Haydn a ‘fora vila’
Orquestra Simfònica De Les Illes Balears. 23 y 24 de enero. Auditori de Manacor.
Jonathan Cohen encandila al público de Manacor con una sublime Sinfonía nº 94 del austríaco.
Digna de aplaudir la iniciativa que desde hace varios años acerca a los vecinos de Manacor y comarca, ni que sea parcialmente, la temporada de la Orquestra Simfònica de Balears, radicada una década atrás exclusivamente en Palma de Mallorca. El Teatro Auditorio de Manacor, estrenado en 2012, se ubica en la parte exterior de la ronda que circunvala la ciudad. Concretamente en la Avinguda del Ferrocarril, allí donde el suelo urbano muta en rústico, o como dicen los lugareños linda con el ‘fora vila’. A pocos metros de allí, se recorta aún la silueta de un antiguo molino, Molí d’en Xema, testimoniando el pasado rural no tan lejano de unas parcelas aledañas, que atraen ahora, a razón de dos veces al mes, a la melomanía más inquieta de provincias.
La última ocasión de escuchar a la Simfònica aconteció el pasado 24 de enero con el británico Jonathan Cohen al timón de la orquesta insular. Intenso y exigente programa, que introdujo una curiosidad poco habitual: la obra concertante, invirtiendo el canon habitual, se pospuso a la sinfonía de rigor, con lo que la solista invitada Alina Pogostkina no pisó el escenario hasta la segunda parte.
No es Haydn un compositor que levante pasiones encendidas, quizás porqué él mismo no era un apasionado exacerbado, a diferencia de sus dos epígonos más notables. Al menos ese es el Franz Joseph Haydn, que se nos vende en los manuales. Solterón, bromista y prolífico, firme nominado al compositor más cuerdo y equilibrado de la historia de la música clásica. En un programa compuesto por fragmentos escogidos del Arte de la Fuga de Bach, el Concierto para violín en mi menor de Felix Mendelssohn y la Sinfonía nº94 en sol mayor ‘la Sorpresa’, habría apostado a que era esta última, si se me permite el símil, la cenicienta del programa. Pero ocurrió exactamente lo contrario: la 94 dio la campanada, el mazazo haciendo honor a sus apelativos.
La culpa del sorpaso haydniano sin duda hay que atribuírsela al director invitado de la Simfònica de les Illes Balears para la ocasión. Cohen dirigió por partida doble a la orquesta balear (23 de enero en el Auditorium de Palma; 24 en el Auditori de Manacor), acompañado en ambas ocasiones por la violinista rusa Alina Pogostkina. Abrirían el séptimo concierto de temporada, contrapuntos selectos de la transcripción para cuerda del Arte de la Fuga firmada por Hermann Diener. Este auténtico tratado de ciencia Bachiana no es ciertamente la más fonogénica carta de presentación del compositor sajón y su imbricado cruce de voces probablemente lo convierten en un aperitivo muy arriesgado. Tanto, desde el clavicémbalo como desde la dirección, Cohen se esmeró en traducir la concatenación de idas y venidas, a la que los maestros correspondieron con igual entrega en la mayoría de pasajes.
Donde sí hubo comunión plena entre director y orquesta fue en la Sinfonía nº 94 de Haydn (de la ‘Sorpresa’ para la mayoría o del ‘Golpe de timbal’ para el público alemán, que poblaba, por cierto, a decenas el patio de butacas manacorí). Cuentan que, inquirido el compositor sobre ese incisivo y mordaz mazazo de timbal, que sobresalta a más de un desprevenido oyente, aseguró (con sorna o no) que lo había escrito para despertar a los espectadores más gandules. La lectura de Cohen, no pudo ser más injusta con la broma del compositor, ya que no hizo concesión al menor asomo de bostezo. Vibrante, dialogada, deliciosamente fraseada, exhalando expresividad en sus cuatro movimientos situó el nombre de Haydn en el altar del gran sinfonismo (y no apelamos aquí a su cantidad sinfónica, sino a la calidad de la misma).
Pogostkina y el concierto de Mendelssohn
Después de este soberbio Haydn -uno no recuerda haber gozado antes tanto con una Sinfonía del austrohúngaro- el esperado concierto de la segunda quedó eclipsado. Alina Pogostkina, demostró su sobrado conocimiento de la obra y su exquisito dominio de las cuatro cuerdas, pero tanto a nivel orquestal como en la parte solista se echó en falta la hondura y brillantez propias del gran repertorio romántico para violín. Todo ello no impidió gozar del genio de Mendelssohn, con algunos pasajes exquisitamente resueltos por Pogostkina, como esa bella transición del convaleciente Andante al alado, exultante y repentino, Allegretto ma non troppo, del tercer y último movimiento.
La acústica del Auditori de Manacor no puede competir con la del Auditorium palmesano y ciertamente su ínfima reverberación no ayuda a los solistas, ni a las obras de gran formato a lucir en toda su dimensión. Por el contrario, no hay mal que por bien no venga, la caja de resonancia se antoja idónea para alojar obras camerísticas o de repertorio menos inflamado. Léase: para temperamentos más haydnianos. Este viernes retorna la Simfònica a Manacor y lo hace de nuevo con otro director invitado. En este caso, toda una institución de la dirección orquestal como es Leonard Slatkin.
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