo operan nuestras narrativas internas, teñidas por pensamientos automáticos en forma de creencias irracionales y distorsiones cognitivas que afectan a nuestras emociones, puede ayudarnos a tomar conciencia de los diálogos internos que nos perjudican. Este será el primer paso para establecer otros diálogos más beneficiosos o bien cambiar la relación insana que se mantiene con aquellos. Es importante destacar que muchas veces, gracias a la aceptación y comprensión de la función que estas creencias y distorsiones ejercen en nuestra dinámica psicológica, se puede llegar a establecer una relación más funcional y adaptativa con ellas, y no únicamente su reemplazo por otras más racionales tiene beneficios en la salud emocional.
Por Patricia Blanco-Piñeiro. Psicóloga especialista en Psicología Clínica. Doctora por la Universidad de Vigo. Catedrática de canto y profesora de Psicología de la Interpretación Musical en el CSMVigo. Miembro del equipo docente del Máster de Psicología y Música de la UNED.
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