Tradición y Modernidad: Hacia un mundo más feliz
Salonen. Cello Concerto. Yo-Yo Ma. Los Angeles Philharmonic. Esa-Pekka Salonen. Sony Classical. 1 9075928482 7
¿Componer un concierto de violonchelo a estas alturas de la historia musical? ¿Y para qué? Que es la gran pregunta del arte en la pragmática actualidad.
Pues el punto de partida de Esa Pekka Salonen es muy sencillo, pero de una sencillez tan profunda que está enraizada en los orígenes de la música: el concierto es un lugar de encuentro, un juego para hacer música entre amigos. Y todo esto caracteriza su estilo: compone con respeto a los músicos, pero también valorando las nuevas tecnologías que ofrecen posibilidades casi infinitas, sin que estas hagan desmerecer a los instrumentistas; y, además, nos dice que «ir en contra del carácter del instrumento le parece una pérdida de tiempo». Es toda una filosofía.
Su meteórica carrera como director de orquesta parece que se complementa con esta su faceta de compositor. Es un músico sensible, inteligente, capaz, expresivo, receptivo y, al parecer, trabajador. Y desde el podio de dirección también se nutre de ideas para componer. Encontramos un concierto ambicioso desde el punto de vista sonoro y de la exigencia técnica, pero en cierta medida humilde desde el punto de vista compositivo.
Salonen cuenta que no siente que la tradición le imponga obligaciones al escribir; solo el hecho de que en un concierto hay un instrumento predominante sobre el resto de la orquesta. Bueno, esta es ya suficiente imposición, sabiendo que el instrumento relevante debe escucharse entre todos los demás y que, cómo no, su papel debe ser de relumbrón -la exhibición acrobática hace mucho que acompaña a los solistas. No importa, porque es su colega, Yo-Yo Ma, quien lo interpreta de manera impecable. Pero claro que hay más influencias de la tradición: una sonoridad suavemente impresionista por momentos, imposible de enmascarar, por muchos cluster (acordes con una multitud de notas) o por muchos ingenios sonoros que emplee. Y en el papel de solo, recursos técnicos de rancio abolengo. Por otro lado, no solo se nutre del pasado: la música actual aplicada también le sirve de inspiración; y, cómo no, influencias rítmicas y melódicas populares globalizadas, de aquí y de allá.
El primer movimiento tiene una estructura ternaria con dos temas principales, no llamativamente diferenciados, si bien, diferentes. Salonen se empeña en hablar de imágenes astrales para explicarlo… pero no podemos sino imaginarnos sometidos a una sobre exposición de estímulos sonoros que nada tiene que ver con la inmensidad del espacio vacío. Aunque sí hay referencia a la música cinematográfica actual asociada a determinadas escenas de naves espaciales en películas de ciencia ficción.
La melodía del solista está compuesta por mundos modales, de escalas pentatónicas ampliadas, y armonizada con una modalidad en masa sonora polimorfa, cambiante a un ritmo lánguido. Podríamos hablar casi de un muro de sonido (un bloque sonoro de fondo muy denso), donde el violonchelo se descubre tímido, pero presente y expresivo entre los timbres contrastantes. Es tan interesante el efecto caccia (canon), escrito sucesivamente en los instrumentos de viento madera expresamente imitando la melodía del cello a modo del pedal de «rever»… El juego de timbres y dinámicas sigue mientras el solista se exhibe hasta la aparición final, después del punto culminante, del segundo tema, en el violonchelo de nuevo, pero esta vez en romántico coqueteo con la melodía de la trompa -el instrumento con el que se inició en la música el compositor.
El segundo movimiento es realmente bello. Se recrea en las sonoridades sensualmente más que acomodarse a un esquema formal. Con su alternancia cromática inicial de intervalos mayores y menores en el registro grave del violonchelo tocando a solo, se va poniendo de manifiesto que melodía y armonía son un solo elemento; el espectro sonoro se convierte en sonidos armónicos y así comienza el baile de fantasmas. La flauta en sol (de sonoridad más grave que la habitual) nos trae a la imaginación escenas teatrales del Lejano Oriente, haciendo un juego de sombras con el cello. Después de los efectos como de fuegos artificiales, con esos intervalos metalizados en caída libre hacia el grave, la orquesta toca el tema principal hasta llegar a un caos controlado: se resuelve sucesivas veces en acordes muy familiares después de la creación de las correspondientes inestabilidades armónicas con disonancias y desequilibrios multiplicados por los timbres.
La felicidad plena llega sin solución de continuidad, con los timbales y la percusión del tercer movimiento. Este resulta el más deslavazado de los tres, como si el compositor no se decidiera por el tipo de música de baile que ha escogido para poner punto final a su fiesta de cumpleaños. De manera que se sigue en un principio con el ambiente de teatro oriental, para pasar después a una supuesta tarantella y más tarde a ritmos africanos que se transforman en sudamericanos por la magia de los timbres que proporcionan claves y congas. Todo acompañado por una exhibición deslumbrante del cello adaptando su sonoridad, técnica y ataques a los distintos ambientes. El sonido basto, de arco eterno, de Yo-Yo Ma y su técnica impoluta resultan atractivos de por sí, y reproducen la partitura con toda claridad. El frenesí final se va disolviendo después de varias cadencias virtuosas del solista, terminadas con un agudísimo, en los confines de la tesitura, y la música se diluye finalmente hacia un piano inaudible.
¿Qué podemos esperar de un concierto de violonchelo en el s. XXI? Cuando casi hasta una máquina puede escribir piezas agradables de oír, como música de fondo; cuando se pueden reproducir todo tipo de ruidos y sonidos apenas sin instrumentos, más que con un teclado, y cuando podría pensarse que ya se han cerrado casi todos los caminos de la composición según la tradición histórica culta.
Este concierto es una muestra actualizada del mundo musical en que vivimos. Un mundo más complejo del que nos quieren hacer creer y vender. Un mundo globalizado. Una muestra de que la música tocada por instrumentos clásicos sigue viva si se la sigue frecuentando de forma inteligente. Que es mejor escuchar en vivo toda esa gran cantidad de sonidos que pueden producir más de cuarenta músicos tocando a la vez y que unos altavocillos de un sound cube no pueden reflejar ni por asomo todos los mundos sonoros que son capaces de crear.
¿Es esto práctico? Debemos hacer que lo sea. Queremos seguir disfrutando de esa música, oyendo y viendo cómo esos músicos extraordinarios se divierten juntos tocando sus instrumentos anticuados, pero modernizados a la par que la historia.
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