Gardiner, Pires y la London Symphony: una prueba para iniciados
London Symphony Orchesta. John Eliot Gardiner, director. Maria João Pires, piano. Palacio de Carlos V, Granada, 9 de julio.
Los momentos más importantes de la vida no tienen porqué ser siempre los más exaltados. Igualmente los mejores conciertos tampoco tienen porqué ser los de final en fortísimo, que suscitan casi de forma visceral los aplausos enfervorecidos del público sin solución de continuidad

Maria João Pires © May Zircus. John Eliot Gardiner © Sim Canetty Clarke
Los momentos históricos pueden pasar desapercibidos para los “no iniciados”. Sin duda el sábado pasado en el Palacio de Carlos V se vivió uno de esos momentos humildemente grandiosos con la aparición de Pires a lomos de la London Symphony y escudada por Gardiner.
La obertura Leonora II (la segunda versión de las varias que hizo Beethoven como introducción a su única ópera) dio la primera muestra de lo que el concierto iba a ser: delicado, inteligente y enjundioso. También sorprendente por la pericia de los músicos. Con una orquesta modesta en número (no hacía falta más para la ocasión) y un director como Sir John Eliot Gardiner se iba a tratar de: fraseo bien pronunciado, articulación precisa, concepto unificado del sonido del conjunto, dinámicas muy controladas, pianos cálidos y fuertes sin estridencias, y de una estructura bien trabada. A eso se añade una orquesta con una cuerda de sonido redondo y empastado y unos solistas en maderas y metales que ya desde la obertura llamaron la atención. La llamada de trompeta desde fuera de escena (momento cumbre de la acción dramática de la obra), fantástica.
Tras el cambio de escenario apareció el propio director del Festival, Antonio Moral, quien nos avisó de que la solista no había querido renunciar a tocar y cancelar el concierto, pero que se encontraba algo convaleciente y debilitada por una enfermedad padecida durante esa misma semana.
Maria João Pires sale, pequeña y delicada, supuestamente frágil. Es posible que los primeros acordes supusieran para ella un esfuerzo, es posible que hasta mover el pedal del piano fuera una dificultad; pero poco a poco se reencontró y fue ella misma. Es un concierto en el que Beethoven muestra influencias mozartianas de La flauta mágica (obra de simbología masónica que el genio de Bonn conocía bien) y, al igual que en el argumento de esta obra, (Tamino y Pamina deben superar las pruebas que les son impuestas para lograr estar juntos) imaginamos que la solista se impone el reto de tocar como parte del proceso que deben salvar los iniciados para demostrar que son dignos del amor.
Pires se ganó el amor de todos sus admiradores con sus cualidades de siempre: la pulsación dulce, los finales de las frases extremadamente cuidados, el lirismo y la elegancia de cada nota, las terceras sutiles, el virtuosismo incontrovertible, los arpegios que recorren el piano cual mariposa de espíritu libre. Es cierto quizá que no podía alcanzar los fortissimi que se esperan de un Beethoven enfadado, en do menor, pero ahí estaba su escudero Sir John para defenderla de la orquesta. El conjunto quedó muy igualado de calidades y texturas. Quizá algún desajuste rítmico solucionado rápidamente, quizá algún timbal fuera de sitio. Quizá el Rondo: Molto allegro varió demasiado de tempo entre unas secciones y otras intentando mantener el carácter a pesar de las capacidades en parte menguadas. Pero la fusión solista-orquesta en cuanto a concepto, fue perfecta.
También el concepto de la Sinfonía nº 4 fue uno. Desde la colocación de pie de la mayoría de los músicos (bueno, los que pueden tocar de pie, claro) hasta los detalles más pequeños de articulación. Sabemos que Gardiner es especialista en el revisionismo histórico de la interpretación. Aquí no tocaba con una orquesta de instrumentos antiguos, pero se buscaba esa sonoridad por otros medios. Es cierto que por este motivo se produjo alguna incongruencia: golpes de algo de sonoridad antigua con una realización completamente moderna, e instrumentos de viento actuales intentando imitar otro sonido. Y quizá se echó de menos algún fortísimo “rudo”, del tipo Beethoven (ya saben, ¡ese carácter!). Pero hubo tantos momentos sorprendentes de fraseo, de cambio de pulso para favorecer la intensidad musical, de sonoridad… Claro que en esto último la responsabilidad es compartida por los músicos. Lo que sospechamos desde la obertura se confirmó a lo largo del concierto y de la sinfonía: el imperceptible unísono de flauta y fagot, el empaste de los oboes, la conjunción con las maderas de trompas y trompetas, y el clarinete con intervenciones absolutamente memorables.
De propina un adelanto del concierto del día siguiente, final del Festival: la música incidental para Rosamunde, de Schubert. Obra perfecta para el lucimiento de sus puntos fuertes: la delicadeza del director, el sonido de toda la orquesta y el solista de clarinete que tienen.
Antonio Moral, director del Festival, nos dijo que hace 38 años la London Symphony vino por primera vez a tocar al Festival de Granada. Pues que siga viniendo por muchos años; y que Pires siga jubilada como desde 2018, pero tocando en España… Estarán de acuerdo en que fue un momento histórico.
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