Black friday + white christmas = blue monday. Sigue comprando, viva lo efímero
Tarde o temprano el crítico literario sucumbe a la tentación y tira de frase manida: “la obra de Fiódor Dostoyevski sigue siendo plenamente vigente y no ha perdido nada de modernidad”. Fórmula apolillada y un tanto torticera de justificar la existencia de un clásico o de no desdeñarlo al menos. Cada vez que leo esta solemne muletilla me parece en el fondo estar leyendo: “Sí, es cierto, la obra se escribió hace tres siglos, pero tiene un pase”.
Y digo yo, no sería mejor invertir la fórmula. Es decir, en lugar de prestigiar tanto la modernidad (“no ha perdido nada de vigencia, ni modernidad”, leemos repetidas veces, como si todo en nuestra sociedad contemporánea fuera digno de elogio), ¿no sería preferible prestigiar un poco la antigüedad?. Sugiero en adelante a los críticos el siguiente giro o retruécano: “la obra del novel autor no ha perdido nada de antigüedad”. Equiparar a los clásicos y no al revés. Los clásicos como marco de referencia y no viceversa. ¿O no perdura por regla general más lo antiguo que la rabiosa modernidad?
A diferencia del disco, el libro sí goza de buena salud. Faltan críticos para dar cuenta a tanto a la larga cola de espera del ISBN. Los libros se descargan, pero no se desbalijan como sucede con todo lo que sale al mercado en formato DVD y CD. Admitámoslo: seguimos consumiendo papel. Regalamos literatura.
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Dudo que mi ratio de lectura 2016 haya con mucho alcanzado la docena de libros leídos. Según Pisa u otros informes ejemplares mi pobre bagaje bordearía, por tanto, el analfabetismo funcional. He aquí la estadística fácil esgrimida por muchos articulistas para recordarnos qué ignorantes e iletrados somos los españoles. Un lugar común en el que nos sentimos muy cómodos, encantados diría, porque en “España gusta más el ingenio que el genio” oí decir. Y presumir de ignorancia ha estado siempre bien visto.
Y es que el gran problema, en contra de lo que apuntan muchos, no es la falta de lectura. No son pocos los que sostienen que nunca se había leído tanto como ahora (lo cual no deja de ser una obviedad demográfica y alfabetizadora). Otra obviedad, por cierto, es que el número de títulos editados aumenta año tras año (no sé si exponencialmente), muy a pesar de la monserga ecológica y del imperio tablet. Cuesta creer que los críticos literarios alcancen a leer al ritmo de las novedades editoriales. De ser así un crítico debiera leer del orden de 5 o 6 libros diarios para estar mínimamente al día de la actualidad literaria. La famosa lectura en diagonal obra milagros.
El libro se impone más que nunca en tiempos del ebook porque todo hijo de vecino puede publicar (habrá aquí quien saque pecho y enarbole la bandera democratizadora de la cultura). Quizás también porque todos tenemos derecho a contravenir nuestra certidumbre efímera, nuestra consciente o inconsciente virtualidad líquida. Nada mejor que un objeto fetiche (antaño símbolo de prestigio) para dar corporeidad existencial a una vida que hoy transcurre básicamente online, repleta de banalidades solemnes y otros tuit.
Cuando los drones, seegways, vigorizantes masculinos e impresoras 3D se conviertan en nuestros juguetes globales preferidos (vayan tomando nota para sus regalos navideños), la estupidez humana habrá alcanzado un cénit considerable y no extrañe que a más de uno le entren arrebatos de eremitismo. Y es que la política no es política; ni el libro, libro; ni viajar, viajar. Lo cual no necesariamente sea malo, pero hay que empezar a tomar plena conciencia de que esas palabras se están gastando (y a qué velocidad), derritiendo como los casquetes polares, para volverse líquidas como la sociedad. Y siempre nos han sermoneado del riesgo que apareja el aumento del nivel del mar. Nada que no previera en su día, bastantes años atrás, el amigo Bauman.
No, el problema en sí no es la falta de lectura. Más bien diría que la gente no piensa. No pensamos. Para lo que leemos, pensamos poco, menos aún. O de hacerlo, somos todo menos consecuentes. Días atrás, me encontraba acorralado en el laberinto de una conocida gran superficie de muebles (elevada a quinta esencia del tiempo libre) y en vano lograba dar con la salida. La tenía, de hecho, delante de las narices pero las flechecitas me mandaban a Cuenca (y pensar que hay gente que paga para intentar salir de una habitación, vayan a IKEA sin más). Y ya sabemos, en IKEA nadie se libra del safari comercial, te guste o no, tengas prisa o no, rodeo al canto sea dicho. Así que me afanaba yo en pos de una flecha de salida a mi rescate y sólo encontré un indicador bilingüe elocuente como pocos: “Continua comprando/ Continua comprant”.
En EEUU algunos estudios aconsejan sobre qué cola escoger antes de pasar por caja. Hay que economizar hasta el tiempo que pasamos en la cola. Metamos las variables (ancianos, volumen de compra, tipología de producto y aspecto del cajero/cajera) en una especie termomix estadística y al cabo de un rato nos sale una fórmula infalible para decantarse por la fila rápida. Y digo yo, cuando todos sepamos la fórmula (con internet los secretos apenas duran horas), ¿qué haremos?, ¿ir todos de cabeza a la cola única? Los mendigos se lo deben pasar en grande viendo nuestras rarezas de seres de otra galaxia.
En España se pontifica más que se lee y se lee más que se piensa. Quiero decir que se piensa menos que se lee. En un día de furia (me encanta llevar siempre la contraria) me atrevería a desmentir que se lee poco, pero lo de que se piensa poco ya se me antoja un reto imposible. Cuantos articulistas nos sobran, cuantos cómicos; todo nos sabe a guasa. Todo es susceptible de ser parodiado. Confundimos el ingenio con el genio. La ocurrencia graciosa, el destello con la reflexión. De lo primero andamos sobrados, pero de sénecas más bien escasos.
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¡Al fin black friday! Este era el slogan que bombardeaban las cuñas publicitarias semanas atrás en vísperas del fatídico viernes. Estamos de luto. Un crespón de rigurosísimo luto envuelve el acceso de un céntrico comercio del casco antiguo Palma. Sólo al acercarnos, pudimos descifrar el mensaje: 50%.
Se agota el tiempo del eufemismo. Los ingenieros del marketing en adelante no tendrán que ingeniarse fórmulas subliminales para despertar nuestra latente hambre de compra. Ni apelar a la mama primeriza, ni al niño caprichoso, ni al adolescente mitómano, ni al padre hipster. Ahora ya podemos jugar con las cartas destapadas, marcadas o sin marcar, tanto da. El lema es claro: “Siga comprando”. Así, tal cual, sin medias tintas. Te endiñan la consigna en toda la boca. Zasca, en toda la visa.
El circuito vital a seguir, el siguiente: critica al consumismo- oposita- alcanza un estatus económico- perpetua el consumismo. Cientos de miles aspiramos a lo segundo, para caer como moscas en estadio final. Creo que ninguno de nosotros nos libramos del circuito, todos enzarzados en el bosque de Ikea. Nada nuevo, es probable. De todos modos, por momentos pienso de verdad que hemos perdido el sentido común. Ora compramos camisetas a tres euros ora postales de Unicef.
La vigencia del mensaje ha dejado de interesar y hoy sacralizamos lo efímero (por paradójico que pueda resultar sacralizar lo banal, dos términos prácticamente antagónicos). Lo superfluo se impone a lo duradero. Lo duradero no dura nada.
Servidor, incapaz de no llevar la contraria a los tiempos modernos, prefiere lo bueno ya conocido a lo malo por conocer. Los Hermanos Karamazov o el Lazarus, de Schubert. Qué placer cuando uno logra sacudirse las prisas y dedicar el tiempo preciso a cada párrafo, a cada compás. Felices compras!
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