La cultura es un arma cargada de futuro, 2
Como en el relato » El traje del emperador» un niño tuvo que descubrir el gran engaño de la “narrativa” oficial de la belleza del traje del mandamás de ese reino remoto y ficticio. Ya lo intuíamos, pero ha tenido que ser un hecho fortuito y trágico como esta desgraciada pandemia lo que nos ha acabado de descubrir que la cultura interesa poco en España más allá de su peso en el PIB nacional y su capacidad para crear empleo, precario.
Ahora todo ha saltado por el aire. Sí, claro, eso también es la cultura -economía y empleos- pero algunos se empeñan en darnos solo esas medidas de altura, pecho y cintura.
Muchos días cuando voy a coger el tren a Madrid paso por la zona más comercial de mi ciudad, Valladolid. Es muy pronto, tanto que ni los maniquíes están vestidos. Es más, algunos no tienen rostro aún. Todos, sean masculino o femenino tienen bellas proporciones y medidas. Tienen «esas medidas» – PIB, empleo- pero son objetos anónimos, asexuados, materiales sin nombre, no identificables en una multitud de posibles personas. El hombre sin atributos, como nos enseñó Robert Musil.
¿Qué les haría ser singulares? Primero un alma, un espíritu, un corazón y un cerebro. La naturaleza nos lo dio a todos los humanos, pero sobre ese don natural hemos construido una identidad. A ese ser inanimado que hemos heredado, con esos atributos naturales, le ponemos un rostro, un gesto. Además le ponemos un vestido, pantalones, faldas, guantes, gorros, zapatos, abrigos, chaquetas, gafas, anillos…le hacemos diferente y reconocible entre sus iguales. Les damos una dimensión y una vida «cultural» no sólo material y natural.
En esta tesitura actual podemos poner el acento en muchos campos, todos ellos importantes y en peligro. Pero las naciones que quieran seguir siendo identificadas en esa multitud informe han de poner atención al rostro y la vestimenta, el calzado y el abrigo, la cultura, su identidad.
Vamos lentos, Quizá vayamos muy tarde. Antes de saber cuánto nos queremos gastar en rescatar la cultura – una cifra que ya han puesto Alemania, Francia, Gran Bretaña y Portugal- deberíamos pensar en la identidad que queremos para esos maniquíes, como hace el dependiente antes de abrir la tienda, justo cuando yo comienzo mis clases en Madrid.
De vuelta a casa, ya por la tarde, puedo ver el aspecto, apetecible o no de esas vestimentas y complementos junto a su precio, pero no sólo esta cifra final.
He ahí la cuestión cultural que se nos plantea, vestir al «emperador» cultural, que va por España en pelota picada.
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