Nueva grabación de la ‘Sonata para chelo’ de Antoni Torrandell, un siglo después de su estreno parisino
Ángel García Jermann y Jesús Gómez Madrigal rescatan la partitura del compositor mallorquín y otras dos obras para chelo y piano de Manuel Bonnín y Ricard Lamote de Grignon
Existe una primera grabación de la Sonata para chelo opus 21 de Torrandell (Inca 1881-Palma 1963), algo rudimentaria en los medios y quizás no lo suficientemente pulida. La que en 1983 llevarán a estudio el pianista Joan Moll y el chelista Roger Loewenguth, y a quienes debemos seguramente que la obra no cayera en el olvido absoluto. Desde entonces la sonata apenas sí se había interpretado. Así fue hasta que la partitura cayó en manos del chelista Ángel G. Jermann, por mediación del también chelista Marc Alomar y paisano de Torrandell, quien le puso en la pista del compositor de Inca. El nuevo registro fonográfico, que incorpora a su vez la Sonata en mi menor de Manuel Bonnín (1898-1993) y las Bagatelas de fin de siglo de Ricard Lamote de Grignon (1899-1962), se ha tomado su tiempo, pero a juzgar por los resultados la demora está más que justificada. La Sociedad Española de Musicología y el INAEM han hecho posible este nuevo registro que a continuación reseñamos sucintamente.
La súbita irrupción del tema inicial con el que arranca el Allegro del op. 21, revela un parto visionario y resoluto. Asienta prácticamente en unos pocos compases la base temática de toda la obra, no sólo del movimiento inicial. Ésa es una de las grandes aportaciones de la interpretación que brindan Ángel G. Jermann (chelo) y Jesús Gómez Madrigal (piano), la interacción de ese Allegro de Sonata en el movimiento en sí mismo y en la integridad de la partitura. El Allegro se nutre de un primer tema que desborda resolución y a la vez pathos. El segundo tema, por su parte, se sirve del tema revelación, lo ralentiza y lo convierte en su reverso. Si en el primero prevalece la revelación disconforme y poseída a la vez, en el segundo cabría hablar antes de contemplación. A poco que uno escuche sin duda identificará que el material de partida en ambos es el mismo.
En este primer movimiento conviven el impulso inicial con esa línea más delicada y pensativa, muy en la línea de la Schola Chantorum y que nos remite irremediablemente a la famosa Sonata de César Frank, en el pasaje lento. Un amago de cadenza final se intercala justo a antes del final. La reprise presenta una mutación tonal hasta el punto que suena más a coda que a reexposición. Persevera, no obstante, ese espíritu resolutivo inicial, que tiene aquí ya también un marcado carácter conclusivo, afianzado en su convicción y diluyendo hasta casi hacer desvanecer ese desasosiego inicial.
La presencia del tema se diluye en el Andante Calmo y el Scherzo, donde el piano reclama a su vez su cuota de protagonismo solista. No obstante, aguzando el oído podremos seguir el rastro del tema inicial, especialmente hacia el final del Andante Calmo. En dicho pasaje, piano y chelo, intercambiándose constantemente los roles, parecen desde la distancia querer rememorar, anhelar por momentos, ese ímpetu previo, esa vitalidad extraviada. Jermann y Gómez Madrigal consiguen magistralmente evocar dicho contraste.
En el cuarto y último movimiento se percibe una analogía con el allegro inicial, confiriendo una cierta simetría a toda la arquitectura de la obra. De nuevo se intuyen las reminiscencias de ese primer tema debidamente reelaborado, menos dramático en esta ocasión.
Jermann y Madrigal pugnan durante casi 25 minutos en un tête à tête enfervorizado, donde el omnipresente motivo de apertura va impregnando su rastro a la mayoría de los compases. Como si esta primigenia idea, gestada por generación espontánea, se apodere del todo. Un destello que contiene en sí otros muchos otros en su esmerada estructura poliédrica, a poco que uno rote lentamente el mineral examinado.
La Sonata en mi menor del compositor canario Manuel Bonnín (1898-1993) compuesta entre 1935-1945 exhala posromanticismo por todos los poros, la indicación del primer movimiento – Allegro appasionato- es por ello del todo acertada. Extenso, intenso y arrebatado movimiento en el que los dos solistas han adoptado en toda su literalidad la indicación de tempo. Como era de esperar un Larghetto (Elegía) sucede a tanta descarga de pathos en su segundo tiempo.
Precisamente una elegía es también la que abre las tres Bagatelas de fin de siglo, obra compuesta en 1941 por el coetáneo de Bonnín, el catalán Ricard Lamote de Grignon (1899-1962). Más modestas en su concepción, como el propio nombre de bagatelas ya da entender, pero no por ello menos hondas resultan la Elegía, Serenata y Canción. Miniaturas en las que el chelo de Jermann canta con mayor intensidad y especial emotividad. Tres verdaderas joyas donde la sonoridad del instrumento de arco (indiscutible protagonista aquí), sale a relucir en todo esplendor. La Serenata en su pasaje central parece incluso evocar el inicio del concierto de Edward Elgar. Una grabación que sin duda algunos esperábamos hace tiempo: tanto por la calidad de las obras como por la de sus respectivas interpretaciones.
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