Belleza y preciosismo
El Gran Teatre del Liceu ha inaugurado el nuevo año con la reposición de una querida y preciosista producción liceista de La dama de picas, de Chaikovsky.

© A. Bofill
Por cuarta vez, desde el año de las olimpiadas, la producción escénica firmada por Gilbert Deflo ha sido repuesta en el coliseo de Les Rambles, sin perder un ápice de su encanto esteticista ni de su eficacia narrativa; como alguien dejó escrito, la bellaza i la elegancia no son cuestión de modas sino de insistencia en lo logrado. Gran conocedor del oficio escénico, el director belga se sustenta en una puesta en escena clásica, gracias a la labor del espléndido equipo conformado por William Orlandi (escenografia y vestuario), Nadejda Loujine (coreografía) y Albert Faura (iluminación), para desarrollar una dramaturgia que conjuga con nitidez y habilidad los distintos planos íntimos y corales que integran esta grand opéra rusa inspirada en un cuento de Aleksandr Pushkin. A todo ello ha contribuido en gran medida el competente reparto reunido para la ocasión en el coliseo catalán.
La función del 6 de febrero, George Oniani fue el encargado de encarnar el intenso rol de Hermann. Por lo general, su interpretación siguió la evolución del conjunto de la representación: fue de menos a más. Seguro y sólido desde el primer momento, su recreación fue ganando dinamismo e intensidad expresiva a medida que avanzó la función, alcanzando un memorable acto conclusivo. De modo parecido, la soprano Irina Churilova fue profundizando en los matices expresivos de la desvalida Lisa con una voz portentosa en colores y hábilmente modulada. Andrey Zhilikhovsky fue un Principe Yeletsky de altura que supo sacar provecho de sus intervenciones y nos regaló una elegante recreación de su célebre aria Ya vas lyublyú. Larissa Diadkova fue una condesa de notable autoridad escénica que rubricó uno de los momentos de mayor calado dramático del espectáculo con su escena de muerte del segundo acto. A todos ellos secundaron con gran eficacia y profesionalidad el Tomski de Gevorg Hakobyan y los oficiales encarnados por David Alegret, Nika Guliashvili y Antoni Lliteres. A su vez, cabe destacar la espléndida aportación de las intérpretes de la casa Mireia Pintó (La governanta), Gemma Coma-Alabert (Maisha) y Serena Sáenz (Priliepa).
La dirección musical de Dmitri Jurowski tendió a dilatar los tempi y a recrearse en los pasajes camerísticos, cosa que redundó en el preciosismo sonoro del discurso musical pero restó cierto aliento y tensión dramática a determinadas escenas, especialmente durante el primer acto. Con todo, la prestación de la orquesta titular bajo su batuta fue sobresaliente, con especial relieve de las cuerdas, maderas y metales. El coro, sensiblemente reforzado, no quedó corto en su cometido, concluyendo su actuación con una oración fúnebre masculina que puso al público la carne del alma de gallina.
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