Innsbruck protagoniza el ‘revival’ de dos óperas barrocas
En el tramo final de su cuadragésimo sexta edición, el prestigioso Festival de Música Antigua de Innsbruck ha acogido el reestreno de dos joyas barrocas olvidadas: las óperas “L’amazzone corsara”, de Carlo Pallavicino (1630-1688) y “Astarto”, de Giovanni Bononcini (1670-1747)

© Birgit Gufler
Unos títulos que, ante el escaso entusiasmo suscitado por la creación contemporánea, vienen a enriquecer sensiblemente la lista de novedades de la cartelera lírica actual. Como sentenció Verdi, proféticamente, “torniamo all’antico e sarà un progresso”.
Una joya del barroco veneciano
Carlo Pallavicino fue uno de los pioneros en divulgar el género operístico por el continente europeo. Como es sabido, la ópera fue un espectáculo creado en Italia en los albores del Barroco y, durante sus primeros siglos de vida, los compositores e intérpretes italianos tuvieron, como quien dice, su patente de explotación. Durante la primera mitad del siglo XVII, se expandió por la geografía italiana como espectáculo exclusivo y aristocrático, y fue en Venecia, en el teatro de S. Cassiano (1637), donde la ópera se convirtió en un espectáculo público de pago, comenzando su fama a extenderse por el continente europeo.
Del mismo modo que hiciera Pietro Antonio Cesti en Innsbruck y en Viena, Pallavicino desarrolló parte de su carrera musical más allá de las fronteras italianas, concretamente al servicio de la corte del príncipe elector de Sajonia, en Dresde. En su tiempo, fue uno de los más celebrados compositores de la escuela veneciana, del cual se conocen más de una veintena de títulos escénicos. “L’amazzone corsara” fue estrenada en el Teatro Grimano di SS. Giovanni e Paolo, el febrero de 1686, y gozó de un notable éxito, según parece. Su libretista, Giulo Cesare Corrandi, se inspiró en los episodios recogidos en la Gesta Danorum, un compendio de textos medievales sobre leyendas e historias danesas cuyos libros han inspirado a más de un genio literario (entre otros al mismo Shakespeare, quien sacó de allí la historia de su Hamlet). El éxito del libreto de Corrandi lo avala el hecho de que, posteriormente, fuera musicado por compositores varios, como Alessandro Scarlatti (1689), Carlo Agostino Badia (1692) o el mismo Antonio Vivaldi (1731).
Su argumento narra la historia de Alvida, la reina de los godos, quien a pesar de haber caído en desgracia y ser capturada por su pretendiente, el rey danés Alfo, rehúsa por todos los medios la petición de matrimonio de éste. Una historia que, entre otras tramas de intriga paralelas, exalta el fragor de una mujer bravía, de éstas que hoy llamaríamos “empoderadas”, aunque no por ello debamos caer en la torpeza de leer este drama en clave de alegato feminista avant la lettre. Al final, ante la disyuntiva de perder su estatus social, su amor acaba cediendo. Cuestión de poder, o sea. Como la vida misma. Dos parejas más, Gilde y Olmiro e Irene y Delio, conforman el nudo dramático de la obra, a las que cabe sumar el viejo Ernando, padre de Gilda y Chambelán de la corte de Alfo. Lejos aun de los trágicos melodramas románticos, el enredo termina con el triunfo del amor (y el interés) a modo de happy ending.
Pallavicino viste la historia con una música viva, fresca e intensamente expresiva; sus arias adoptan aires populares, sin perder jamás su elegancia ni caer en lo ordinario. Su vocalidad es vivazmente melódica, espontánea, con pasajes de lucimiento y compromiso canoro. La obra alterna una gran variedad de números musicales, mayormente arias breves, con un gusto incisivo por los lamentos y ocasionales duetos. La orquesta no se limita a hacer de moqueta armónica, sino que interviene expresivamente en el discurso dramático, con pasajes de instrumentos obligados y unos recitativos que aun conservan los ecos de la exquisitez retórica del stile rappresentativo.
En la presente producción, los personajes fueron abordados por jóvenes intérpretes pertenecientes a la pasada edición del prestigioso Concurso Cesti, que cada año se da cita en la localidad de Innsbruck. El rol principal de Alvilda corrió a cargo de la cantante sueco-brasileña Helena Schuback, una intérprete de voz densa, tintes oscuros, ahínco expresivo y excepcional habilidad para la coloratura; la pasada velada del 23 de agosto, nos deleitó con una caracterización que aunó vigor canoro y pasión dramática. Su partenaire, Julian Rohde, es un tenor de canto voluntarioso, autoridad escénica y consumado estilo, si bien debiera corregir cierta tendencia al engolamiento y al exceso de vibrato en el tercio agudo; con todo, nos regaló una feliz actuación. La estadounidense Hannah De Priest nos regaló una excepcional recreación del coqueto personaje de Gilde, un personaje que va ganando enteros a medida que avanza la función y que fue resuelto por la soprano americana con una actuación de gran desenvoltura escénica, canto fluido, línea impecable y luminosa coloratura. El rol de Olmiro, escrito originalmente para castrato, fue desempeñado por la israelí Shira Pachornik, una intérprete que nos deleitó con algunos de los momentos más emotivos de la velada gracias a un dominio de los reguladores y a un timbre de pura emisión, puestos al servicio de un sentido canoro exquisito, de hondo calado expresivo y depurado sentido estilístico. No quedó tampoco atrás en su cometido, el contratenor Rémy Brès-Feuillet, quien nos brindó una simpática caracterización del joven Delio, de voz ágil y muy bien proyectada. Marie Théoleyre encarnó el rol de Irena y el personaje alegórico de La Fama (que aparece solamente en el prólogo de la obra) con discreción, mostrándose más habilidosa en los recitativos que en los números de canto más ornamentado. Completó el cast, el intenso bajo Rocco Lia (Ernando), cantante joven dotado de un regio instrumento al que auguramos grandes logros cuando su voz vaya ganando en años y homogeneizando registros.
El director de escena, Alberto Allegrezza nos sorprendió con una simpatiquísima y vistosa producción. Haciendo de la necesidad, virtud, fue capaz de abordar con gran eficiencia la narración dramática de la obra, con una escenografía conformada por tres biombos móviles (que ora figuran una librería, ora el decorado de una marina, ora un salón de espejos, la torre de una castillo o unos bellos jardines), un atrezzo reducido a la mínima expresión y un fantasioso vestuario. Todo ello sustentado por un excepcional trabajo en la dirección de actores, de la que cabe destacar su marcada gestualidad, heredera de la mejor tradición de la Commedia dell’Arte.
Feliz fue también la parte musical del foso, a cargo del joven director Luca Quintavalle, responsable a su vez de la edición de la obra. Desde el clave, dirigió a una motivada Barockorchester Jung, que tuvo momentos de intenso brillo en diversos números musicales y, a falta de mayor sutilidad, supo imprimir desparpajo, ímpetu dramático y radiante vitalismo.
Un digno rival de Haendel
Giovanni Bononcini (1670-1747), cual Haendel o Porpora, fue un compositor cosmopolita que alcanzó notables éxitos musicales en los principales escenarios europeos durante el Barroco tardío. Formado en Bolonia a finales del siglo XVII (por aquel entonces, uno de los centros musicales más prestigiosos de Europa) pronto destacó por su talento precoz y alcanzó reconocimiento gracias a sus publicaciones musicales (mayormente, piezas y cantatas de cámara). Pronto destacaría también como compositor de óperas y de oratorios, cosa que le valdría una gran proyección en importantes centros musicales como Roma, Nápoles o Viena. En esta última capital estuvo trabajando al servicio de los Habsburgo, llegando a ser el músico y el compositor mejor remunerado del momento. Posteriormente, cosechó notables triunfos en Londres, siendo un notable rival de Haendel. También recaló en España y en Portugal, antes de asentarse nuevamente en la capital austríaca, donde paso sus últimos años de vida.
El pasado 25 de agosto, tuvimos ocasión de disfrutar de la recuperación contemporánea de su ópera Astarto, una obra estrenada originalmente en Roma, el año 1715, y posteriormente revisada y reelaborada para su estreno en el King’s Theater de Haymarket de Londres, el otoño de 1720. Este estreno contó algunas de las estrellas más célebres del momento, como la soprano Margherita Durastanti y el célebre castrato Francesco Bernadi, conocido como Senesino. Stefano Montanari, al frente del conjunto historicista Enea Barock Orchestra, ha dado nueva vida a la versión londinense de esta partitura, rodeándose para ello de un reparto excelente de intérpretes.
El Tiroler Landestheater acogió por vez primera, en tiempos contemporáneos, esta intrincada historia de enredos amorosos y de poder, tan al uso en las primeras décadas del XVIII. Elisa, reina de Tiro, ama a su almirante Clearco y, a pesar de la diferencia de estatus, está lista para casarse con él. A su unión se oponen Fenicio, el supuesto padre de Clearco, Agenore, que ama a Elisa, y Sidonia, que ama a Clearco más que a Nino. Solo Fenicio sabe que Clearco es en realidad Astarto, el hijo del rey que fue asesinado cuando el padre de Elisa usurpó el trono. El embrollo pues está servido, hasta lograr, como era de precepto, un jubiloso happy ending. El reparto congregado para la ocasión contó con un equipo de solistas altamente comprometido, no tan solo en llevar adelante el exigente reto musical que supone la partitura, sino también en dar cuerpo a las ideas dramáticas de Silvia Paoli, empeñada en convertir el drama musical en una comedia bufa, echando mano de todo tipo de gags y guiños de los más variopintos, desde Mussolini a los iconos de la estética pop. La transmutación – no por falta de implicación de los intérpretes – no acabó de resultar plenamente, con reiteradas escenas chirriantes entre escenario y texto, cosa que motivó sonoras protestas al equipo de registas en el turno de los saludos.
Entre los intérpretes, nos cautivó de modo muy especial el canto ungido y depurado de Paola Valentina Molinari (deliciosa Nino), así como también la inmejorable encarnación escénica y la habilidad canora de la chipriota Theodora Raftis como Sidonia. La mezzo Dara Savinova dio la talla como Elisa, demostrando poseer excelentes dotes para la coloratura y un canto sumamente expresivo. A su vez, su amado Clearco (tesitura creada para el célebre Senesino) fue interpretado por la deliciosa contralto Francesca Ascioti, un reto para el que fue ganando enteros a medida que avanzó la representación, alcanzando un intachable éxito. Comprometido era también el rol de Agenore, confiado a la soprano Ana Maria Labin, quien supo imprimir todo el carácter y la autoridad canora que el personaje requiere. El bajo Lugi De Donato (Fenicio), poseedor de un portentoso instrumento, supo dar relieve a los comprometidos números musicales que Bononcini tuvo a bien reservarle, amén de encarnar un activista de las causas queer de manual.
Montanari supo llevar a buen puerto musical la andadura, con un imaginativo e intenso despliegue del discurso musical, siempre fluido, vibrante y rico en dinámicas, inmejorablemente secundado por los integrantes de la orquesta barroca romana Enea.
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