La Orquesta Sinfónica de Tenerife se apunta un tanto en el Festival de Canarias
Tras el éxito conseguido en el Auditorio Alfredo Kraus de Gran Canaria, la Orquesta Sinfónica de Tenerife se crece en casa y brinda lo mejor de sí misma.

Jukka Pekka Saraste © Juan Mare
Jukka Pekka Saraste dirigió la Sinfonía núm. 8, en Do menor, op. 65, de Dmitri Schostakovich y el Concierto para piano y orquesta en La menor, opus 16 de Eduard Grieg, junto al pianista Javier Negrín en Auditorio Adán Martín de Tenerife. Un concierto que brindó dos protagonistas en igualdad de condiciones, orquesta y solista.
La estrella de la primera parte del concierto fue Javier Negrín, con la interpretación del concierto de Grieg, una composición que presenta influencias de grandes pianistas y compositores de su tiempo, tales como Schumann, Chopin y Liszt. Por esta razón, en unas ocasiones los solistas de hoy ofrecen una versión muy extrovertida de la obra, a lo Liszt, y en otras, una más introvertida, chopiniana. La primera es la más extendida, sin embargo, Javier Negrín nos ofreció una lectura intimista, profundizando en los detalles, una práctica de carga psicológica, que conduce a experiencias sin presencia (1).
Desde los primeros acordes tras el redoble de timbal, Negrín lució claridad y gran dominio técnico y exigió a la orquesta planos igualmente sutiles. Trabajo que halló su mayor recompensa en el segundo movimiento del concierto, más apropiado a la línea interpretativa del pianista, en el que abordó unas melodías muy oxigenadas y expresivas, en conjunción con el loable acompañamiento de cuerda y trompa.
La segunda parte del concierto, se tradujo en el momento de gloria de la Orquesta Sinfónica de Tenerife. La agrupación conectó con el público a través de una muy buena interpretación de la tempestuosa octava sinfonía de Shostakovich, por el sonido y empaste de gran orquesta que lucieron, en primer lugar, por la buena interiorización oscura y expresión tormentosa que lograron de la obra: intensidad en el primer y segundo movimiento, violencia en el tercero con momento culmen al final del mismo, la desolación y recogimiento en el cuarto, y por una vívida interpretación general. Todas las secciones dieron lo mejor de sí, y especialmente destacaron las cuerdas por su trabajo conjunto y los papeles solistas, por su buen nivel interpretativo en el desempeño de fragmentos muy expuestos. Un programa cuyo contenido dramático prometía desolación y produjo admiración con la batuta de Jukka Pekka al frente.
(1) Expresión tomada del filósofo Gilles Lipovetsky de su libro La era del vacío: ensayo sobre el individualismo contemporáneo.
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