¿Lección magistral? ¿Libelo? (Sin fantasía)
Réplica a la Lección Magistral titulada Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía) pronunciada en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid el día 26 de noviembre de 2010, en la conmemoración de la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos, por el Excmo. Sr. D. Jacinto Torres Mulas, catedrático jubilado de Musicología y miembro de número de la Real Academia de Doctores de España.
“La mentira es la única verdad/que hay en la boca del necio”
A nadie que conozca y haya tratado al personaje le puede sorprender que su fantasiosa “lección magistral” le haya servido de pretexto para lanzar, a tontas y a locas, coces de mulas viejas y resabiadas a todos aquellos que, en aras de su inexcusable responsabilidad, intentaron, en su día, poner coto a sus desmanes. El hecho es tanto más sorprendente cuanto que el individuo en cuestión ha convertido un acto académico, público y solemne, en su particular vendetta y al margen del más elemental sentido del decoro.
El día de Santa Cecilia, que debería servir para honrar a la patrona de los músicos y renovar y reavivar entre ellos la fraternidad y la solidaridad, lo convirtió él, no podía ser de otra manera, en un desvergonzado acto de crítica falaz y cáustica. Pero como el ansia de protagonismo del Sr. Torres Mulas no tiene límites, para resaltar dicho acto era necesario poner en su actuación, como en tantas otras ocasiones, la nota altisonante que centrara la solemnidad del acontecimiento en su sola y deslumbrante presencia. Y ello es normal tratándose de un personaje tan pagado de sí mismo que, ante él, faro luminoso de sabiduría, elevado por su desmedida fantasía a las más altas cumbres del Olimpo, palidecen todos los mortales. Ni siquiera hizo falta nombrar a la persona destinataria de su diatriba. Todos sabían quién había sido el “patrón” del Conservatorio durante los últimos veintidós años.
En los primeros párrafos de su fantasiosa “lección magistral” él mismo se presenta como el profesor “cuasi” ideal: responsable, riguroso, brillante y émulo, por lo que parece, del método socrático. A la vista de tantos y tan notables atributos docentes, de tanto trabajo y sacrificios (cuarenta y siete años sin descanso), cabe preguntarse si, a raíz de su jubilación y como premio a su insuperable labor, no debería proponerle el Conservatorio como ejemplo de las más altas y brillantes virtudes académicas. Pero, lamentablemente, su paso o
paseo (no triunfal) por la Cátedra de Musicología del Conservatorio, dejó, en opinión de sus propios compañeros de departamento y de muchos de sus alumnos, la impronta de su despótica conducta y de su parca competencia para el ejercicio de una labor docente de altos vuelos que requiere algo más que jactancia y vana palabrería. Su jubilación, recibida con general indiferencia, lejos de constituir una pérdida irreparable para el Conservatorio, ha supuesto una auténtica liberación para los que, durante muchos años, tuvieron que soportar sus continuas veleidades.
Nada de lo que se dice en esta fantasiosa “lección magistral” nos puede sorprender, pues casi todos los que le han tratado han podido descubrir sus altas e innegables cualidades para la simulación y el embeleco que, unidos a la teatralidad y banalidad de su discurso, reflejan con precisión el retrato de una rara y pintoresca personalidad. Pedirle al sujeto en cuestión la más elemental urbanidad y, no digamos, la imprescindible elegancia o el refinamiento propios de una persona culta y distinguida, es tanto como pedirle peras al olmo o manzanas al olivo. Es un provocador nato que ni mide ni le importan las consecuencias de lo que dice, demostrando con ello un superlativo grado de irresponsabilidad fruto de su ligereza y vacuidad. Lanza sus envenenados dardos sin importarle la verdad o la falsedad de los hechos, con la única y deliberada intención de obtener el aplauso fácil y satisfacer su ilimitada vanidad. Maneja con innegable habilidad, a su capricho y para sus propios fines, el hilo de las escasas marionetas que –deslumbradas por el aparente centelleo de su palabra, a la que acompaña con exagerados gestos– todavía le siguen.
A la vista de lo que dice en su fantasiosa “lección magistral”, canto de alabanza a su inigualable magisterio, cabe suponer que este personaje tenía en sus manos poderes taumatúrgicos, que su compañeros ignorábamos y que nunca los pudo utilizar para remediar los muchos y “muy graves males” del Conservatorio. Mientras tanto, los humildes y míseros vasallos de tan arrogante y singular merino, lejos de solucionar con nuestro esfuerzo los problemas del Centro, habíamos ido labrando “nuestra propia ruina, concienzudamente, durante lustros”. Esas han sido, para el Sr. Torres Mulas, las consecuencias de una “dirección embarcada en un ensimismamiento suicida con la actitud del
que desprecia cuanto ignora y su tosca hostilidad hacia la inteligencia”.
Mientras los demás estábamos en “el limbo”, ¿estaba él instalado en la dura realidad del momento y en la vanguardia de los aguerridos luchadores a la espera de poder indicarnos el camino seguro de la gloria y de conducirnos al triunfo final al que sólo él con su superior criterio hubiera podido llevarnos?
¡Qué gran timonel perdió el Conservatorio! Pero que nosotros sepamos, el Sr. Torres Mulas no movió nunca un dedo en favor de la “noble causa”. Ni siquiera para adecentar nuestra “tosca inteligencia” tan necesitada de una urgente y eficaz intervención profiláctica.
¿Colaboró el Sr. Torres Mulas en algunos de los muchos proyectos que el Conservatorio elaboró tendentes a solucionar los “graves y urgentes problemas” que él, con tanta ligereza como desconocimiento, denuncia? Algunos asuntos de poca monta que le fueron encomendados, sufrieron, ya antes de comenzar, un súbito abandono debido a la inconstancia y lasitud del Sr. Torres Mulas. En cambio, algunos profesores y profesoras del Conservatorio, que en aquella época disentían de la línea programática de la Dirección del Centro y tuvieron la nobleza de manifestarlo públicamente, sí colaboraron de manera generosa y eficaz. Fue entonces cuando pudimos comprobar que el Sr. Torres Mulas era tan diligente a la hora de predicar como remiso y cicatero a la hora de dar trigo.
Poner en tela de juicio la legitimidad de una dirección democráticamente elegida es el colmo del caradurismo. ¿Por qué no denunció en su día tamaño desafuero? ¿Mostró una actitud combativa ante tan manifiesta ilegalidad? ¿O le faltaron arrestos para ello y adoptó más bien una actitud conformista propia de indecisos y timoratos? Que pretenda dar ejemplo de fortaleza y vigor un personaje que nunca dio ejemplo de nada, es el colmo del cinismo. A la vista de sus fantásticas opiniones, habrá que convenir que el Sr. Torres Mulas sí padece un permanente estado de subnormalidad y no la Dirección actual (¿también embarcada?) que, con los limitados poderes que le permite la normativa vigente, afronta los nuevos retos de unas enseñanzas superiores muy complejas y de difícil encuadre en la Universidad.
Un insignificante dato histórico: Allá por los años ochenta, la Ley 14/1970 de 4 de agosto, General de Educación de Villar Palasí, estaba aún vigente. Su Disposición Transitoria segunda, apartado 4, decía textualmente: “Las Escuelas Superiores de Bellas Artes, los Conservatorios de Música y las Escuelas de Arte Dramático se incorporarán a la educación universitaria en sus tres ciclos en la forma y con los requisitos que reglamentariamente se establezcan”. Pues bien, la dirección del Conservatorio de Madrid (la misma dirección
“ensimismada y suicida, que desprecia cuanto ignora y de tosca hostilidad hacia la inteligencia…”, según el Sr. Torres Mulas, que rigió los destinos del Centro entre los años 1988-2007) lideró un “vigoroso” movimiento reivindicativo para que los centros de Artísticas que no lo hubieran hecho se acogieran a la citada ley. Sólo el conservatorio de Sevilla secundó tan justa petición. La misma dirección (“embarcada en un ensimismamiento suicida, etc., etc.…”) volvió a plantear el tema en el año 1988, pero cometió un grave error: en lugar de plantearlo en la tierra donde viven los sufridos mortales como D. Jacinto, lo hicimos en el “limbo” donde moran los bobos y ensimismados. Y así nos salió.
Para el Sr. Torres Mulas, en su deliberada intención de no dejar títere con cabeza, el “profesorado del conservatorio, excepto casos tan meritorios como excepcionales (¡Vaya!, alguien se salva), “ha venido actuando entre el pasotismo, el disimulo, el oportunismo y la complicidad”, y “en su conjunto, se ha caracterizado por su pasividad y mansedumbre, algo que sólo podría disculparse en parte por su condición de rehenes de una situación profesional que muchos ven como dependiente del capricho o la arbitrariedad de su patrono”. ¿Adoptó acaso D. Jacinto una actitud más bizarra que el resto de los profesores o también se sometió mansamente al capricho y a la arbitrariedad de su patrono? Y sigue diciendo: “un alumnado distraído que, salvo puntuales excepciones, calla y está como ausente”. Ya se ve que el Sr. Torres Mulas ha leído y asimilado el poema nº 15 de los “20 Poemas de amor y una canción desesperada”, de Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”.
Pero de pasotismo, de simulación, de oportunismo, de complicidad y de notables ausencias que no de puras esencias sabe el Sr. Torres Mulas mucho más que todos los profesores y alumnos del Conservatorio juntos, pues con tal asiduidad ha practicado tan señalados vicios que, en su ejecución, ha llegado a ser un maestro consumado. No estarían tan distraídos los alumnos cuando en repetidas ocasiones denunciaron a la Dirección del Centro (“embarcada en un ensimismamiento, etc., etc.) el trato desconsiderado del Sr. Torres Mulas, por el que éste fue varias veces amonestado. Por temor a las consecuencias (el profesor tiene en sus manos la facultad de aprobar o suspender a sus alumnos cuyos recursos muy pocas veces prosperan…”), los alumnos se negaron a firmar un escrito de denuncia que permitiera a la Dirección actuar en consecuencia. En su fantasiosa “lección magistral”, el Sr. Torres Mulas muestra un miserable desdén hacia el profesorado y el alumnado del Conservatorio que, en su mayoría, superan con creces las cualidades humanas, artísticas y profesionales de las que él presume.
Afanado en sus “intrigas palaciegas” se ve que el Sr. Torres Mulas no ha tenido tiempo de examinar los cientos (miles) de documentos archivados en la secretaría de dirección y en la secretaría de alumnos. Allí encontrará los informes que día tras día se enviaban a los distintos departamentos de las Administraciones Educativas exponiendo, con respeto, con firmeza, sin un ápice de servilismo y razonadamente, las necesidades del Conservatorio. ¿Por qué en lugar de tanta vana palabrería, sin más sustento documental que su
ardiente fantasía, su arbitrariedad o su capricho, no dedica su tiempo a investigar en los citados archivos?
Vamos a las realizaciones. Sólo algunas para no abrumar al Sr. Torres Mulas. Hablemos, por ejemplo, de la biblioteca ¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas cuántas decenas de libros se adquirieron durante esa “oprobiosa” época? ¿Cuántas revistas especializadas se suscribieron y cuántas personas cualificadas fueron contratadas desde el año 1988 hasta el año 2007? ¡Vaya si lo sabe! ¿Y es todo esto prueba de la “tosca hostilidad hacia la inteligencia”, de la incultura de la dirección del centro o del desprecio a “cuanto se ignora”?
Estoy seguro de que los miles de documentos que el Sr. Torres Mulas se vería obligado a leer no le dejarían tiempo para sus continuos desvaríos. ¿Ha visitado el Sr. Torres Mulas, por casualidad el museo por el que tantas generaciones de profesores y alumnos del Conservatorio suspiraron, y que en esa época “de miseria intelectual y moral”, tan denostada por el Sr. Torres, se hizo realidad?
Bien se ve que el Sr. Torres Mulas habla de memoria y con el único, malévolo y premeditado propósito de desprestigiar a las personas que, en contra de su interesada opinión, han mantenido vivo y han incrementado el valiosísimo patrimonio que le legaron sus mayores. La verdad de los hechos es difícilmente manipulable, Sr. Torres, y el que lo intente, muchos como Vd. lo han intentado, está irremediablemente condenado al fracaso. “Miseria intelectual y moral” es, sin duda, la que Sr. Torres Mulas padece, pues instalado en la falsedad y en la insidia, y haciendo gala de una calculada parcialidad, nos muestra, aunque no lo quiera, su verdadera y miserable faz.
¡Apañados estamos si de una persona tan abúlica como el Sr. Torres Mulas esperamos ese esfuerzo, esa valentía, ese vigor y ese rasgo de solidaridad y de unión que con tanto énfasis predica! A la primera de cambio, lo sabemos por experiencia, él sería el primero en desertar.
¿Sabe acaso el Sr. Torres Mulas a quién debe el Conservatorio su actual sede, en cuya remodelación se invirtieron unos cuantos millones de pesetas y el precio que tuvo de pagar por ello la dirección (“embarcada en un ensimismamiento…”)? ¿Sabe a quién deben nuestros graduados superiores la equivalencia a todos los efectos de nuestros títulos a los de licenciado universitario? ¿Sabe quién lideró la lucha para impedir que la Universidad nos arrebatara la especialidad de Musicología, con lo cual una de las especialidades que mejor define el rango superior de un centro hubiera desaparecido del cuadro general de las enseñanzas del Conservatorio? Pregúnteselo al actual Vicepresidente del Gobierno y Ministro del interior Sr. Rubalcaba, entonces Secretario de Estado de Educación.
Lamentablemente, tras la marcha del P. Samuel Rubio y de D. Antonio Gallego, la Cátedra de Musicología perdió el prestigio de antaño, hasta el punto de que muchos de los alumnos del Conservatorio, a la vista de lo que allí se cocía, optaron por continuar sus estudios en la Universidad. Esperemos que con la marcha del Sr. Torres Mulas ese prestigio perdido pueda ser recuperado.
Es inútil el empeño de D. Jacinto Torres Mulas por trivializar y descalificar, con tan mal estilo como ignorancia, la acción directiva de los últimos veintidós años del Conservatorio. Todo está, como digo, bien documentado y todavía quedan personas que fueron protagonista de los hechos. Y que estarían dispuestas a testificar. En cualquier caso, alguien vendrá que, con la objetividad y el rigor de los que, por lo que se ve, el Sr. Torres Mulas carece (grave deficiencia en un investigador que de tal se precie), estudiará los hechos con la necesaria perspectiva y los sacará a la luz. Habrá, sin duda, más de una sorpresa pues queda todavía mucha tinta en el tintero y mucha tela por cortar.
Conclusión: Tengo la sana y deliberada intención de escribir algún día un artículo (alguien lo publicará) cuyo título podría ser: “El Prof. Dr. D. Jacinto Torres Mulas, el Conservatorio de Madrid y la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero (Sinfonía inacabada)”. Será, a modo de fantasía, un curioso, ameno y divertido artículo de enredos. Seguro que este título le traerá a D. Jacinto gratos y muy lejanos recuerdos.
MIGUEL DEL BARCO GALLEGO, Ex Director del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Majadahonda, 2010
Ver también Penúltimas voluntades (Quasi una fantasía)
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Desde la distancia física y moral derivada del hecho de no tener relación actual alguna con el Conservatorio de Madrid, he leído con interés y no sin cierta sensación de desagrado y hasta terror los escritos del ex-profesor Sr. Torres y el ex-director Sr. Del Barco. La primera impresión que el lector extrae como resumen de ambas es que, desde luego, no se trata de un centro educativo demasiado recomendable, por decirlo suavemente. Más aún cuando el Sr. Del Barco finaliza su réplica amenazando con la publicación de un asunto que, según él, “será, a modo de fantasía, un curioso, ameno y divertido artículo de enredos”. Son palabras que denotan excesiva frivolidad en quien ha sido responsable de la dirección de ese centro durante tantos años. El lector no alcanza a explicarse cómo, tanto en ese ‘divertido’ asunto como en otros que previamente se relatan, la acción del director ha consistido en dejar que ocurrieran, a pesar de tener conocimiento de los mismos. Si el Sr. Del Barco pretendía lavar la imagen de su gestión, ha conseguido en gran parte el efecto contrario, porque en lo que respecta al debido control de las conductas del Sr. Torres, que ahora tan airadamente denuncia, su actuación ha pecado del pasotismo, la complicidad y los demás defectos de los que el propio Sr. Torres le acusa, parece ser que con pleno conocimiento de causa. Primera conclusión, pues, del lector: tal para cual.
La sensación de terror a que aludía al comienzo viene producida por algunas alusiones a hechos que se consideran tan normales, que ni siquiera merecen un comentario crítico. Por ejemplo: la dirección del centro necesita, por lo visto, una denuncia escrita y firmada por los alumnos para tomar cartas en un asunto docente o disciplinario. ¿Significa eso que, si aparece un charco de sangre en un aula, el director no se moverá a hacer nada hasta tanto se lo comunique alguien por escrito y con firma? Más aún, en el mismo párrafo se dice, como lo más normal, que los recursos de los alumnos contra las calificaciones de los profesores muy pocas veces prosperan, por lo que los alumnos prefieren no recurrir. O sea, los unos no escriben ni firman por no buscarse líos y porque no sirve de nada, y el otro no hace nada porque no tiene denuncias firmadas, aunque le consten los problemas por otras vías. Y estos modos se mencionan de pasada como los ‘normales’ en la casa. Un barco –y no pretendo hacer ningún chiste fácil– con semejante funcionamiento en el capitán y en la marinería se va necesariamente a pique con todos dentro más temprano que tarde.
No puede negarse que la escena de dos jubilados repartiéndose garrotazos o sablazos dialécticos está más cercana a las pinturas negras goyescas que a los heroicos combates homéricos. Resulta tragicómico que sean dos ex, que ya no tienen arte ni parte en el conservatorio, quienes se enzarcen acaloradamente en denuncias de asuntos aparentemente pasados, pero que por desgracia siguen conservando mucha actualidad. El toque tragicómico se acentúa todavía más porque los auténticos protagonistas actuales del drama de la educación que se desarrolla en el escenario (el ruedo, quizás) del conservatorio son los profesores y los alumnos, que hasta el momento parecen considerarse a sí mismos simples espectadores del combate. Esperemos que despierten de ese sueño y se den cuenta de que lo que están viendo no es el exterior a través de una ventana, sino su propia realidad reflejada en el espejo de sus mayores.
Finalmente me gustaría resolver una duda que no acabo de aclarar en la página web del Conservatorio de Madrid: ¿Qué ha pasado con la cátedra de Musicología tras la jubilación del Sr. Torres? ¿Está vacante? ¿Se han convocado o van a convocarse oposiciones? ¿Ha desaparecido por falta de matrícula, como me ha comentado un amigo aparentemente informado? Porque, si esto último es cierto, difícilmente se va a recuperar el pasado prestigio, como ilusamente espera el Sr. Del Barco. Más bien da la impresión de que la especialidad de musicología tiene los días contados en el Conservatorio de Madrid. “Entre todos la mataron / y ella sola se murió”.
¡Qué vergüenza de carta!, cuánto rencor reconcentrado en quien la firma; por cierto, el único responsable que ha llevado al RCSMM a un ostracismo incurable. No se esfuerce más Sr. del Barco; por si no estaba claro, ha dejado usted impreso su verdadero fondo; verdaderamente patético.
Caramba, Miguel, menudo berrinche, la de cosas que se te ocurren. De ser cierto algo de todo eso, ya me lo podías haber dicho en las innumerables ocasiones en que, así en público como en privado, traté de que atendieras a unas realidades que siempre quisiste reducir a tu medida.
Aunque un tanto bilioso y de pésimo estilo, como veo que se trata de un desahogo, pase, pero me pones en la necesidad de recordarle a tu atribulado ego que ni tú eres "El Conservatorio" ni yo he personalizado absolutamente nada en mi discurso, planteado en términos de gestión institucional y nunca descendiendo a esos pseudo argumentos "ad hominem" que te gastas.
En fin, si además de acreditar la cita de Neruda (parece que se te escaparon las de Celso Emilio Ferreiro, José Martí, Gardel, el mirabrás y algún otro) estás en condiciones de acreditar uno solo de tus infundios, será cosa de ver si tomarse en serio tu rabieta.
Y en todo caso, de verdad, te deseo que lo lleves lo mejor posible y que pases unas felices fiestas.
Las luchas entre jubilados son patéticas. Pero más patético es el silencio de la dirección (todavía no jubilada desgraciadamente)y el resto de la comunidad educativa que calla, luego otorga.
La actual dirección permitió la lección magistral y la dirección anterior no puede reprender a quien ha ejercido la libertad de expresión. Mejor será que critique a quien puso la cerilla en el pajar y que él bien conoce o de otra forma que diga gracias a quien disfrutamos del actual director. Hay cosas mas urgentes y problematicas que este espectáculo entre otras por ejemplo varias denuncias por las ausencias y baja calidad docente de un profesor determinado por parte de alumnos y profesores, han quedado en ¡¡¡absolutamente nada!!!. Tampoco conmovió a nadie un foro en la red que acumuló protestas infinitas, ni las denuncias de una situación que todos conocen y callan han servido de nada. Misteriosamente la docente en cuestión, profesor interino para más señas, sigue en su lugar y en su línea. Mal ejemplo para los alumnos en un centro educativo Pero este despropósito se comprende si observamos cómo se explica el regidor en la presentación de la página web del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, en donde constatamos una verborrea incomprensible en su expresión que se mantiene obtusa tanto en su conversación personal como públicamente por ejemplo en los claustros, un lugar donde como es lógico no se comprende que se pretende decir, y no se propicia el debate de asuntos de importancia capital para todos. La democracia no opera probablemente por dos razones, la primera porque no se busca y la segunda porque una estructura viciada con demasiados miembros del colectivo que dependen de la gracia personal de la dirección para mantenerse en su lugar de trabajo, provoca temor para expresarse libremente.
Por todo esto es necesario volver a la cruda realidad dejando el pasado para la historia, o lo que es lo mismo, más allá del espectáculo que nos deja este artículo totalmente impropio del mundo docente en el que se desarrolla, preguntamos: ¿está técnicamente capacitada y moralmente autorizada la actual dirección del conservatorio para llevar adelante la puesta en marcha de las enseñanzas artísticas superiores según la LOE?. ¿Esa Dirección, está haciendo partícipes a profesores y alumnos de los planes de estudios que ha previsto para adaptarse a esa ley, o del modelo universitario que pretende, o de algo que signifique una orientación hacia alguna parte?. ¿Por qué propicia y consiente en el Centro la organización de asociaciones que nacen entre pocos, en secreto, y con fines que ocultan a la mayoría?. Poco se contribuye así a que busquemos soluciones entre todos. Esto son malas noticias: unos guerrean incluso después de despojados de sus cátedras mientras los que están dentro dejan morir una criatura que debería brillar con luz propia y que en este momento agoniza. Sólo hay que preguntar, off the record a profesores y alumnos: muchos protestan pero en privado y es posible que sea igual porque nadie escucha.
La historia demandará a quien corresponda el empeño de permanecer donde no pudo o no supo estar a la altura que demandan las circunstancias.
Con respecto al comentario de Eulogio Pedroso y en definitiva, a todos los demás que no parecen si no una descalificación por la descalificación y una crítica por la crítica, no creo que las respuestas presentes y futuras a la "Clase Magistral" del Señor Torres Mulas a cargo del señor del Barco, persigan el objetivo principal de entretener a los lectores. Ante todo, cualquier persona que sea acusada o atacada sin más, tiene derecho a defenderse y a dar su opinión, aunque creo que ante la calidad del ataque del señor Torres Mulas, no merecía la pena emplear esfuerzo alguno. No entiendo cómo una clase magistral puede emplearse para dar coces a diestro y siniestro (y no quiero hacer un chiste fácil) y arremeter contra la directiva y los compañeros del propio centro de trabajo.
Me gustaría hablar sobre varios aspectos de los distintos comentarios confiando en que ello no sirva para enaltecer y revestir de importancia a los comentarios que aquí se exponen. En lo referente a la actitud de la dirección ante problemas que se plantean con la convivencia de la comunidad educativa, póngase el citado caso del escrito de los alumnos, creo que cualquiera con dos dedos de frente y que además haya pasado por un centro educativo, sabe que una junta directiva no puede actuar ante estas situaciones con la rapidez y la rotundidad que a los afectados les gustaría si no que se debe seguir un procedimiento y deben presentarse quejas o denuncias por escrito.
Me parece completamente absurdo el comentario sobre este asunto, ya que es como acusar a la policía de no actuar sin una denuncia de por medio en los casos que así lo requieran. No ocurriría así con los casos de sangre en las aulas, afortunadamente en los años que pasé en el Conservatorio no tuvimos ningún caso similar ni creo que se hayan producido desde su fundación, a pesar de haberse producido en los románticos tiempos de los duelos, a excepción, claro está, de casos concretos de accidentes en especialidades como oboe al emplear navajas para hacer las cañas. De haberse producido alguna situación de este tipo cómo se plantea en uno de los comentarios no sería competencia de la directiva el resolverlo si no de los Cuerpos de Seguridad del Estado.
Bromas aparte, sobre la participación de alumnos en los asuntos del centro y el peso de éstos en el Conservatorio, baste recordar que antes de que Miguel del Barco asumiera la dirección del conservatorio de Madrid en 1979, los alumnos sólo tenían por ley un representante en el Claustro. Con la llegada de Miguel del Barco los representantes de los alumnos pasaron a formar parte no sólo del Claustro sino de las nuevas comisiones creadas por expreso deseo del director ya que figuraban en sus líneas programáticas: 35 alumnos en el Claustro, uno por cada especialidad, con voz y voto; 4 en la Comisión Permanente (algo parecido al Consejo Escolar de hoy), con voz y voto y 2 en la Comisión de Contratación, con voz y voto. Todo está reflejado en las actas correspondientes. La representación de los alumnos era por tanto muy superior a la de hoy ya que los alumnos sólo tienen representación en Consejo Escolar. Los alumnos representantes del Claustro y de las distintas comisiones eran elegidos por sus propios compañeros.
Creo que tampoco es prudente aludir a dos jubilados enzarzados o ¿es que los jubilados no pueden expresarse? ¿acaso debe de ser tomado a risa todo lo que este colectivo diga o exponga? ¿acaso tienen otra categoría social que les impiden decir lo que piensan o responder a acusaciones? aunque sí que es cierto que alguno, a la vista por ejemplo del empleo de “subnormalidad” como insulto, amén del propio contenido y momento de expresarlo, demuestra que tras cuarenta años de servicio en educación, no ha conseguido aprender el significado de esa palabra y eso sí resulta cómico.
Es cierto que la especialidad de musicología pueda estar amenazada, todas lo están, la educación lo está y la musical más que ninguna, porque es lo último que importa en España y muy pocos se mueven para intentar cambiar o mejorar algo, mientras que el resto, con su pasividad y su crítica fácil no hacen más que perjudicar. Hay actuaciones que competen estrictamente a una junta directiva, pero otras por el contrario nos competen a todos, pero la mayoría suele ocupar la posición cómoda y dedicarse a la crítica fácil. Si unimos todo esto a nuestro mal endémico nacional, la envidia, tenemos un caldo de cultivo para perder el tiempo en discusiones absurdas y entorpecer todo lo que se pueda. Aunque siempre hubo y hay personas que lucharon y siguen luchando mientras otros critican desde su cómodo sillón sin hacer absolutamente nada, por desgracia son éstos últimos los que suelen hacer más ruido, pero ya se sabe, el sabio habla cuando tiene algo que decir, el necio, por el contrario, habla porque tiene que decir algo.